'Vagabundos tropicales', novela de mar adentro

Blas Dotta ofrece su nuevo libro

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“En el mar”, se lee en la novela Vagabundos tropicales de Blas Dota, “todo tiene que ver con las salidas y entradas, y no asustarse… Pero sobre todo, con las entradas, regresar es más fácil”. Uno de los personajes lo dice de otra forma: “aquí nada es lo que parece, nosotros no nos metemos con los locales si ellos no se meten con nosotros… El problema es mar adentro”.

El relato transcurre en un territorio casi insular, Barra del Colorado, en el Caribe norte, y hace del agua y de su condición fluida una metáfora del destino humano.

Una galería de personajes encerrados en sí mismos toma cuerpo en contacto con las historias, utopías, recuerdos y palabras que los redimen, que los vuelven reales a pesar de la irrealidad ambiental, de “la dureza de lo vivido”, de su incapacidad de amar y de “una posteridad tan breve”.

Barra del Colorado es el espejo de las pasiones de hombres y mujeres que, prisioneros de un “laberinto mutante”, de “una tierra de canales y desviaciones, laberinto de ríos y entrantes… Bifurcaciones que te llevan a parajes que te llevan a otros. Ríos sin salida…”, le reclaman a la vida un sentido, una señal en la caótica, agónica y absurda selva de sensaciones que discurre trepidante ante sus ojos.

La novela recrea la búsqueda de un padre tras las huellas de su hijo Juan, quien le envió la fotografía que, transfigurada en leitmotiv narrativo, recuerdo obsesivo e ilustración, sirve de portada al libro.

Además, el libro plantea de forma satírica el conflicto por el río San Juan entre Nicaragua y Costa Rica, el dragado y la frustración histórica que ocasionó la construcción del canal interocéanico en Panamá, y desarrolla la trama de un asesinato.

El dilema ético que enfrentan los personajes se resume en la última página, en las palabras de Akki, el padre: “O sos revolucionario o sos contrarrevolucionario. Eso es todo”. No se trata de un problema ideológico sino humano.

“Estuve quince años en prisión. Pasaron casi treinta años desde entonces”, dice al explicar el largo desencuentro que ha sido su vida. Nunca conoció al hijo porque cuando nació estaba clandestino, en Uruguay, y cayó preso.

Aunque aparentemente derrotado después de la tortura y la guerra sucia en su país, Akki no pierde nunca el sueño de recuperar el cuerpo de su hijo en el laberinto de canales y espejismos que es el Caribe. La misteriosa desaparición de Juan entreteje una trama de insinuaciones, frases entrecortadas e imágenes fragmentarias que, como el San Juan o el Colorado, se ramifican en múltiples terminaciones nerviosas.

“Sentí que se acerca el final de algo”, concluye el narrador. “La historia llegaba a su fin con muchos cabos sueltos, pero deseé que ese día de mañana ya llegara y hacer muchas cosas, aunque no supe en ese momento cuáles”.

Los personajes de Vagabundos tropicales adquieren resonancias literarias: el narrador es Capote Cuadra; el argentino Dante –el reverso de Akki al privatizar los sueños colectivos y vivir de la euforia permanente–; Oliveira, el dueño del hotel; el comandante se apellida Figueres y Cornelius Vanderbilt, abuelo de Constanza, mujer de Capote, es nieto del comodoro que fundó la compañía de vapores que surcó el río San Juan en el siglo XIX.

Vanderbilt mantiene vivo el mito del canal y parece un personaje salido de una novela del uruguayo Juan Carlos Onetti con rasgos de realismo mágico. Vive en un astillero aplastado por la nostalgia y el pasado: “Los restos de la vieja draga que levantaron para el frustrado intento de construir un canal interoceánico (…) se erguían a la entrada del río como un gigante mudo y petrificado”.

Ahí sigue erguida, como cualquiera que visite el río San Juan puede constatar, porque en ocasiones es más barato dejar que los sueños humanos se pudran por sí solos que desmantelarlos.

El inmenso brazo mecánico, detenido en la historia latinoamericana, es el símbolo de un tiempo cíclico que no puede salir de la incontable repetición de fracasos y de países y revoluciones en borrador.

También es el anhelo, como lo expresa Vanderbilt en sus diálogos delirantes, de corregir el pasado, de hacer coincidir, por una vez en 500 años, los sueños con la realidad, el rostro y la máscara, la fiesta y el día siguiente. Una mención aparte merece el espléndido monólogo de Constanza en el Distrito Federal, capítulo 14, y la recreación del habla popular mexicana.