Umberto Eco, inquieto descubridor del sentido

1932-2016: El pensador italiano falleció a los 84 años; deja a sus lectores la invitación perenne a cuestionar todo

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Fernando Chaves E.

Era inevitable preguntarle a uno de los grandes compiladores de información sobre la cultura por qué, en la época que vivimos, la afición por las listas parece haber resurgido. El periodista de Der Spiegel cuestionó: “¿Por qué perdemos tanto tiempo tratando de completar cosas que, de forma realista, no podemos completar?”.

“Tenemos un límite, un límite muy desalentador y humillante: la muerte. Por eso nos gustan todas las cosas que asumimos que no tienen límites y, por lo tanto, ningún final. Es una forma de escapar a pensamientos sobre la muerte. Nos gustan las listas porque no queremos morir”, respondió el semiólogo, novelista, crítico literario, intelectual público, polemista y filósofo italiano.

Embarcarse en una lista de las cosas que Umberto Eco hizo y deshizo a lo largo de una trayectoria de medio siglo no solo resultaría abrumador, sino, quizás, imposible. No por temor a no completarla, sino porque él mismo preparó su obra para que quedase abierta: por más décadas que hayan transcurrido, su pensamiento y su ficción continúan calando hondo en lectores, tanto en la academia como en casa.

A su fallecimiento, a los 84 años, este viernes, había publicado tanto libros sorpresivamente populares –el thriller histórico-filosófico El nombre de la rosa (1980) – como ensayos que siguen generando chispas en las universidades –como Apocalípticos e integrados (1964) y La estructura ausente (1968)–.

Era inesperado que un autor interesado en la simbología más críptica de la tradición europea llegase con tanta facilidad a bibliotecas de millones de lectores. La presumible oscuridad de sus temas e indagaciones se transformó, en sus escritos, en una invitación a pensar con más agudeza, a a leer con más fruición.

“Éxito de ventas, filósofo del sentido, logró vendernos una novela cuya mitad estaba escrita en latín vulgar, como si se tratara de un folletín detectivesco. Consumado semiólogo, teórico de la cultura, ensayista, filósofo, cuya tratados son de los más complejos e impenetrables, supo escribir las novelas más entretenidas e interesantes, donde los monjes medievales eran émulos de Batman y las conspiraciones de los templarios juegos peligrosos”, escribió el autor costarricense Gustavo Solórzano-Alfaro.

Esclarecedora y entretenida, su obra destacó también por abundante. ¿Cuál era el secreto para ser tan prolífico? “Siempre digo que soy capaz de usar los intersticios”, respondió a Lila Azam Zanganeh, en una entrevista para The Paris Review en el 2008.

“Hay mucho espacio entre átomo y átomo, y entre electrón y electrón, y si redujésemos la materia del universo eliminando todo el espacio intermedio, el universo entero se comprimiría en una bola. Nuestras vidas están llenas de intersticios. Esta mañana me llamaste, pero luego tuviste que esperar el ascensor y muchos segundos pasaron antes de que aparecieras en la puerta. Durante esos segundos, esperándote, estaba pensando en un nuevo texto que estoy escribiendo”, dijo.

Así esperaron los millones de lectores que se embarcaron con él por historia, signo y misterio, en novelas como El péndulo de Foucault (1988), Baudolino (2000) y El cementerio de Praga (2010).

En la novela que lleva su nombre, Baudolino se entera, en la París de mediados del siglo XII, de la legendaria tierra del Preste Juan, y se enamora de las maravillas contadas en una carta. Marco Polo, los conquistadores portugueses y muchos más creerían aquella fantasía. “La historia está llena de eventos que ocurrieron por un cuento imaginario”, decía Eco. Su obra, vista a la distancia, parece un mapa que conecta todos los cuentos del mundo de forma vertiginosa .

“¿Cómo se siente una persona cuando ve al cielo? Piensa que no tiene suficientes lenguas para describir lo que siente”, comentó a Der Spiegel . Hecha la lista de sus obras, ¿podríamos describir a Eco en un solo registro?

No cabe, tampoco, el elogio vano del autor, pues lo hubiese irritado a él, quien vivió de ejercer el pensamiento crítico. Si algo nos deja Eco es la voluntad de que el mundo sea un gran signo de pregunta.