19 años le enseñaron a preparar el mejor vigorón

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Aunque el sabor es razón suficiente para quedarse en el puesto de doña María Eugenia Soto, esta vendedora de vigorones de eterna sonrisa sabe cómo complacer los antojos de quienes llegan a su puesto, en el paseo de los Turistas.

La experiencia que solo dan los años ha sido buena con ella, porque le enseñó cómo preparar el mejor vigorón. Para quien ponga en duda la calidad de su plato, nada mejor que los hechos: un buen día llega a vender hasta 100 unidades.

“Yo me inicié con mi hermana mayor; ella comenzaba a poner un puesto propio y me decía qué hacer y cómo prepararlo. Luego me dije, ‘tengo que tener algo propio, tengo que lograrlo sola’”, explicó la microempresaria.

Soto está cerca de cumplir 20 años vendiendo este platillo elaborado con repollo, yuca, trozos de chicharrón y pico de gallo (conocido como chimichurri por las vendedoras), servido en una hoja de almendro en forma de cono. En este tiempo, la vida le demostró, mañana tras mañana, que para triunfar se debe trabajar duro.

Cada día se levanta muy temprano para preparar cada ingrediente.

“Me levanto todos los días a las 4:30 a. m. a prender el fuego para calentar la manteca para los chicharrones y luego poder preparar las otras cosas. Cuando comienza a amanecer, me apuro; a las 8 a. m. estoy en la playa con todo fresquito y de ahí hasta las 7 p. m.”, comentó la vendedora.

A lo largo del tiempo, también libró batallas, una que recuerda fue contra la Municipalidad. El gobierno local quería prohibir que ella y las demás vendedoras ejercieran su oficio; luego de una batalla legal ganaron el derecho de continuar.

Para lograrlo asistió a un curso de manipulación de alimentos, siguió las disposiciones del Ministerio de Salud, entre ellas tapar cada recipiente donde almacena la comida, mantener alcohol en gel y servilletas en su puesto.

Tiene clientes fieles que la buscan en su puesto, frente al restaurante Veleta. Su negocio le permitió sacar adelante a su familia.

“Con la venta de vigorones pagué casa, luz, agua, el sustento de mi familia y el colegio de los chiquillos. Tengo tres hijos y una mujer; ahora, todos son adultos”, mencionó acompañada de su contagiosa sonrisa.

Cada vigorón cuesta ¢2.500 y ella le dará una experiencia gastronómica para que el visitante quiera volver. Esta microempresaria no olvida a una señora embarazada que se comió tres; meses después regresó para presentarle a su hijo y comerse otro vigorón.