Teoría de la ancianidad y la memoria

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A Matusalén, la crisis de la mediana edad le cayó a los 500 años, pero felizmente tenía toda otra vida por delante. Aun así, lo malo de la longevidad es que de nada nos vale dejarlo todo para después porque el después siempre nos dará alcance. Aún así, lo bueno de la longevidad es que nos dará todos los tiempos del mundo para leer las tetrapentalogías de novelas que se publican nuestros amigos, quienes también son longevos con insistencia. Aun así, lo malo de ciertas tetrapentalogías es que se componen de esos libros que llevaríamos a una isla desierta para abandonarlos allí.

Volvamos a Matusalén, aunque –por alguna razón– a él no le importa esperar mucho. Según un relato bíblico ( Génesis , cap. 5), Matusalén murió a los 969 años, pero Adán falleció un poco más joven pues solo llegó a los 930. Hay algo de ingenuidad en todo esto: mucho de un candor que pide a la grisácea realidad tomarse descansos en la fantasía.

“Son cuentos orientales” decimos los occidentales, pero no dejamos de leer Las mil y una noches.

No embargante, los Profesores de Salamanca ( Biblia comentada , BAC, vol. I, pág. 125) son más realistas. Ellos nos enseñan que, por la tradición, los redactores del Génesis habían recibido solo diez nombres de patriarcas antediluvianos: desde Adán hasta Noé. Los redactores debieron alargar las existencias de los patriarcas haciéndoles el milagro póstumo de pasear sus vidas por un reincidente déjà vu .

Uno se pregunta de qué terminaría hablando esa gente que ya se había contado todo en vidas que eran adelantos de la eternidad.

Como fuere, la longevidad de la imaginación hebrea era de medio minuto comparada con las vidas exageradas de los reyes babilonios antediluvianos (el diluvio no fue una superlluvia, sino la rotura de una presa natural mesopotamia).

El helenista Robert Graves nos cuenta ( cuenta en los dos sentidos) los años de gobierno de los reyes babilonios Damuzi y Alamar: 36.000 cada uno (Los mitos hebreos , cap. 22). Ya no hay muchos casos admirables como estos, aunque habría que esperar por las rereelecciones de Daniel Ortega.

La mente errabunda (cap. 43), del químico Isaac Asímov, resalta el valor de los ancianos en las sociedades ágrafas (faltas de escritura). En ellas, los ancianos retienen las experiencias de toda la sociedad y las transmiten mitificadas pues los recuerdos mejoran con los olvidos.

Los ancianos de aquellas sociedades son hoy el periódico de ayer; son los documentos que se leen solos pues nadie sabe leer; son como la gente que memoriza libros en Fahrenheit 451 , la novela de Ray Bradbury que nos asusta con el cálido horror de una sociedad que mata con fuego los libros porque una sociedad sin manijas para la memoria es un lienzo donde los poderosos dibujan los recuerdos de los otros; o sea, de nosotros (para la alta política, los otros somos nosotros).

Sócrates ya se asustaba de que la escritura matase el arte de recordar, mas quizá solo quería decirnos que perder a los ancianos es perder mucho de la memoria; que sumarlos a la vida es alargar la nuestra.