¿El jinete sin caballo o el caballo sin jinete?

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A lo lejos, parecía un montador que se acercaba a la meta del tope sin haber podido domar a su caballo. El chúcaro animal, entre patadas y relinchos, lo llevaba prácticamente arrastrado.

Pero no, Martín Guzmán llegó a pie al Tope Nacional. Era el único caballista que, tras varias horas y kilómetros de recorrido desde Plaza Víquez hasta La Sabana, iba a terminar con los pies adoloridos.

Acudió con el atuendo requisito para la ocasión: sombrero vaquero, lentes oscuros, camisa de cuadros, jeans azules, zapatos de cuero y una fusta en la mano. Lo que no traía era la montura.

Diamante de Oros, un caballo de raza criolla cruzada con española, estaba ayer de cumpleaños. Su primer año, su primer tope.

A esa edad, un equino no está listo para ser montado, pues el lomo es aún muy tierno y se podría deformar.

Cualquiera se preguntaría, entonces, por qué alguien va a un tope con un caballo que no se puede montar.

La respuesta de Guzmán es muy contundente: “Es uno de los días más grandes en lo que se refiere a caballos. Es un placer que no lo da ni la mujer, ni la moto ni un avión”.

Diamante de Oros es casi como un hijo para este nicaragüense que vive en Costa Rica desde 1985, cuando se refugió en el país por causa del conflicto armado que azotaba a su nación. El valor del caballo ronda los $10.000, pero para este hombre vale más la relación que han cultivado durante 365 días.

Como si se tratase de un parque de atracciones para un niño, don Martín llevó al desfile a su equino para que se divirtiera, según él. Lo cierto es que el animal lucía incómodo y no dejaba de luchar, como buen garañón (equino sin castrar), para que lo soltaran y así dar rienda suelta a su instinto: el de montar a alguna hembra y morder y patear a los otros machos.

Ahí es donde entra el papel de Guzmán, similar a aquella famosa película El señor de los caballos , con Robert Redford y Scarlett Johansson. Con palmadas firmes en el cuello y un “tranquilo, tranquilo”, por ratos lograba algo de sosiego en el animal, que no dudaba en asustar a los espectadores con sus rebeldes relinchos. “Es como cuando usted tiene un novio y se hablan y se acarician ya luego se casan”. Cual si fuese un perro, hasta le enseñó a dar la pata.

Para el próximo Tope Nacional, ya Diamante de Oros tendrá dos años y una silla sobre su lomo, y don Martín ya no tendrá que desfilar a pie. “Él es la alegría de uno. Cuando me monte, va a ser como si fuera en un jet ”.