Moncho es pura fiesta: empiezan los festejos de San Ramón

¡Ya empezaron las fiestas patronales de San Ramón! Serán diez días de festejos que tomarán el cantón alajuelense, con conciertos al aire libre, comidas típicas y actividades deportivas.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“¿Qué es ser moncheño? ”, le pregunta a la multitud el padre Greivin, mientras carga un frasco de plástico con tierra. En ese recipiente hay un poco del suelo que sustenta a los 13 distritos que conforman el cantón alajuelense.

Hidalgo explica que esta tierra de presidentes, deportistas y poetas se prepara para continuar con una tradición que lleva más de 169 años, una fiesta que lanza a la calle a los vecinos para recibir a 70 estatuillas que representan a sus santos y quizá, más importante aún, su legado.

El sacerdote congregó a aproximadamente cien personas para informarles sobre las actividades de las fiestas patronales. El anuncio se realizó en los jardines de la iglesia de San Ramón, donde reposa el corazón del expresidente José Francisco Orlich– hijo predilecto del pueblo poeta–.

“Aquí tengo tierra bendita, no hay lugar más bonito que San Ramón. ¡Qué viva Moncho!”, exclama con entusiasmo el cura, mientras la gente corea “¡Qué viva Moncho!”. Hidalgo llegó a San Ramón hace 15 años, tiempo suficiente –asegura él– para sentirse como parte de un pueblo que no duda ni un instante en hacer alarde de sus raíces y sus tradiciones.

Para el sacerdote, ahí yace la respuesta de lo que es ser un moncheño.

“El pueblo en movimiento teje su historia y estos son nuestros festejos. Esto va más allá de la entrada de los santos, esto es un museo vivo que muestra nuestra historia y nuestro orgullo de ser ramonenses que trasciende a lo largo de nuestras generaciones”, explica el antropólogo Eduardo Reyes, durante la presentación de las fiestas patronales de San Ramón que arrancó este jueves y se prolongará hasta el 4 de setiembre.

Las fiestas. San Ramón le abrió las puertas a los santos y al mundo con sus fiestas patronales que convocan lo mejor del cantón alajuelense para honrar al bendito, oriundo de Cataluña, que vela por las mujeres embarazadas y parteras.

Este festejo se empezó a celebrar a mediados del siglo antepasado a pocos años de la fundación del pueblo. Consiste en la visita que los santos de los barrios cercanos le hacen al Santo Patrono de la Parroquia.

“Desde los distritos más lejanos del cantón los vecinos traen a su santo cargado en hombros. Los Santos vienen acompañados por música, guitarras, mandolinas, acordeones y violines”, destaca la historiadora Ángela Quesada en su libro Recordando San Ramón, la historia de mi pueblo, publicado en 1992.

La fiesta comienza desde la mañana con comidas típicas hechas en casa como prestiños, elotes asados, tortillas y la jugosa carne de cerdo como chicharrones, el tradicional vigorón y enormes costillas asadas que hacen la boca agua.

“La cuchara ramonense tiene que ver con que San Ramón es muy grande, hay caña de azúcar, chancheras, café y ganado. Entonces hay mucha variedad de platillos, incluso también hay picadillos y nuestra popular sopa de mondongo”, explicó el padre de la parroquia.

También por primera vez, el templo será parte de una atracción. Los más curiosos podrán conocer la infraestructura y la historia que resuena entre los pasillos de la iglesia que se construyó en 1957.

Por el costo de ¢2.000 los visitantes podrán conocer las torres, el campanario y la historia detrás de los ornamentos que adornan al espigado edificio.

“La gente lo ha pedido a gritos, por eso le pusimos el título de encaramarse en la torre”, explica el padre Hidalgo.

El tour será dirigido por Daniel Abarca y Luis José Alvarado, dos estudiantes de la zona, quienes se manejan al dedillo todos los pormenores de las construcción que tomó más de treinta años en finalizarse.

Abarca resume que la historia del templo refleja el legado de los moncheños. Quienes reconstruyeron el inmueble después del terremoto de 1924.

“Para construir el templo se utilizó hierro importado de Alemania y en ese entonces la única manera de transportarlo era con bueyes. Por eso, parte del de sarrollo de pueblo se debe a los boyeros, quienes transportaban los materiales de construcción de los puertos hasta al pueblo, por eso es que la figura de estos trabajadores es vital en la edificación de San Ramón”, destacó Alvarado.

Un grupo de entusiastas se organizó para conseguir disfraces de la época y exponer cómo estaban divididas las clases sociales durante los orígenes del cantón y de paso rendirle al esfuerzo de los trabajadores y transportistas de “Moncho”.

Además, para expandir la experiencia se habilitó un paseo por volanta que hará paradas por la escuela Jorge Washington, el museo de la Universidad de Costa Rica y la casa donde nació el expresidente José Figueres Ferrer.

La entrada de los Santos. El miércoles 30 de agosto se celebra la tradicional entrada de los Santos. Según los locales, ese día es una locura: hay música, bailes y todo el pueblo se lanza a la calle a degustar los platillos típicos de la zona.

En ese momento las amas de casa suelen utilizar la frase: “se cerró la cocina” para mandar a la familia a comer en el parque.

“Todo moncheño que se respeta tiene libre el día de los Santos”, exclama Hidalgo

La Entrada de los Santos espera reunir a más de imágenes, las cuales desfilarán por las calles del cantón provenientes de las comunidades vecinas, así como lugares alejados de Guanacaste, Puntarenas, San José y Cartago.

Las imágenes se quedan durante ocho días en el templo local, para que los más fervientes puedan visitarlas.

El cierre de las actividades en honor a San Ramón será el 2 de setiembre, ese día se hará la raspada de olla, una comilona de los platillos que queden de las ventas y que se comparte entre todos los vecinos e invitados de la comunidad.

“Esto no es una cuestión de la religión o de la iglesia, es una cuestión de vida y el moncheño le gusta la música y la pachanga. Este un pueblo de poetas, sí, y su gente hace poesía con la vida”, reflexiona el padre, convencido de lo que se vive en estos diez días sintetiza a la perfección lo que verdaderamente es ser un moncheño.