Somos cofrades de Mickey Mouse

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Disidente es quien está dispuesto a amar a su prójimo si lo dejan escoger. Disidente es quien da el rodeo de estar contra los demás solamente para estar de acuerdo consigo mismo. Por lo general, el disidente ostenta un amor propio tan grande que no halla dónde parquear su autoestima. Cuando un disidente se dedica al periodismo, suele decir: “Yo haré la oposición; ustedes solamente hagan el gobierno”. La tragedia del disidente es quedar en mayoría.

Según su origen, el disidente es “quien se sienta aparte de los demás”, como presidente es “quien se sienta delante; quien tiene su silla (sede) al frente”. Sería de mal gusto (de modo que nunca lo haremos) recordar que presidir se relaciona con presidio, pero estas cosas siempre ocurren cuando la etimología se mete en la política.

Ni las novelas han tenido tantos personajes como los disidentes. En los prehistóricos años 60, Jean-Paul Sartre salía a vender periódicos maoístas en la Francia de Charles de Gaulle, quien era algo así como el Pericles de dos metros en la Atenas de París.

Don Jean-Paul ya era el decano francés del colegio de la disidencia, y posiblemente no había leído los periódicos que vendía para amargarle las siestas a De Gaulle, un estadista tan alto que parecía llevarse él mismo sobre un pedestal portátil para que la Historia lo siguiera tomando notas. Para De Gaulle, la Historia era el cuaderno de notas de De Gaulle.

Ciertos áulicos exigían que se apresara al existencialista, pero De Gaulle declaró: “No se encarcela a Voltaire”, con una sentencia digna de Sartre que se le fugó a Sartre por salir a vender periódicos maoístas, tigres de papel.

Como fuere, en su afán de disidir, Jean-Paul Sartre vendía periódicos maoístas sin ser maoísta, tal vez porque Jean-Paul tenía más dudas y mejor estilo.

No es una virtud ni un pecado ser un disidente. La disidencia es un género neutro, como las palabras ello, lo, esto, eso y aquello, los únicos neutros latinos que nos quedaron cuando el latín se olvidó de nosotros muchos siglos ha.

La ciencia suele ser disidencia, y crece como las ramas de un árbol, afanosas por estrenar caminos en los terrenos del aire.

El propio ser humano fue un disidente cuando trocó su apellido de Homo habilis por el de Homo sapiens, nombre artístico con el que ha entrado en el salón de la fama de la antropología.

Fuimos disidentes cuando un gen desorientado nos hizo prolongar la infancia y la juventud (= neotenia) para que nuestro cerebro tuviese más tiempo de crecer y de aprender, mientras otros primates maduraban antes y se estancaban en el Kinder de la evolución. Lo explicó Edgardo Moreno en Áncora (13/6/2010), y lo confirmó Stephen Jay Gould en su homenaje al paidimorfo (de rasgos infantiles) Mickey Mouse (El pulgar del panda, III): “Nuestra larga infancia permite la transferencia de la cultura por medio de la educación”. La madurez es solo nuestra segunda oportunidad.