Las mujeres que no callaron

La revista ‘New York’ reunió a 35 mujeres que han acusado a Bill Cosby por abuso sexual. Sus rostros, como sus historias, ya no son un secreto.

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La mujer lleva el pelo rubio, ondulado, apenas por encima del hombro. Es delgada; sus mejillas tienen un perfil afilado que, visto desde ciertos ángulos, parece formar en su rostro un triángulo invertido que concluye en su barbilla puntiaguda. Tiene camanances prominentes. Sus ojos son grandes y azules.

La mujer nació en 1953 y, ahora, en 1965, tiene 22 años. Trabaja como secretaria en una agencia de talentos en Beverly Hills, llamada Artists Agency Corp; la firma maneja el trabajo de varios actores de peso de la época, como Bob Culp, Richard Crenna y George Burns.

Uno de los actores que pasaban tiempo en la allí se le acercó a la muchacha. Había estado visitando la oficina, probablemente para negociar un contrato con el abogado de la agencia. Uno de esos días, el hombre caminó hasta el escritorio de las secretarias. “Voy a estar en el Hollywood Palace esta noche”, le dijo, “y luego voy a tener una fiesta en mi casa. ¿Te gustaría ir?”.

La muchacha no dudó en decir que sí.

Ahora, la noche de la fiesta, la mujer lleva un vestido, medias de nylon y tacones altos. No le había parecido extraño que el hombre la invitara. La agencia, después de todo, era un sitio de intercambio social. Era la norma: las secretarias soñaban con convertirse en estrellas, y los actores se valían de su estatus para coquetear y ligar.

La mujer llega a la casa, cuya tapia frontal es de ladrillos. Son las diez de la noche y, extrañamente, no parece haber nadie más para la fiesta.

Aquello le sorprendió, porque el hombre era muy querido en la agencia. ¿Por qué no asistiría nadie más a la fiesta de un actor como él, uno de los pesos más pesados del momento?

Pese a sus dudas, la mujer suena el timbre e ingresa. El hombre la recibe y se disculpa, dice que su esposa está fuera de la ciudad, pero se toma la molestia de conducirla a una habitación donde duerme una bebé, su hija.

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Salen a la cocina y beben whisky. La mujer, de ascendencia irlandesa, se enorgullece de su capacidad para beber alcohol; toma dos copas, poca cosa para ella. Sin embargo, poco a poco comienza a perder su capacidad de raciocinio.

Pronto, todo funde a negro.

Tendrán que pasar horas para que Kristina Ruehli despierte.

Tendrán que pasar 40 años para que la mujer diga a la revista Philadelphia lo que ocurrió esa noche, lo que ocultó durante tanto tiempo: “Bill Cosby intentó violarme”.

LEA TAMBIÉN: Acusadora de Bill Cosby contó que él no identificó que era lesbiana.

Silencios, voces, ecos

El domingo 26 de julio, la revista New York publicó una de las portadas más impactantes que se guardan en la memoria colectiva reciente.

Fotografiadas vestidas de negro contra un fondo blanco, 35 mujeres –de distintas edades, distintos rostros, distintos contextos y distintos colores de piel– decidieron relatar sus experiencias de abuso sexual –o intento de– por parte del actor y comediante Bill Cosby.

La publicación ha causado revuelo, no solo por su impacto estético y social, sino porque, desde su concepción, ha propuesto un debate trascendental: ¿cuántas víctimas más son necesarias para que sus palabras se tomen en cuenta?

***

Fue hace diez años que el mundo escuchó, por primera vez, una acusación por abuso sexual en contra de quien, hace tiempo, fue uno de los personajes familiares más famosos de la televisión estadounidense.

El 13 de enero del 2005, Andrea Constand, antigua directora de operaciones del equipo de baloncesto femenino de la Universidad de Temple, en el estado de Filadelfia, se convirtió en la primera de muchísimas mujeres en señalar al actor, hoy de 78 años, como su abusador.

Constand, quien para entonces se había mudado a Toronto, Canadá, acudió a las autoridades de este país norteamericano para acusar a Cosby de haberla “tocado de forma inapropiada”.

Se habían conocido en la universidad, en noviembre del 2002. Constand asegura que Cosby asumió el rol de mentor suyo. Así fue como su relación se estrechó de a poco.

Luego, en enero del 2004, Constand visitó a Cosby en su casa en Cheltenham, Pennsylvania, para discutir detalles sobre su carrera.

Una vez allí, Cosby –de acuerdo con la demanda interpuesta– le dio “píldoras de hierbas” para relajarla.

Luego, el hombre tocó los pechos y el área vaginal de Constand, frotó su pene contra ella y la penetró con sus dedos.

El abogado de Cosby aseguró que las acusaciones eran absurdas y el mundo, en buena medida, decidió creerle en el acto. Solo dos semanas después, ABC News reportó que la interacción entre ambos “podría haber sido consensuada”.

Menos de un mes después de que las acusaciones de Constand se hicieran públicas, Tamara Green, una abogada californiana, apareció en el programa Today, un show matutino de la cadena NBC.

Dijo que, 30 años antes, Cosby la había drogado y había abusado de ella también.

Green relató que Cosby le había ofrecido pastillas para combatir una fiebre que le afectaba, la llevó hasta su apartamento y, una vez allí, comenzó a tocarla, besarla y remover sus ropas.

Después de abusar de ella, Cosby dejó dos billetes de $100 en su mesa de café y se retiró.

De acuerdo con New York , eventualmente una docena de mujeres que se mantuvieron en el anonimato decidieron relatar sus propias historias de abuso por parte de Cosby, en apoyo al caso de Constand. Algunas de ellas hicieron públicos sus nombre.

En su mayoría, las declaraciones fueron recibidas con escepticismo, amenazas y ataques.

***

En 1967, Carla Ferrigno –modelo de Playboy y quien luego se convirtió en esposa de Lou Ferrigno, intérprete de Hulk en la serie televisiva El hombre increíble – conoció a un hombre en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles. El hombre la invitió a cenar y, durante la velada, mencionó que era amigo de Cosby.

El hombre le preguntó a Ferrigno si deseaba acompañarlo a la casa de Cosby esa misma noche, Ferrigno condujo hasta la residencia del comediante, en Beverly Hills, donde lo conoció a él y a su esposa, Camille.

Los cuatro fueron al cine y Cosby se sentó junto a Ferrigno. Después de la película, volvieron a casa de Cosby y se enfrascaron en un juego de billar. Cosby ofreció a Ferrigno un coctel, que la mujer rechazó. Pronto, Camille y el otro hombre desaparecieron, dejándolo solos en la habitación.

Ferrigno preguntó adónde se habían marchado, pero Cosby la ignoró, sujetándola y besándola a la fuerza. Ferrigno consiguió zafarse y huir de la casa. No se lo mencionó a nadie hasta noviembre del 2014, cuando una nueva oleada de acusaciones en contra de Cosby trajeron de vuelta a la palestra el tema.

“En el 2005, escuché en la radio a una mujer que lloraba contando que fue abusada por Bill Cosby. Lo escuché”, dijo Ferrigno. Como otras mujeres, Ferrigno necesitaba sentirse acompañada para romper su silencio.

***

Solo una semana antes de que se publicara la portada de New York , el diario The New York Times reveló información extraída de un documento de mil páginas en que se daba cuenta de las declaraciones de Cosby cuando fue llevado a juicio por Andrea Constand, en el 2005.

En ese momento, el comediante admitió que había intentado tener sexo con mujeres jóvenes con la ayuda de sedantes que pueden dejar a una persona inmóvil. “Los utilicé de la misma forma en que uno le ofrece un trago a alguien”, dijo. Aseguró que le había pedido a una agencia de modelaje que lo conectara con mujeres jóvenes y que estuvieran pasando por una situación financiera complicada.

En ningún momento de sus declaraciones, Cosby admitió que lo que hizo era incorrecto ni, mucho menos, que era una violación. En sus ojos, mínima era la diferencia entre invitar a una mujer a cenar con la intención de acostarse con ella, o drogarla para conseguir el mismo objetivo.

“Creo que puedo leer bastante bien a la gente y sus emociones en los asuntos románticos y sexuales”, dijo, cuando se le cuestionó por el consentimiento de sus víctimas. Según su declaratoria, si una mujer accedía a verse con él, subrepticiamente accedía también a que Cosby hiciera lo que quisiera con ella.

Joan Tarshis, quien asegura que Cosby abusó de ella en 1969 mientras intentaba convertirse en una escritora de comedia, dijo: “Creo que su legado será similar al de O. J Simpson (antiguo jugador de fútbol americano que fue acusado de asesinar a su esposa pero fue declarado inocente en un polémico juicio). Cuando alguien escucha el nombre de O. J. Simpson, nadie piensa ‘Ah, el gran jugador’. Nadie va a pensar en Cosby como el gran comediante. Van a escuchar el nombre de Cosby y van a pensar ‘Ah, el violador en serie’. Y ese será nuestro legado”.

La silla vacía

El domingo 26 de julio, la revista New York publicó, en su portada, los rostros de 35 mujeres que aseguran haber sido abusadas por uno de los más famosos comediantes en la historia de Estados Unidos.

Todas ellas revelaron sus historias, muchas de las cuales permanecieron en secreto durante décadas; las mujeres se sentían avergonzadas, temerosas, culpables, intimidadas.

Ese domingo, sin embargo, dejaron cualquier temor atrás y mostraron sus rostros. Se sentaron en sillas, colocaron sus manos sobre sus piernas y miraron fijamente a la cámara, al mundo, a usted.

Al final, junto a las sillas ocupadas por las mujeres, había una silla vacía.

Esa es la silla de las otras 11 mujeres que han acusado a Cosby de abusar de ellas, pero que optaron por no ser fotografiadas por la revista. Sin embargo, según Ella Ceron y Lanina Fader, de New York , “también representa las otras incontables mujeres que han sido abusadas sexualmente, pero que no han sido capaces o no se han atrevido a alzar la voz”.

En un texto que acompaña al reportaje principal, Ceron y Fader escriben que hay muchas razones por las que “las sobrevivientes de abuso sexual nunca hacen públicas sus acusasiones –sea miedo o vergüenza–. Hay muchas personas que nunca se atreverán a sentarse en esa silla. Pero el poder de estar juntos y compartir nuestras historias como víctimas y sobrevivientes es innegable”.

La silla vacía en la portada de New York es la silla de quienes guardan silencio.

Es la silla de la impunidad.