Tope Nacional 2015: San José se calzó las botas y las herraduras

Para el disfrute en familia o como pretexto para abrir una cerveza en media calle, el Tope Nacional congregó una vez más a quienes se quedaron a disfrutar de las vacaciones en el Valle Central

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San José es pintoresco cada día del año, pero hay un día en particular en el que lo peculiar se convierte en lo normal, en el que sentarse en el cordón del caño hasta que caiga el atardecer es el esperado plan de fin de año y en el que los carros desalojan las calles para que los caballos las atiborren: el del Tope Nacional.

Desde temprano, cada 26 de diciembre –Día Nacional del Caballista–, las hieleras, las sillas plegables y las parrillas comienzan a aparecer en mitad de las aceras, aún con la decoración navideña por doquier.

De las gradas de los buses descienden botas de todo tipo: vaqueras, de tacones altísimos, hasta la rodilla o, incluso, las blancas acharoladas que parecieran no tener otro uso el resto del año.

También es ocasión para lucir shorts cortísimos –capaces de distraer más de una mirada–, camisas de cuadros y sombreros vaqueros que no tienen mucho sentido si se acude como espectador y no como caballista.

Mientras varios jóvenes aprovechaban la mañana entre las rampas del skatepark de la tienda Arenas, los balcones del restaurante en el segundo piso fueron tomados por los amantes de los equinos o, quizá, solo del ambiente de los topes. Es, entonces, cuando los contrastes se ponen a la orden del día.

El 26 de diciembre es una oportunidad de oro para vendedores ambulantes como Leticia Bravo, de Sagrada Familia, quien, por un día, deja de ofrecer medias en los bulevares josefinos para colocar sombreros sobre las cabezas de los transeúntes.

Ayer, sin embargo, el sol no azotó con la misma intensidad de años anteriores. Un espeso nubarrón gris se posó sobre el cielo de la capital y quizá, por eso, las cervezas no tenían tantas gargantas sedientas por saciar.

Aunque regularmente es prohibido consumir alcohol en la vía pública, en el Tope Nacional se vale abrir la lata de cerveza con total tranquilidad. “El Tope, al darse en el marco de los Festejos Populares, permite el consumo de licor”, aseguró el presidente de la Comisión de Fiestas de San José, David Venegas.

El clima ventoso no impidió que más de un caballista montara con un discreto termo en la mano y que, de cuando en cuando, lo recargara con bebidas espirituosas.

Hasta ayer a las 6 p. m., la Fuerza Pública tan solo había detenido a un caballista en estado etílico, quien opuso resistencia y agredió a un oficial, según el comisionado José Domingo Cruz.

Familiar. Este año, el ambiente tenía más bien un tinte familiar. A lo largo del recorrido desde plaza González Víquez, la avenida segunda y hasta llegar a la estatua de León Cortés, los pequeños banquitos eran la tónica. A cientos y cientos de niños los vistieron como vaqueros, los subieron a los ponis y les tomaron fotografías con los caballistas.

Una de ellas fue la pequeña Mariángel Segura, quien ya trae la pasión por los topes en la sangre, según su mamá, la guanacasteca Marilú Mayorga.

“Bastantes personas toman licor, pero, por lo menos, no andan haciendo alboroto ni escándalos. Este año lo sentí un poco más familiar”, comentó Miguel Segura, el padre de la niña.

En los bordes de las calles, en el quiosco del parque Central y hasta en las azoteas de los edificios se congregó un gentío seducido por el ambiente festivo, mientras los jinetes –como siempre– respondieron con una gran asistencia al homenaje que les rinde la ciudad año con año.

Hasta ayer, no se tenía el conteo oficial de las inscripciones, pero, entre el gremio de los caballistas, se hablaba de hasta 4.000 participantes.

Visibilización. Modelos, pantalones ajustados, minisetas y caras bonitas son la estrategia de marcas de cerveza, casas automotrices y hasta de la industria financiera para promocionarse.

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No obstante, el comercio no fue el único que vio en este evento una oportunidad de oro.

Gaby Sanabria, Miss Costa Rica Gay 2015, desfiló por las calles josefinas a paso lento, pues no había sector donde alguien no se brincara la soga de seguridad para pedirle una fotografía.

“Cuando la gente empieza a ver algo, deja de ser raro; pero cuando usted se esconde, convierte las cosas en un tabú”, dijo.