Un teatro por un escándalo

Teatro Moderno. Quejas por impudicia dieron origen al segundo teatro privado de San José

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Cuenta el periodista Fernando Borges que, hacia 1911, en la pequeña y apacible San José se conocía ya lo que pudiera llamarse “el teatro de ‘mala’, [teatro] que por rancios escrúpulos no digería el sector conservador de la sociedad”. ( Teatros de Costa Rica )

Por entonces, se presentó en el Variedades una cantante y bailarina española conocida como “la Vidal”, de cuyo espectáculo eran parte tenues muselinas que la dejaban ver al natural para gozo del público masculino, que aplaudió a rabiar la novedad. En cambio, las damas presentes abandonaron el teatro a modo de protesta por tal impudicia, acción que terminó por cerrarle a la cupletista las puertas del Teatro Variedades y las de cualquier otro local josefino.

Entre admiradores. Ya para entonces, según narra Borges en el lenguaje de su época, “la Vidal, que a más de ser una ‘real hembra’ por su hermosura y belleza, era de lo más amable y graciosa”, tenía en la ciudad los suficientes amigos y admiradores como para salir del paso.

En efecto, muy pronto, tres jóvenes josefinos, de apellidos Facio, Valenzuela y Castro Beeche, se pusieron de su parte y, de lo que era una bodega comercial a 125 varas al sur del parque Central, en la calle 2 y las avenidas 6 y 8, hicieron un salón-teatro para que actuara la española. Así, lo que fue una bodega del señor Eloy González pasó a llamarse “teatro” Olympia.

Aunque apenas acondicionado para el espectáculo de la vedette española, al rotundo éxito de taquilla del Olympia contribuyó el de las proyecciones cinematográficas que se alternaban con aquel espectáculo. Esa circunstancia estimuló al empresario Rafael Delcore a proponer a González levantar en el mismo sitio, ahora sí, un teatro en el sentido estricto.

Mientras tanto, Delcore viajaría a Francia e Italia a fin de asegurarse el suministro regular de material cinematográfico, tratando directamente con sus productores. Asimismo, seleccionaría algunos de los apetecidos espectáculos europeos de variedades.

De acuerdo ambos empresarios y comprometido González con un capital cercano a los 80 mil colones, en 1912 se inició la obra.

Antes, el domingo 12 de noviembre de aquel año, el Olympia brindó su última función, completamente lleno y entre los aplausos del público josefino que acudió a despedirlo; luego fue demolido. Ya para fines de diciembre, el semanario limonense El Comercio anunciaba:

“Con planos del ingeniero don Luis Llach, se está construyendo en San José un nuevo teatro en el mismo lugar en que estuvo el ‘Olympia’ [...]. El nuevo teatro se llamará ‘Teatro Moderno’, será mucho más cómodo y más grande que el ‘Variedades’ y tendrá todos los adelantos modernos. Este edificio será orgullo de la ciudad capital [...]. Números de ‘varietés’ están contratados ya por el señor Rafael Delcore en Europa”.

En efecto, Luis Llach Llagostera (1868-1955) era un ingeniero-arquitecto catalán que, tras graduarse en la Universidad de Barcelona, había cruzado el Atlántico para hacer carrera. De hecho, aquí llegó en 1909, procedente de Suramérica, donde residía desde años atrás y había dejado su huella construida ya.

Un teatro modernista. Apenas llegado, el catalán se ligó a la revista local Arte y Vida , que en abril de 1910 lo describía así:

“Don Luis Llach realiza la más hermosa homoduplexiridad : arquitecto, ingeniero y hombre de negocios, no ha abierto su espíritu a lo práctico y calculador; antes bien, con el más juvenil entusiasmo, presta todo su esfuerzo a los quiméricos anhelos artísticos, y con una visión altísima del Arte, su corazón siente como el más y sueña y cree como el menos”.

En sintonía con la atmósfera “modernista” que se respiraba en toda Hispanoamérica de la mano de Rubén Darío y otros bardos, en aquella publicación que se proclamaba “por el arte y para el arte”, Llach realizaría labores gráficas y editoriales antes de convertirse en su director y propietario.

Por esa razón, y dada la idealista circunstancia de que había nacido el Olympia, no parece ser casual que, para diseñar a su sucesor, se llamara precisamente a ese arquitecto. Por otra parte, su formación profesional y la atmósfera dicha hacían de Llach un cultor de la estética modernista, también denominada art nouveau en Europa.

De este modo nos describe el inmueble una extensa nota aparecida en La República el 30 de abril de 1913, días antes de su inauguración: “Invitados por el propietario estuvimos anoche a visitar el edificio, a prueba de temblores, del ‘Teatro Moderno’, un nuevo centro de diversiones cultas que se inaugurará a principios del mes entrante.

”La elegante fachada, con su arpa y figuras laterales monumentales, bronceadas, y bañado todo por una luz de potentes reflectores, invita a cruzar el vestíbulo que resguarda de la lluvia al visitante. En primer término, al lado norte, expendio y escala independiente para galería.

”En el vestíbulo, a la izquierda, la boletería de platea, a la derecha la entrada, y en todo el ancho grandes puertas de emergencia que permitirán al público, en caso de necesidad, evacuar el edificio sin atropellarse. ¡Qué sorpresa se recibe al entrar! ¿Era éste el lugar que ocupó anteriormente el desventurado saloncillo que llevaba el nombre de ‘Teatro Olympia’? ¡Apenas puede creerse!”.

Un diseño inusual. El teatro se inauguró el 10 de mayo de 1913. El investigador Fernando González afirma que el Moderno fue diseñado para 1.200 espectadores y con una distribución semejante a la del Teatro Nacional, con tres palcos principales de platea, lunetas, butacas y galería, además de un elegante foyer .

Tampoco se escatimó inversión más allá del diseño arquitectónico en sí, pues el taller josefino de los ebanistas europeos Lamothe y Faith ejecutó su mobiliario, mientras que el decorado y la iluminación estuvieron a cargo del escenógrafo y electricista español Roberto San Vicente, instalaciones todas “conforme al reglamento municipal de París” (Luis Llach: En busca de las ciudades y la arquitectura de América ).

No obstante, lo que más sensación causó del segundo teatro privado de la capital fue su portada. Por su ubicación a media cuadra y en un terreno restringido de fondo, la fachada seguía la línea de la angosta y tradicional acera de piedra sin remeterse un paso siquiera.

En cambio, si bien era simétrico, su inusual diseño contrastaba con cualquier referente que pudiera tenerse en San José.

Plana, su composición escapaba a los cánones neoclásicos al uso y se dividía en tres cuerpos claramente marcados por pilastras recubiertas de mármol, el central de los cuales era rematado por una estilizada lira gigante, cuyas cuerdas terminaban en estrellas.

A los otros dos cuerpos, en el segundo nivel los completaban ventanas, altorrelieves y esculturas alegóricas al teatro, la música y las artes. En primer nivel, dos puertas de arco escarzano flanqueaban el acceso, retraído y dividido en tres partes por columnas de madera provistas de decoraciones modernistas, al igual que el rótulo que exhibía el nombre del edificio.

Empero, a juzgar por los recuerdos de los josefinos de mayor edad hoy, esa apariencia art nouveau que tanto llamó la atención en su momento, no ha de haber sobrevivido a los terremotos de 1924. Quizá por esto, también, se haya olvidado que aquel teatro tuvo origen en el escándalo y la envidia causada por la hermosura de “la Vidal”.

El autor es arquitecto, ensayista e investigador de temas culturales.