El tope llenó de fiesta la capital

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Aaron Chavarría y su amigo Antony Benavides gritaban desde un rinconcito de la avenida segunda a todo pulmón: “¡Señor tráigalo!”. Así de sencillo, estos menores de siete años, y vecinos de Desamparados, lograron que varios caballistas se acercaran a ellos; el objetivo de los pequeños era acariciar los animales y hasta montarse en alguno, para que les tomaran fotos.

Como ellos, ayer miles de personas vivieron la fiesta del Tope Nacional a su manera. Unos cabalgando entre Plaza Víquez y el paseo Colón, otros sentados a la orilla de la ruta, pero todos se mostraban felices de estar ahí, sin importar la intensidad de un sol capaz de lastimar la piel o de olores propios de esta actividad ecuestre.

Al final, público y jinetes se necesitaban mutuamente. Unos pusieron el show , mientras que los otros disfrutan y le agregaban picardía.

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Vanessa Zúñiga, una cartaginesa quien desde antes del mediodía se ubicó a un costado de la Catedral Metropolitana, fue un claro ejemplo de cómo algunos ticos vivieron esta fiesta. Ella hidrató a varios caballistas que pasaron por su lado, a punta de ron y limón. También se robó las miradas de algunos jinetes y hasta aceptó las invitaciones de algunos que la llevaron a dar una vuelta en sus animales.

“Me gusta mucho el tope. Todos los años vengo a disfrutar con mi gente bella. Es primera vez que me monto en un caballo, pero, me encantó. El jinete me cuidó mucho”, aseguró Zúñiga.

Espectáculo. Muchos caballistas, criadores y asociaciones se toman muy en serio el Tope Nacional. Saben que es una vitrina importante para mostrar sus animales y compartir así toda su pasión por la hípica.

Gracias a eso, las calles josefinas, las únicas del mundo que se cierran para un evento de este tipo, según la Asociación de Criadores de Caballo Costarricense de Paso, vieron desfilar ejemplares que superan los $50.000. Pero más allá del precio, los pura raza española , los frisones o los gypsy son razas que se distinguen por su elegancia, su porte, por ser dóciles y su gran fuerza.

Un buen ejemplo de esa elegancia la puso Bote, un frisón de la ganadería de Allan Arrieta, que de la mano de su jinete Jorge Cano mostró cómo se ejecuta un piaf , una suerte de la doma barroca de adiestramiento.

“Estos caballos (frisones) son empleados para el adiestramiento, la alta escuela ecuestre, que les permite tener un paso muy fino y definido”, aseguró Cano.

El Tope Nacional comenzó con mucho orden, y generando espacios suficientes para que los grupos más organizados desfilaran y se lucieran, como la Asociación Hípica de Coronado, la Asociación de Caballistas de Turrialba o los hermosos ejemplares de caballo español cartujano, de la criadora Laura Collado .

Otras de las razas que agregaron colorido al desfile de jinetes fueron los caballos de la raza pinto americano, pero, en especial, de la querida raza nacional costarricense de paso.

Jorge Muñoz, criador de la raza pinto americano y cuarto de milla, aseguró que el tope de este año se caracterizó por el orden y por el show que entregaron a los asistentes.

Del espectáculo ecuestre dio fe la familia de Marlene Chavarría, Tatiana y Cherry Mata Rojas, quienes desde Purral de Guadalupe llevaron sillas, gaseosas y armaron un picnic en plena avenida segunda.

“Trajimos a los nietitos para que vengan a disfrutar todos de los caballos. Hoy venimos como 20”, dijo Marlene Chavarría.

Y si de reyes del tope se trata, ahí están los caballos costarricenses de paso, una raza de la que se lleva registro desde 1972 y es de las preferidas de los caballistas de corazón.

Jorge Gutiérrez, criador por más de 20 años de esta raza, aseguró que la belleza de estos radica en que es fácil de manejar y en sus elegantes movimientos. Los caballos realizan elevaciones de sus brazos delanteros en armonía con las patas traseras.

Detalles importantes. La seguridad fue notoria a lo largo del recorrido, evitando disturbios o peleas callejeras, generalmente en manos de personas que no se miden con el licor. No obstante, no faltó al final del tope un par de pequeños incidentes que fueron controlados en poco tiempo.

En cuanto al espacio para disfrutar del recorrido del tope, los más cotizados fueron los que estaban cerca de las tarimas de transmisión de los canales de televisión.

En esos lugares la gente se aseguraba dos espectáculos: el que ofrecían los caballistas y escuchar a los animadores y grupos musicales que cada televisora convocó para sus transmisiones.

Incluso, algunas caballistas o modelos que trabajaban para una marca de toallas sanitarias, atunes o gaseosas tuvieron que soportar toda clase de piropos.

Melissa Mora vivió en carne propia escuchar a coro a varios jóvenes gritaban de todo, mientras ella no dejaba de sonreír y saludar con su mano. Pero bueno, ese es el tope, guste o no.