Una autobiografía precoz

Luis Chaves. Como otro vate, Evgueni Evtushenko, el ganador del Premio Nacional de Poesía se confía y se confiesa

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Caballerosamente, Luis Chaves declinó (así escriben los periodistas de política) responder la primera pregunta, dedicada a la resbalosa situación del Club Sport Herediano, la escuadra de sus pasiones, que está invitada otra vez por la baja. Aunque estas invitaciones no se aceptan, el Destino insiste. En cambio, don Luis respondió otras preguntas, en la tarde del jueves 7, día fausto, cuando se anunció que se le había otorgado el Premio Nacional de Cultura Aquileo J. Echeverría en Poesía por su libro La máquina de hacer niebla.

En el fallo, el jurado expresa sobre La máquina de hacer niebla : “Esta obra muestra la evolución consciente y autocrítica del trabajo del autor, en un lenguaje directo, pleno de intencionalidad y sentido poético, que logra hacer, de sus lectores, cómplices por medio de su equilibrada emotividad”.

He aquí las respuestas del aedo.

–¿Cómo logró la publicación de “La máquina de hacer niebla” por una editorial española tan prestigiosa como La Isla de Siltolá?

–Todo sucedió de una manera fortuita. El editor español José María Cumbreño, de Ediciones Liliputienses, me escribió para pedirme una obra destinada a una posible edición pequeña en España. Le envié varias cosas, y, después de proponerme publicar Asfalto en su sello, me dijo que iba a mostrarle mi trabajo a otro editor amigo suyo.

”Resultó que Javier Sánchez Menéndez, director de la editorial La Isla de Siltolá, se interesó en el proyecto de armar una antología de mis textos. Así sucedió. Personas que nunca me han visto se interesaron en arriesgarse y en publicar una antología de un escritor centroamericano”.

–Resúmanos el contenido de esa pulquérrima edición.

–Javier y José María se encargaron del prólogo y de la revisión editorial, y me pidieron seleccionar textos de mis libros de poesía publicados. Lo hice, y además propuse que la lectura fuera cronológica del presente hacia atrás; es decir, de lo más reciente hacia lo más antiguo, porque, como es natural, me siento más cercano de lo que escribí hace poco que de lo que hice en años anteriores.

–Usted editó “Los Amigos de lo Ajeno”, revista que está en el “imaginario” (como decimos los popmodernos) de la literatura hispanoamericana. ¿Qué significó esa experiencia para su propia obra?

–Significó muchas cosas, la mayoría de importancia en el orden personal: amistades que empezaron por la empatía de opciones estéticas; leer a gente que pensaba lo mismo que Ana Wajszczuk y yo acerca del acto de la escritura, lejos de la solemnidad, de la pose, del cliché que hay alrededor de la poesía. Fue un proyecto sin fines de lucro, sin ambiciones de trascendencia, y que sentía que cada número publicado sería el último.

–Hablando de “amigos de lo ajeno”, ¿cuál libro ajeno le hubiese gustado escribir?

Cómo detener el tiempo: La heroína de la A a la Z , de Anne Marlowe.

–¿Se identifica usted con la tendencia de la “antipoesía”, cuyo origen se atribuye a Nicanor Parra?

–Para nada. “Antipoesía” es un término que le corresponde al gran Nicanor. Yo entré a la escritura por la puerta de atrás, por la letra de canciones populares, baladas románticas; luego por la letra de rockeros que contaban historias. A los “grandes autores” los leí ya siendo adulto.

–¿Con cuáles escritores de Costa Rica se siente usted más próximo en cuanto a temas y lenguaje?

–Por sobre temas y lenguaje, algo más importante es la visión de mundo, y, para mí, hay un solo nombre, una mezcla de amigo, mentor, hermano: Osvaldo Sauma.

–¿A cuál costarricense ya fallecida o fallecido le hubiese otorgado el Premio Nacional de Poesía?

–A Virginia Grutter.

–¿Lo tienta el ensayo?

–Lo he ensayado, y me dicen que ese poema necesita tijera.

–¿Qué textos formarían parte de una “Antología para desperdiciar el tiempo”?

–Hay una frase genial del poeta y narrador español Carlos Pardo, que dice algo así: “Cómo recuperar el tiempo perdido / para malgastarlo”. Pienso en esto siempre. Quisiera poder enseñarles una sola cosa a mis hijas: esa.

–“Asfalto” es un libro limítrofe entre la poesía y la prosa. ¿Le importa que su texto se defina a partir de un género literario?

–Por suerte –porque yo no sabría dónde ubicarlo–, ese trabajo les corresponde a los editores. Para la edición reciente que hizo Lanzallamas –catalogada como “novela corta”– escribí un epílogo donde hablo justamente de esa incapacidad mía para definir géneros cuando escribo. He escrito ensayitos, crónica deportiva, autobiografía no autorizada, y para mucha gente sólo escribo poesía. Está bien; eso no me corresponde etiquetarlo.

–¿Por qué se llama “Chan Marshall” uno de sus libros?

–Es el nombre de la cantante cuyo disco escuché en modo repeat por meses mientras escribía y revisaba todos los textos de ese libro. En esos poemas, en esos textos, están la respiración y el tempo de un disco suyo en particular: Moon Pix.

–¿Cuál papel desempeña la cultura popular en su escritura?

–Yo soy hijo de aquella clase media que resultó de la movilidad social del proyecto socialdemócrata cuando esa palabra representaba una ideología. No tuve estímulos –digamos– “literarios” en mi crianza, y con los años me di cuenta de que justamente eso se convirtió en la materia prima de lo que escribo.

”Hablo y escribo de lo que puedo, parto de mis limitaciones. No puedo hacer otra cosa, y quiero seguir teniendo claras algunas cosas: que hago lo que hago porque lo escogí, porque me gusta; que nadie me debe nada; y algo cardinal: que no tiene importancia, y que ahí reside su valor”.

–A pesar de una foto en la que se lo ve con corbata, usted irradia una imagen bohemia; pero ¿cómo es tan laborioso en la escritura?

–Tengo 43 años, dos hijas. A esa foto le faltan 20 libras. “Bohemia” me parece un término exagerado para lo que viví cuando era soltero y sin hijas. Creo importante aprender a no usar el tiempo de la manera en la que la gente “decente”, “ejemplar”, “sana” y “ganadora” opina que es la manera en la que se debe emplear el tiempo de vida.

–¿Cambia, corrige y suprime?

–Con los años, sí, más que antes. Uno se vuelve más autocrítico.

–Don Luis: ¿cuáles errores literarios que usted cometió a sus veinte años no recomendaría a los jóvenes de hoy?

–Sigo cometiéndolos. No me gusta dar consejos y no creo que tenga cosas resueltas. Sin embargo, para contestar esta pregunta, diría que siempre hay que saber que dar un consejo en el ámbito literario es una exageración.

–Usted escribe notables crónicas periodísticas. ¿Qué le ha dado esa labor a su obra poética?

–No pienso en géneros cuando escribo. Me gusta escribir con el aliento que el texto pide. Mi libro que más me agrada es el de apuntes del Mundial de Futbol del 2010.

–Sí, usted publicó “El mundial 2010, un libro de crónicas”. A propósito, ¿cuál es la lírica del futbol?

–Escribí esas crónicas diarias con el mismo cuidado con el que escribo un poema o un cuento. No es el qué: es el cómo.

–¿Cuáles autores han influido en usted y en qué momentos?

–Lo que uno escribe, creo, es el sedimento de todo lo que ha leído (nos guste o no), visto, escuchado. No soy un animal literario, ni un ratón de biblioteca ni un académico. En todo caso, por principio general, jamás mencionaría un autor obligado, de esos que la gente siente que debe nombrar.

–Ciertos escritores se arrepienten de sus primeras publicaciones. ¿Es este su caso, don Luis?

–Hablo por mí: sí. Si releyera mis libros, a todos les corregiría cosas.

–Algunos lo consideran conceptista: atento al ingenio, a la sorpresa de una idea. ¿Cómo definiría su estilo?

–Es menor; pero, ojo: para mí, “menor” no es algo necesariamente negativo; tiene que ver con esta otra elección de vida: publicar con editoriales independientes.

–¿Qué escribe y cuáles libros tiene “in pectore”?

–Escribo textos de narrativa que se reunirán en un libro titulado Italia 90.