Umberto Eco, 1932-2016: intelectual y épico

Lo informó el diario italiano La Reppublica. Tenía 84 años.

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Umberto Eco fue monumental. Siempre. En vida, en obra y, desde la tarde del viernes 19 de febrero –10:30 de la noche en Italia–, también en muerte. El literato e intelectual falleció el mismo día que la novelista estadounidense Harper Lee. Tenía 84 años.

La noticia apareció en el diario italiano La Reppublica, que citó a la familia del ya legendario escritor como fuente. No se dieron a conocer más detalles sobre el motivo que culminó su vida.

Eco nació el 5 de enero en el Piemonte, el 5 de enero de 1932. En 1954, se doctoró en filosofía y lingüística por la Universidad de Turín.

Cosechó una carrera prodigiosa en la enseñanza: fundó el Departamento de Comunicación de la Universidad de San Marino, e impartió clases en muchos otros centros de educación superior italianos. Desde el 2008, era profesor emérito y presidente de la Escuela Superior de Humanidades de la Universidad de Bolonia, donde enseñaba semiótica, es decir, el estudio de los signos y la producción del sentido a través de la interpretación.

Fue miembro de la Academia Nacional de los Linces, un prestigioso centro italiano de enseñanza de ciencias, donde impartió la clase de ciencias morales, historia y filosofía. Durante toda su vida publicó una gran cantidad de ensayos académicos que han sido celebrados y estudiados con profundidad, como Obra abierta y Apocalípticos e integrados.

“Sus ideas sobre la literatura, la cultura de masas, la traducción, sobre el significado que siempre se nos escurre, la belleza y la fealdad son los puntos más altos de las ideas en la segunda mitad del siglo XX y de nuestros días”, comentó el escritor costarricense Gustavo Solórzano.

El hombre que lo sabía todo. No cabe duda: el nombre de Eco será recordado, sobre todo, por su carrera literaria, aunque probablemente el italiano tendría un par de quejas al respecto. “Soy un filósofo; escribo solo durante los fines de semanas”, dijo en varias ocasiones.

Un hobby , un entretenimiento de medio tiempo. Eso era, decía Eco, el ejercicio narrativo para él. Así se las ingenio para producir una bibliografía ejemplar, cuya punta de lanza fue su debut en ficción: la novela El nombre de la rosa, aparecida en 1980 y que pronto se convirtió en un éxito de ventas. Incluso, la obra fue trasladada al cine por J. J. Annaud en 1986.

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La novela, ambientada en el siglo XIV, narraba la investigación que realizan fray Guillermo de Baskerville y su pupilo, Adso de Melk, alrededor de una misteriosa serie de crímenes que ocurren en una abadía.

La novela ha sido reeditada en multitud de ocasiones, fue publicada en 35 países, ha sido traducida a una docena de idiomas, y ganó un puñado de premios, en cuenta el Strega, en Italia, y el Médicis, en Francia, un año después de su publicación.

“La novela tiene textos largos en latín que podrían dificultar su lectura”, dijo el escritor costarricense Rafael Ángel Herra, consultado por La Nación. “Pero la trama es tan ingeniosa que lograba fascinar al lector con la calidad de la prosa. Eco era literatura en serio”, añadió.

El autor nacional Carlos Cortés explicó: “ El nombre de la rosa es la primera que visualiza con toda claridad el fin de los megarelatos, de los macrodiscursos. Es el fin de las ideologías, incluso si se publicó diez años antes de la caída del muro de Berlín. Umberto Eco era un experto del pensamiento medieval, e hizo de este tema una novela que el gran público convirtió en best seller, lo que es realmente curioso”.

Además de El nombre de la rosa, Eco publicó otras grandes obras literarias; de entre ellas, destaca sobre todo su segunda, El péndulo de Foucault, que apareció en 1988 y narra la historia de tres intelectuales que inventan un supuesto plan de los templarios para dominar el mundo.

Fue uno de los libros más vendidos en Italia durante su año de publicación, aunque la crítica no mostró demasiado interés por ella, excepto L’Osservatore Romano, órgano oficial del Vaticano, que un inusitado ataque la tachó de “bufonada, pura charlatanería, profanación y blasfemia”.

Eco durante la presentación de su penúltima novela, El cementerio de Praga. FOTO: EFE/EPA/JUAN M. ESPINOSA

Su bibliografía de ficción se completa con La isla del día de antes, Baudolino, La misteriosa llama de la Reina Loana, El cementerio de Praga y, recién el año pasado, Número cero.

En una entrevista que Eco ofreció el año pasado al diario británico The Guardian, dijo: “Creo que un autor debería escribir lo que el lector no espera. El asunto está no en preguntar al lector qué desea leer, sino en intentar convencerlo, en producir el tipo de lector que uno quiere para cada historia”.

“Las novelas de Umberto Eco son obras de descubrimiento, en las que se percibe una clara influencia de la novela policiaca”, dijo Carlos Cortés. “Son novelas escritas por un semiótico, pero que al mismo tiempo pueden capturar al lector común. Era un gran intérprete de la cultura visual, un especialista en teoría de la cultura, en semiología. Pero nunca compartimentó: todo esto estaba presente en sus obras”.

En efecto, las áreas de conocimiento de Eco eran todo menos limitadas. Tanto así que cuando La Reppublica informó sobre su fallecimiento, tituló en su portada: “Muerte Umberto Eco, el hombre que lo sabía todo”.

Crítico y laureado. Eco fue, además, un observador y crítico feroz de los medios. La última de sus novelas, Número cero, fue una mirada crítica a la crisis del periodismo que, según advertía en una entrevista para El País español, “inició en los cincuenta y sesenta, justo cuando llegó la televisión”.

“Hasta entonces el periódico te contaba lo que pasaba la tarde anterior. Desde la invención de la televisión, el periódico te dice por la mañana lo que tú ya sabías. Ahora pasa igual. ¿Qué debe hacer un diario?”, se preguntaba entonces. La curiosidad por una respuesta lo llevó a escribir su último libro y a mantener una mirada despierta hacia su entorno. Eco se hacía más viejo, pero nunca menos despierto.

La trama de Número Cero está ambientada en 1992, y se desarrolla en la redacción de un periódico en ciernes donde confluyen todas las plagas que golpeaban a Italia: la logia masónica P2, las Brigadas Rojas, el fin de una era y la aparición de otra –con Silvio Berlusconi a punto de saltar a escena— que “desvaneció muchas esperanzas hasta convertirse en la Italia desorientada de hoy”, destaca el mismo diario ibérico.

Entre los innumerables premios que ha recibido a lo largo de su carrera se encuentra el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. En 1998 entró además aformar parte de la Academia Europea de Yuste y es miembro del Foro de Sabios de la Unesco.

Su carrera fue reconocida con multitud de premios y reconocimientos. En el 2000 recibió el premio Príncipe de Asturias de comunicación y humanidades. Dos años antes, había entrado a formar parte de la Fundación Academia Europea de Yuste, que vela por los ideales solidarios y culturales del viejo continente.

Eco también fue nombrado por la Mesa del Consejo de la Unesco en 1992, y fue miembro del Foro de Sabios de dicha organización. Es miembro de la Academia Universal de Culturas, y fue nombrado Doctor honoris causa por más de 25 universidades alrededor del mundo, de Madrid a Varsovia, de Tel Aviv a Berlín. Su carrera fue universal. Su conocimiento, aparentemente infinito. Su legado, inagotable.