Una exposición celebra la música en el Museo Nacional

‘A tres bandas’. La exhibición incluye las herencias americana, española y africana.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

En la exposición se entra a paso de chachachá, lo que, como el tango, es otra “forma de caminar”, cual dice una sentencia de Jorge Luis Borges atribuida luego al prolífico autor Anónimo. Los pasos del chachachá y de otros ritmos están dibujados aquí, en el suelo, y quien los siga irá por buen camino hacia la historia viva de la música iberoamericana.

“Deseamos que, cuando ingrese, el público se encuentre con música que le sea conocida: boleros, merengues, rancheras, pasillos, tangos...: que la oiga y la baile”, explica el musicólogo español Albert Recasens, curador de la exposición A tres bandas: Mestizaje, sincretismo e hibridación en el espacio sonoro iberoamericano , abierta en el Museo Nacional.

La muestra fue organizada por la Acción Cultural Española con la colaboración del Ministerio de Asuntos Exteriores de España y del Ministerio de Cultura de Costa Rica. Desde su inicio en junio de 2010, la exposición ha viajado por otros países, como Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Puerto Rico y España. El montaje de la exposición es admirable, y su adaptación al espacio se debió al personal del Museo Nacional.

“Sorprende comprobar cuán rico y antiguo es el mestizaje musical de Iberoamérica”, expresa Albert, también historiador y profesor de música.

Se oyen canciones de fondo, y hasta hay incienso alusivo a las composiciones religiosas. Aquí reina tanta música, que quien simplemente hable le pondrá letra.

Tres colores. La exposición se ofrece como un paseo visual y auditivo de los siglos XVI al XX. Hay textos, fotos, carteles, videos, muñecos, máscaras e instalaciones, y muchos instrumentos musicales que pueden tocarse en los dos sentidos.

Un propósito de la exposición es resaltar el sincretismo cultural: cómo las músicas se encuentran, se cruzan y crecen en arborescencias. La exhibición también demuestra que la música surge de la vida en ciertos espacios: el campo, un templo, un salón...

Así, las caras de unos cubos ofrecen mapas antiguos; imágenes de calles y mercados, y dibujos de fiestas (como la del “palo volador”, de tradición indígena): todos, lugares donde la música es la forma más armoniosa de conversar.

Una sala demuestra la importancia adquirida por las industrias que difunden la música popular: los discos, la radio, el cine, el video. El diseñador español Enrique Bordes Cabrera otorgó nuevos colores a las portadas de los discos.

Toda la exposición juega con tres colores para sugerir herencias: el amarillo alude a la vertiente indígena; el azul (el mar), a los aportes español y portugués; el rojo, a las culturas africanas.

Pintadas en las paredes, las salas y las secciones exhiben bandas amarillas, azules y rojas; sus longitudes indican las “dosis” que unos objetos o unos ritmos recibieron de una cultura. Así, el rojo predomina en los objetos de la música cubana.

Una serie de pantallas exhibe videos de bailes populares: el pasillo, la cueca, la marinera, etcétera. Algunos se tornaron “bailes nacionales”, como el bambuco en Colombia y el joropo en Venezuela,

Recasens explica que ciertos bailes, como la cueca (de Chile), se extendieron por la llegada de bandas musicales que acompañaron a los ejércitos emancipadores. Los músicos eran gente del pueblo que interpretaba ritmos del pueblo, no solo marchas militares.

Cantos y rezos. Cerca, unos armazones de madera representan un espacio –quizá un templo– en el que imágenes religiosas aluden a las tradiciones indígena y española. Un caso de trasvasamiento artístico fue la música culta europea interpretada en las misiones jesuitas ubicadas en el Paraguay del siglo XVIII. Se oyen cantos llegados como de ángeles mestizos.

Las músicas representan también prácticas religiosas (mitos de la Creación) y médicas (cantos de chamanes). Videos del ritmo guillatún mapuche (Chile) ejemplifican ceremonias músico-religiosas que intentan la comunicación con los dioses.

También visitamos la santería, el disfraz devoto que los cultos africanos visten para sobrevivir en islas del mar Caribe. Videos ofrecen ceremonias dedicadas a Changó, Ochún, Yemayá y otros dioses de nombres sonoros cual canciones.

Algunas fotos nos recuerdan las danzas de moros y cristianos, presentes en casi toda Hispanoamérica. En los bailes, los indígenas y los africanos reemplazan a los árabes.

Las otras voces de la gente son los instrumentos musicales, y aquí se ven los aerófonos, como las ocarinas y las quenas, que hablan también de la belleza de la artesanía tradicional, incluso de la precolombina. El artesano es el autor anónimo de la literatura hecha arte.

La música cubana es un país más grande que su isla, y se extendió a Iberoamérica y a los Estados Unidos tanto como a las salas de esta intensa exhibición: videos, escenas de películas, fotos, instrumentos, portadas de discos...; Benny Moré, el Trío Matamoros, Toña la Negra (mexicana), Eddie Palmieri (portorriqueño), Johnny Pacheco (dominicano)...

Recasens considera que el cubano es “uno de los primeros sincretismos musicales globalizados de Iberoamérica y la base para la formación de otros ritmos en Cuba, el Caribe y los Estados Unidos”.

La música de México también gira en el aire con sus mariachis, rancheras, huapangos, y divas de blanco y negro y lágrimas de celuloide. México recibió la música cubana por Veracruz; la llevó a la capital y luego al mundo mediante cintas bailables y discos que siempre estaban de vuelta.

África y América. No faltan las músicas y las imágenes de la costa caribeña de América Central, con sus simbiosis hispanoanglófonas, en las que las tradiciones africanas cobran importancia.

Desde el sur de los mapas, los Andes llegan tras sus voces de pentafonía, con los colores de sus trajes y de sus cantos. He aquí otro sincretismo entre las músicas nativas y las españolas.

Sobreviven los instrumentos aborígenes (como la quena, el pincullu y la gaita colombiana), y se adoptan y adaptan instrumentos hispanos, como la guitarra, que dio origen al charango, el tiple, el requinto, la jarana, el guitarrón, el tres y el cuatro.

La exposición nos rememora que de España y Portugal arribaron otros instrumentos de cuerda, como el arpa y el violín.

Una plataforma de madera sugiere la cubierta de un barco de tráfico de esclavos: ¿qué cantarían en sus noches de felicidad y Luna menguantes, en las que llevaban puestos solamente sus idiomas y sus melodías? Cerca, bellos instrumentos de percusión, como los tambores batá.

Oímos grabaciones de cantos en el castellano transmarino: la payada, la décima, la controversia, el corrido, el punto, la guajira, la copla, la tonada, el romance y la xácara: museos cantarines que proceden del romance octosilábico y de las improvisaciones medievales, ya perdidas en España.

Unos videos brindan fragmentos de música actual: de los pueblos amazónicos, de los indígenas de México, de las zonas “africanas” de Centroamérica. “Práctica viviente de una tradición”, dice Albert Recasens hablando solamente de lo que sabe, pero lo sabe todo.

La exposición termina en una hermosa reproducción de dibujos mayas de los murales de Bonampak (Chiapas, México) del siglo VIII. De nosotros se despide el séquito del último gobernador. Él camina con músicos que tocan instrumentos como trompetas, caparazones de tortugas, maracas y tuncules (tambores de madera).

“La exposición invita a un viaje por las profundas raíces de la música latinoamericana en una celebración del mestizaje. Ludismo y pedagogia se entremezclan facilitando el reconocimiento de nuestras identidades a través de la música y el baile”, opina Randall Zúñiga, investigador de la música popular.

A tres bandas me ha agradado enormemente. Está muy bien documentada y hasta puede ser divertida porque ofrece la posibilidad de practicar pasos de baile”, dice María Clara Vargas Cullell, exdirectora de la Escuela de Música de la Universidad de Costa Rica.

Pocas veces se ha visto y oído una exposición tan completa y hermosa en Costa Rica. No hay que perderse esta obra de arte en sí misma. Al salir nadie le quitará lo bailado: todo lo contrario.

...

Paso a paso. La exposición se brindará hasta el 31 de agosto de martes a sábado de 8:30 a. m. a 4:30 p. m., domingo de 9 a. m. a 4:30 p. m. En la próxima semana se cerrará el lunes, el jueves y el viernes. Teléfono 2257-1433. Tarifas: museocostarica.go.cr