Lencho Salazar pasa sus días entre recuerdos, antojos y el cariño de su esposa

El folclorista, que en diciembre cumple 90 años, padece demencia y perdió la visión hace un tiempo. Doña Ana Solano, su esposa, dice que físicamente él se encuentra bien.

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En agosto del 2015 Lencho Salazar experimentó una gran alegría: él volvió a casarse. Esa vez con Ana Solano, quien además de su esposa, tiempo después se convertiría en su cuidadora incondicional.

Seis años después de aquel enlace, él la sigue llamando con adjetivos amorosos, pero principalmente le dice “mamá”. Meses después de aquel feliz día de matrimonio, a Lorenzo Lencho Salazar, emblema del folclor costarricense, se le reventó una úlcera en el estómago y desde entonces su salud se deterioró.

Le diagnosticaron Parkinson y luego sufrió varios microinfartos. Desde entonces, Lencho ha estado bajo el cuidado, principalmente, de su esposa Ana. Años atrás, la siempre atenta señora, contó a Viva que el estado de salud de su esposo era delicado. Sin embargo, últimamente, el querido folclorista está estable dentro de lo que sus condiciones lo permiten.

“Mi viejito está bien. Alentadito. Come bien, duerme bien. Está sanito. Está bien lindo. Rellenito. Eso sí, reconoce muy poco. Él sí conoce, pero por etapas, por días, por ratos. Solo pasa en cama. Ya tiene cinco años así”, cuenta la esposa.

Los días de Lencho

Doña Ana menciona que su esposo pasa gran parte del tiempo durmiendo. Ahora lo hace más de noche, antes era de día. Ella lo acompaña y conversa con él. Dice que padece demencia y que cuesta que reconozca a las personas; sin embargo, muchas veces le pregunta por gente que conoció en el pasado y tiene claridad de muchas situaciones del ayer.

“Pasa inventando historias. Vive todo el pasado: piensa que jala bueyes y jala café. Un día me dijo que estaba cansado por haber trabajado toda la tarde jalando sacos de frijoles. Me ha pedido matrimonio como tres veces. Vieras qué increíble. Ha sido una persona muy agradecida. Desde que empecé a cuidarlo me agradece el trato que le daba, me ha dado las gracias por el amor que tenía para él. Si a la 1 o 2 a. m. me pide sopa yo se la hago. Antes pasaba más tiempo despierto en la noche.

“Él lo que tiene es una demencia. Ayer (miércoles 9 de junio) le pregunté quién había hecho la canción del Cadejos y se acordaba. Del pasado de todo se acuerda. Es algo increíble”, cuenta la esposa.

Con el tiempo, el folclorista perdió su visión. Hace tres años a doña Ana le anunciaron que esto ocurriría, por ello, mucho del entretenimiento de él es conversar con su esposa y repasar lo que ha sido su vida.

“Él todo lo ve con la imaginación. Me dice que qué linda estoy, que qué linda ando. Pero todo es su imaginación”, cuenta la mujer de 64 años, quien hace ocho meses pasó por una cirugía en la que le retiraron la vesícula. Ya está recuperada y por eso siempre habla con optimismo.

“Me siento bien. Un tiempo estuve demasiado mal. No podía comer, no podía dormir. No me dejaba el dolor. Ahora estoy recuperada”, añade.

Sobre el proceso que vive junto a su esposo, dice que en ocasiones tiene sentimientos de tristeza, pero son pasajeros, pues la satisfacción de cuidarle le produce alegría.

“A mí por un lado me da dolor verlo así como está, pero por otro lado, cuando me pide gustitos, me lleno otra vez de satisfacción. Me alegra darle lo que él necesita. Darle sus gustitos. Él no los deja”, detalla.

Y es que Lencho Salazar continúa disfrutando de tamales de pollo, gallina y cerdo. Además le encanta comer tamal asado, arroz con leche, carne asada servida en gallitos y por supuesto arroz y frijoles, su comida favorita.

La pareja pasa sus días acompañándose mutuamente. Las visitas que ya eran mínimas, ahora son casi nulas por la pandemia. Los hijos del folclorista se acercan a verlo pero lo hacen por una ventana, pues quieren protegerlo en el contexto de la pandemia.

Doña Ana ya fue vacunada contra la covid-19, mientras que a Lencho aún no lo han inoculado. A ella le explicaron que “por estar encamado” aún no le corresponde.

Aparte de velar por su esposo, la señora invierte parte del día en hacer manualidades y sopas de letras. Le gusta bordar, coser y ahora decora bonsais con bisutería. Se entretiene pero está atenta a esa voz que la llama diciendo “mamá”.

“Cuando estaba mejor, más coherente, un día le pregunté que por qué me dice mamá. Me dijo que qué pena, que si era que no me gustaba. Luego me explicó que lo hacía porque lo que yo hago (por él) solo lo hace una mamá. Más bien me dio pena hacerle esa pregunta. Le dije que no me disgusta. Más bien me llena de orgullo.

Él es una belleza. Solo habla cosas lindas. Es un puro amor. No se le quita lo enamorado. Ama que uno lo abrace”, finalizó feliz doña Ana.