Videojuegos de sello tico

Lo que hace unos años parecía imposible, hoy es realidad para varios costarricenses. ¿Quiénes son las personas que se ganan la vida creando videojuegos en nuestro país?

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Durante 90 segundos, la pantalla muestra a una pequeña criatura azul moviéndose a través de los escenarios más descabellados y complicados que un ser humano pueda imaginar. La criatura, llamada Fenix, salta, flota y revolotea a través de laberintos llenos de peligros y trampas, de enemigos que buscan acabar con su vida.

El ritmo es frenético; la adicción es previsible. Cuando el trailer de minuto y medio concluye, se lee una leyenda: “Atrapá la galleta”. Por encima, en letras grandes y coloridas, el título del juego: Fenix Rage , cuya traducción en español es, sin duda, apropiada: La ira de Fénix.

Fenix Rage es la obra magna –hasta ahora– de Green Lava Studios , una compañía que se dedica al desarrollo de videojuegos.

Su fundador es Eduardo Ramírez quien, hace algunos años, decidió que, para concluir su carrera de Ingeniería en Sistemas Computacionales, en la Universidad Estatal a Distancia, iba a desarrollar un videojuego como proyecto de graduación.

Aquello materializó un deseo que había arrastrado desde siempre. “Cuando estaba más joven y utilizaba programas de animación digital, mover un pixel en la pantalla me parecía la cosa más chiva del mundo”, cuenta Eduardo.

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Un tiempo más tarde, tras la muerte de su abuela, Ramírez recibió una herencia de ¢250.000. En sus manos quedó la decisión más difícil de todas: podía utilizar su dinero para comprar un Nintendo Wii o invertir ese dinero en realizar su sueño de dedicarse, de forma profesional, a desarrollar videojuegos.

Contra todo pronóstico, Ramírez fundó una sociedad anónima, compró las herramientas digitales más baratas posibles y adquirió el dominio greenlavastudios.com.

Su vida nunca volvería a ser la misma.

Utopía pasada. Hasta hace algunos años, la mera posibilidad de dedicarse al desarrollo de videojuegos como una forma de ganarse la vida permanecía, en este país –y en muchos otros–, en el reino de lo utópico.

La consabida democratización de la tecnología y la información –y, especialmente, del acceso a ambas– ha permitido que el oficio de los videojuegos no se quede en el sueño opiáceo de buena parte de adolescentes y adultos jóvenes.

Sin contar con el dinero de las grandes compañías desarrolladoras que dominan el mercado AAA (denominación que se utiliza para englobar los videojuegos realizados con los mayores equipos, los mayores presupuestos y las mayores campañas de promoción publicitaria), los desarrolladores costarricenses han encontrado un nicho en los juegos indie; es decir, independientes y alternativos.

Hasta el 2009, Marlon Cascante trabajaba en una agencia de publicidad, haciendo campañas, videos y “cosas de esas”, relata. Atascado en el trabajo publicitario, decide que quiere hacer un videojuego. Su formación como gamer , forjada en las trincheras de juegos como Resident Evil y Tony Hawk , lo obligan a ser ambicioso: Cascante quería hacer un juego en tres dimensiones, que satisficiera sus propios gustos como jugador.

Hace seis años, Cascante tomó la decisión definitiva. Renunció a su trabajo y comenzó a trabajar como freelancer. En su tiempo libre juguetea con algunas variantes en Flash –la plataforma de Adobe que permite generar gráficos y animaciones– y crea sus primeros juegos, similares a Mario y Pinball .

Con el tiempo, sin embargo, Cascante vio la luz, cuando creó Danny, el gecko moreno , un videojuego educativo centrado en la seguridad vial. Aquella fue la plataforma que dio lugar a CanuArts , la compañía que Cascante preside y que cuenta, en su historial, con más de 25 juegos desarrollados.

“Durante los últimos tres años nos hemos dedicado a los videojuegos de forma exclusiva”, cuenta Cascante de su estudio, que da trabajo a una docena de personas.

Made in Costa Rica. “Ya no somos invisibles”. Las palabras de José Pablo Monge bien podrían pasar por una declaración política, tal como su pinta –cabello rubio oxigenado, chaqueta de cuero– podría pasar por la de vocalista de una banda de punk y su historia por la de un personaje de un videojuego.

José Pablo es, de formación, ingeniero y de vocación gamer . Tras dedicar los primeros años de su vida profesional a diseñar software para una empresa de aviones, un buen día Monge decidió que ya no quería más. Que no iba a posponer más su sueño. Que quería dedicar su vida a los videojuegos.

Así nació Headless Chicken, su estudio. Junto a Diego Paut, director de arte de la compañía, Monge ha dedicado los últimos dos años a desarrollar el juego Pause-play-stop , en el que la música altera el mundo y es una herramienta que el jugador puede utilizar a sus anchas, con absoluta libertad.

“No existe, en el mercado, ningún juego similar. Queremos hacer un producto que nos separe del resto, que nos haga destacar por el trabajo que hemos invertido”, comenta Monge.

Esa capacidad inventiva es, a fin de cuentas, el principal activo de los creadores de videojuegos costarricenses. El acceso a las tecnologías de desarrollo y distribución de productos tecnológicos, como los videojuegos, no solo es una ventaja: también es una forma de eliminar los límites de competencia. Un juego hecho en este país compite, literalmente, contra ideas y propuestas gestadas en todos los rincones del planeta.

“La apertura de las tecnologías ha ayudado a que mucha gente aprenda sobre ellas”, comenta Felipe Cartín, del estudio Fair Play Labs, creadores del juego Color Guardians . “Esto ha facilitado la producción de contenido para computadora, móvil y plataformas. Lo que sigue es contar con mano de obra mejor capacitada”.

La creatividad y el trabajo que necesita un videojuego para captar la atención del público –y el beneplácito de la crítica– se asemeja, cada vez más, al de otras formas de arte.

“Se ha convertido en una especie de moda”, cuenta Marlon Cascante. “La gente descarga una plantilla prefabricada, hace un par de modificaciones y cree que eso es desarrollar un videojuego, sin saber que detrás de un juego hay un trabajo arduo que toma mucho tiempo y dedicación”.

“La creatividad”, agrega Eduardo Ramírez, “es intangible”.

Esa es la principal herramienta con que cuentan estos –y muchos otros– muchachos quienes, a punta de perseverancia y trabajo, contra todo pronóstico, hoy se labran una carrera creando videojuegos en Costa Rica. La utopía se hizo real.