Palmares: siempre la misma fiesta, como si fuera la primera vez

Para los más fiesteros, el Tope de Palmares lo tiene todo: cerveza y merengue; shorts de mezclilla y cumbia; megabares y pinchos de carne. Como cada año, la celebración encendió el pueblo con el trote alegre que no puede faltarle a enero

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Todos los años, las fiestas empiezan con una escena similar: la plaza convertida en gigantesco estacionamiento empieza a recibir, sobre su zacate quemado, busetas, camiones, pick-ups y autos pequeños, cada uno cargado de hieleras, bloqueadores y latas abiertas. Una mujer baja la ventana del carro y la salsa escandalosa anuncia que estamos en los festejos populares más esperados del inicio de año. Palmares, calurosa, recibe a miles de fiesteros de todo el país.

Caminando por las calles del pueblo, temprano en la mañana, se aprecian los garajes convertidos en restaurantes de temporada; las fachadas de negocios locales -como el hotel Casa Marta- convertidas en animadas tarimas, y familias apiñadas en torno a hieleras y sillas plegables.

Aunque falta un par de horas para que el primer caballo trote por la calle, ya se destapan las primeras botellas de agua. El calor impide que nadie se quede quieto. En el campo ferial, que apenas despierta, ya se escuchan las primeras notas de merengue (y por el resto de las fiestas, hasta el 25 de enero, no pararán).

Entre los toldos también empiezan a repartir regalías de todas las marcas: frituras, chocolates e incluso pequeñas bolsas de gel para los peinados que se derrumbarán cerca de las 2 p. m.

Contra los vidrios de los toldos de comidas se agolpan los arroces y las carnes. La práctica de cada año hace a los maestros que tienen un bosquecito de sillas en orden para recibir a miles de ticos hambrientos y sedientos.

Para evitar presas, cientos vinieron desde las 7 a .m. Otros aprovecharon incluso vuelos en helicóptero (este año, por ejemplo, a los de VolarHelicopterscr.com les tomó 12 minutos llegar de San José a las fiestas).

“¡Aproveche para orinar ahora, porque más tarde es más caro!”, advierten a quien pase. A las 10 a. m., le sale en ¢500; a las 2 p. m., le costará ¢800.

Galopando. El tope empieza al mediodía, hora tica. Es decir, que la mayoría de caballos estará meciéndose inquieto por un par de horas más hasta que logre desfilar frente a las miles de personas, que abrazan sillas y barreras para no perder su puesto ni perderse ni a un jinete ni a una modelo.

“¡Mi amooor!”, le chiflan las muchachas a un jinete con la camisa abierta al pecho. Con la barba recortada con precisión milimétrica y sombrero de vaquero, se inclina sobre la barrera y les tira un beso. El caballo se alborota y el jinete riega un poco de su trago en el asfalto. Es un olor que penetra la nariz. De la casa de enfrente, salen las señoras con dos latas en la mano cada una, sombrilla y sombreros.

Tras tantos años, ya son parte de una tradición tica: las modelos bailarinas en las carrozas de múltiples marcas comerciales. Sobre las tablas del auto de Cacique, Rebeca Sánchez, de 19 años, sonríe con ojos coquetos. “Trabajo en esto desde hace dos años”, dice.

Cuando pasa entre la multitud, la saludan cientos de personas, “sobre todo hombres”, y ella baila y sonríe. Junto con ella, docenas de modelos y cantantes amenizan la fiesta sin mostrar señales de cansancio.

En las calles paralelas a las que recorre el tope, en el centro de Palmares, algunos vecinos se abanican y escuchan el reguetón incesante a lo lejos. Un muchacho sale con la manguera a aplacar un poco el silencio quemado de los jardines. Es como si la fiesta estuviera en otro pueblo (excepto por los gritos de “¡Manos arriba, manos arriba!” que vencen cualquier distancia).

Sin fin. De vuelta a las calles principales, se ven las humaredas perfumadas de cebolla y chile dulce. Entre las filas de espectadores, se venden carnes, sombreros, lentes de sol, plátanos maduros, cervezas (“nadie la tiene más fría”, prometen), DVD’s piratas de Maikol Yordan de viaje perdido y cualquier otra cosa.

A las 3 p. m., aún quedan cientos de jinetes en la cola. Algunos ingobernables tratan de salirse de la aglomeración, pero los conducen de vuelta a su puesto. A uno se le queda la pata estancada en un caño, y su dueño salta para ayudarlo. No pasa nada, pero estos sustos, patadas y caídas son frecuentes en la calle.

“¡Llegó la vitamina “para el cuerpo! ¡Llegó el lechero!”, grita un vendedor. Desde las alturas, un jinete abre las manos para que le tire un par de latas de Imperial. Con tal sol, no hay remedio: solo la vitamina.

4:45 p. m.: en la sala de la casa de doña Ana Victoria Vásquez hacen fila 25 personas. Por ¢500, cualquiera puede pasar al baño. Es el segundo año que lo alquila y, el pasado, “sirvió para comprar los útiles de los chiquillos”. ¿No le da ningún problema? “Solo una vez: el año pasado, una muchacha que estaba muy borracha empujó a mi hija embarazada, pero nada más. La gente que viene aquí es muy tranquila”, afirma. Con la caja de monedas al lado, espera a que entre el siguiente cliente.

Conforme pasan los últimos caballos, la gente se agolpa en la entrada del campo ferial. Como no se puede ingresar con bebidas, dejan caminitos de espuma en la calle. Bajo los toldos de luz rojiza, estallan cumbias y rancheras. Cada año, la de Palmares es la misma fiesta. Siempre se disfruta como la primera vez.