Volar con el viento en la cara

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Justo antes del despegue, los nervios no desaparecieron por más que hice ejercicios de respiración como me aconsejaron, pero, una vez elevado a 200 metros de altura, con la brisa del mar en el rostro y un silencio que solo era interrumpido por el sonido de las gaviotas, la sensación de paz fue completa y la vista panorámica no tenía comparación.

Después de eso, quedé convencido de que el vuelo en parapente – muy similar a un paracaídas– era una de las mejores formas de disfrutar la belleza natural de Costa Rica.

No es la única forma de redescubrir a Costa Rica desde los aires, porque en el país se ofrecen otras alternativas, como los vuelos en aviones ultraligeros y en paramotor. Al final, es muy posible de que usted termine con ganas de repetir la experiencia muchas veces más.

Lejos de lo que se cree, estas actividades no son exclusivas para los valientes que se juegan la vida en los deportes extremos. Se trata de alternativas que incluso adultos mayores de hasta 95 años han practicado y dado testimonio de lo fascinados que quedaron con la experiencia.

Al natural. Jean Claude Muller, suizo con más 15 años de residir en Costa Rica, es de los que piensa que el vuelo en parapente debe ser lo más cercano a volar como las aves.

¿Por qué? Se viaja usando el viento, disfrutando de la vista sin que exista un vidrio de por medio y sin que sea necesario el uso de un motor que impulse la estructura.

“Lo que me fascina desde hace 17 años que lo practico, y me sigue fascinando, es que el parapentismo se practica sin ruido, no se contamina el medio ambiente; es un deporte en total equilibrio con la naturaleza. Ante todo, porque arriba (al estar en vuelo) es otro mundo, uno se desconecta por completo de tierra”, explicó el piloto y propietario del mirador Nemaclys, en Caldera, Esparza.

Este lugar es uno de los puntos desde donde se realizan más vuelos tanto de parapente como de ala delta en el país. Tiene la suerte de estar al lado del mar, eso significa que tiene buenos vientos todo el año, lo que se traduce en posibilidad de volar todos los días.

En la cima de esta montaña, en especial los fines de semana, son decenas de entusiastas del parapentismo que llegan hasta Nemaclys, ya sea porque practican el deporte, porque quieren tomar un tour o, simplemente, porque les encanta disfrutar de la vista y ver el despegue y aterrizaje de cada parapente.

Una de las primeras preguntas cuando uno llega con la intención de tomar el tour suele ser: “¿y vuelo solo?” La respuesta es un absoluto no. Esto, porque se requiere tomar un curso de varias semanas, antes de estar capacitado para hacerlo.

Para no viajar solo, existen parapentes conocidos como tándem, en los cuales viajan el piloto y un pasajero. La posición para viajar es realmente cómoda, ya que el interesado va sentado en una silla especial.

En esta experiencia, todo es sencillo, aunque quizás lo más complejo es el momento del despegue. Lo único que se debe hacer es escuchar la voz del piloto cuando le pida correr, a lo sumo serán cuatro pasos. Luego de eso, ¡bienvenido a las alturas!

Si se pregunta qué necesita para tomar un tour de este tipo, la respuesta no es muy extensa: usar zapatos cerrados, bloqueador solar, pantalones cómodos y firmar una liberación de responsabilidad a la empresa.

Basado en la experiencia de muchos años, Muller sabe que este tipo de vuelos los pueden realizar desde niños de 5 años (todo menor de edad debe tener un permiso firmado por su padre o responsable legal), hasta adultos mayores. Incluso, personas con alguna discapacidad ya probaron esta experiencia.

“Como cualquier deporte, si se practica respetando las medidas de seguridad, es muy confiable. No hemos experimentado accidentes en estos años. Todos nuestros pilotos tienen al menos seis años de experiencia y algunos más; antes de cada vuelo, se revisan los equipos, radio, para verificar”, agregó el suizo.

Un paseo promedio dura cerca de 25 minutos; en ese tiempo, se vuela a una altura que varía entre los 150 y los 400 metros sobre el nivel del mar. En el recorrido se viaja sobre la costa, comenzando en punta Carballo y se llega hasta los manglares de Mata de Limón.

Desde esa perspectiva, Costa Rica se ve aún más bella; los colores de la naturaleza deleitan las pupilas y es casi imposible olvidar esa sensación de la brisa marina en el rostro; por momentos, uno no resiste la tentación de extender los brazos y tocar un pedacito de cielo, porque parece posible lograrlo.

Vuelo suave. Más al sur del país, siempre en la costa pacífica, está la opción de volar en ultraligeros. Despegando desde el aeródromo Papa Kilo, en punta Uvita. Desde que sale el Sol y hasta que el día ofrezca luz natural, se pueden realizar estos tours.

Este tipo de vuelos se efectúan en un tipo de aeronave sin ventanas, muy similar a una avioneta. Viaja el piloto y un pasajero por vuelo.

Para generar la confianza en los que desean vivir la experiencia, Ultralight Tour les explica a los turistas que cuentan con la autorización de Aviación Civil para ofrecer el servicio; además, cada pasajero viaja cubierto por una póliza, aunque también se debe firmar una liberación de responsabilidad.

Un par de recomendaciones sencillas, cinturones ajustados y a volar. El tour dura unos 20 minutos en promedio, tiempo en el que se sobrevuela el Parque Nacional Marino Ballena y la costa pacífica. Con suerte y dependiendo de la época del año, podría ver las ballenas jorobadas con sus ballenatos.

“Usted está en una cabina abierta, en contacto directo con la naturaleza, huele el bosque, siente la temperatura; volamos lento y muchos clientes nos dicen que, sin volar de esta forma, no se conoce verdaderamente Costa Rica”, informó Georg Kiechle, piloto e ingeniero aeronáutico.

Si el aventurero anda con tiempo –y algo extra de dinero–, puede tomar el tour de una hora de vuelo, que lo lleva a lo que Kiechle llama el paraíso terrenal: la zona entre Savegre y la frontera con Panamá.

Similar, no igual. El vuelo en paramotor, una especie de parapente con un motor en la espalda del piloto. Esta aventura se vive en la zona de Garabito.

A diferencia del parapente tradicional, esta modalidad permite despegar desde la playa, aunque haya poco espacio. El resultado es igualmente gratificante, con la diferencia del sonido de un motor que impulsa la estructura.