Marito Mortadela: San José se quedó sin su tarareo

No era músico, pero siempre tocaba su guitarra. No era cantante, pero amaba tararear. Los josefinos extrañan al personaje que se ganó su cariño

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Marito Mortadela era un galán de principio a fin y, por eso, siempre que salía de su casa iba bien peinado –fuera con gorra o con su escaso pelo suelto–, con su camisa sin arrugas y las faldas por dentro del pantalón.

Como músico callejero que fue durante más de 40 años, sabía que la guitarra era la mejor herramienta para hacer sonreír a cuanta mujer lo escuchara tocar y tararear.

Mientras estuviese trabajando, Mario Gilberto Solano Quirós, nombre de este icónico personaje, quien falleció ayer tras sufrir un paro cardiorrespiratorio el miércoles, no soltaba ese instrumento por nada; no fuera a ser que se encontrara con una chica despampanante en las calles josefinas y no tuviera con qué sorprenderla.

A sus 58 años, él no perdía ni una sola oportunidad. Cuando alguna mujer atraía su atención en la avenida central, Marito trataba de robarle un beso y en algunos casos lo consiguió. Esto, sin importar que él tenía a su ‘esposa’ a unos cuantos metros de allí.

Desde el 2011, aquel personaje, que era parte esencial del paisaje urbano de San José, tenía pareja ‘oficial’; al menos, eso era lo que creía. La afortunada era Gloria Flores, de 48 años, quien vende delantales al costado suroeste del Mercado central, en San José.

“La primera vez que nos vimos fue como hace tres años, cuando yo llegué por primera vez a vender cosas aquí. Todavía me acuerdo el primer roce que tuvimos. Yo estaba sentada y de la nada alguien llegó y me abrazo y me empezó a dar besos. Me asusté muchísimo; fue extraño. Cuando vi que era él, me tranquilice. Pensé que era una forma para decirme que era bienvenida a la familia de vendedores”, recordó Flores, quien es vecina de San Juan de Dios de Desamparados.

Al día siguiente, continuó, Marito llegó y le comunicó que eran esposos. No hubo rosas tampoco anillos y menos una propuesta. Solo bastó una canción y... listo.

“Fue lo más cómico. Nunca me preguntó si yo quería ni hubo pedida de mano. Uno entiende que es una broma, porque, si hubiera sido cierto, sería la mujer con más cachos en Costa Rica y en el mundo”, recordó la comerciante hace dos días.

El preferido. En el trabajo, Marito era igual o más insistente que con las mujeres. Él no se conformaba con pequeñeces y decirle a la gente “Eche, eche más plata, eche” no representaba ningún problema para él.

Su oficina era la avenida central; más específicamente, él se ubicaba en los alrededores de la librería Universal, frente a la zapatería Nuevo Mundo y al costado suroeste del Mercado Central.

Su silla era cualquier banca que se encontrara, pero su asiento preferido era el adoquín. Su instrumento: la guitarra, porque a como le funcionaba para hacer sonreír a las damas, también era su forma de llevar plata a la casa, que compartía con su hermana Josefa, en Los Cuadros de Goicoechea.

Generalmente, Marito Mortadela esperaba, entre 9 a. m. y 10 a. m. en la plaza de Purral, el bus que lo traería a San José. Se montaba, pagaba su pasaje y se sentaba tranquilo en el primer lugar disponible que alcanzaba a ver.

Siempre iba en el autobús sin su guitarra porque, a la hora que terminaba sus labores (por ahí de las 4 p. m.), se acercaba a la tienda Nuevo Mundo, en la avenida Central, para que se la guardaran en la noche.

“Le daba miedo llevársela porque luego se la robaban y, para él, la guitarra era su vida. Desde hace unos dos años, se la guardábamos para que no tuviera peligro. Todas las mañanas venía a reclamarla, se iba y, al final del día, volvía a dejarla”, comentó Sergio Sandoval, uno de los dependientes.

Con su instrumento en mano y un tarro blanco para que le ‘echaran la plata’, comenzaba a caminar. Tarareaba en eñe, como si nunca se cansara de hacerlo; les daba serenata a las favorecidas y el frasco se le hacía pesado por las monedas que recogía.

“Nosotros le guardábamos la plata que hacía para que no lo asaltaran y, al final del día, se la dábamos. Podía hacer entre unos ¢20.000 o ¢30.000 diarios porque muchos gringos le daban dólares, unos $5 y otros hasta $20”, dijo Sandoval.

Claro, recaudaba eso porque Marito Mortadela era el preferido de los josefinos. No había nadie que le pudiera hacer pique o, al menos, eso cree Martín, como se hace llamar el trompetista que toca, en silla de ruedas, desde hace años frente a la Universal, en San José.

“Él tenía algo diferente, algo que lo hacía ganarse el cariño de la gente. Para poder competir con Marito Mortadela, había que ser de otro universo”, dijo, entre sollozos, el adulto mayor, quien no recuerda con exactitud cuántos años tiene.

Marito Mortadela era especial en el corazón de muchos de los músicos de la calle, lugar que se ganó a punta de buenas acciones, como compartir con chanceros la comida que le regalaban o como salvarle la vida a Martín.

“Esta carajada (cuerda que sostiene la trompeta) se me enredó en la cara y quien me ayudó fue don Marito. Si no hubiera estado, diay, no sé qué hubiera pasado”, afirmó el trompetista, quien, muy de vez en cuando, toca el saxofón.

Mientras la chancera María Pérez contó que, en muchas ocasiones, Mario le regaló una pieza de pollo y eso era toda una bendición: ella estaba hambrienta y no andaba dinero para comida.

“Si le daban un pedazo de lo que fuera, él se acercaba y lo repartía. Nunca fue egoísta y eso hay que agradecérselo siempre, por el resto de la vida. Muchas veces me salvó la tanda. Otro día, le regalaron un helado y él se lo dio a una muchacha de una tienda. Imagínese, ese tipo de detalles lo hacen muy querido”, agregó.

El final. Cuando terminaba su día laboral, dejaba su guitarra en buenas manos y tomaba el camino de regreso a su casa. Iba a las paradas de los buses San José-Guadalupe y se montaba en el de Purral.

Se sentaba, miraba por la ventana y solo prestaba atención a lo que pasaba en el interior del bus cuando una muchacha se subía.

Tal como le pasó en varias ocasiones, en el último viaje que hizo de regreso a Los Cuadros, el 7 de octubre, el sueño lo venció y se dejó mimar por Morfeo; es más se le pasó la parada, pero todo estaba bajo control porque el chofer, Óscar Vargas, ya lo conocía. “Lo dejé dormir un rato más, llegué a la última parada y cuando me devolví, fui a levantarlo. Fue difícil. Renegó, quería seguir durmiendo, pero ya era momento para que se fuera a descansar a su casa; no pensé que sería la última vez que lo vería”, contó Vargas.

Desde el mediodía de ayer, la avenida Central entró en un cierto luto, una especie de silencio entre el bullicio, y quienes caminen por allí notarán que su oído extraña algo: el tarareo y la guitarra de Marito Mortadela.