¿Se hereda más la pobreza que la riqueza?

La falta de estimulación temprana y otras carencias dañan en forma duradera el cerebro infantil

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“La mano invisible” es una metáfora propuesta por el economista escocés Adam Smith (1723-1790). Ella supone que, cuando los humanos compiten entre sí en el contexto de un “mercado libre”, este se autorregula por un orden natural que produce riqueza y desarrollo social. Smith profesaba que esa competencia –movida principalmente por intereses egoístas– conduciría a la prosperidad de todos los ciudadanos. Joseph Stiglitz, premio Nobel del 2001 y otros economistas, han demostrado que el “mercado libre” es un mito y que “la mano invisible” no guía ni a las empresas ni a los individuos hacia la eficiencia económica.

El “mercado libre” tampoco proporciona justicia social: agudiza la pobreza. Incluso, y al contrario de algunos fanáticos, el mismo Smith no era creyente ciego del “libre mercado”. Antes que nada, muchas empresas y personas persiguen su beneficio. Cuando existe la posibilidad de ganar dinero, la gente, las compañías y los países se mueven por intereses ajenos a la supuesta “autorregulación del mercado”. En gran medida, eso fue lo que causó la hecatombe económica del año 2008 en los Estados Unidos y en otros países. El costo social inminente fue el aumento de la pobreza. Paradójicamente, esa crisis fue mitigada por la intervención del Estado, enemigo ideológico de esa teoría económica seudocientífica.

La transmisión intergeneracional de la pobreza es una realidad cotidiana en el mundo, incluida Costa Rica. Este fenómeno se caracteriza por la falta de movilidad económica y social ascendente de los pobres, en especial de las mujeres pobres. No solo se relaciona con la política económica predominante, sino también con mecanismos biológicos, psicológicos y sociales que obstaculizan la salida de ese injusto laberinto.

La baja escolaridad tiende a transmitirse entre los pobres causando que la pobreza se perpetúe. Un gran número de estudios (por ejemplo, Crime and violence as development issues in Latin America and the Caribbean, 1998, de Robert L. Ayres) han demostrado que en promedio y en comparación con las personas de mayor escolaridad, aquellas que carecen de estudios o quienes solo asistieron a la primaria, tienen más hijos, ejercen peores trabajos, ganan menos, tienen más deseos de consumo, practican una alimentación poco sana, son propensos a la obesidad, consumen más alcohol y drogas, y son proclives a la violencia, a tener peor salud y a vivir menos años.

Aunque estos (y otros) escenarios no se manifiestan con la misma intensidad en todos los círculos de pobreza, la presencia de algunos de ellos es suficiente para minar las oportunidades de ascender en el escalafón socioeconómico.

Riesgos para el desarrollo cerebral. Las razones de la transmisión de la baja escolaridad son variadas y complejas, pero hay algunas que merecen atención especial (en particular de los políticos). Hace nueve años, la revista Lancet (volumen 369) publicó una serie de artículos dedicados a la investigación del desarrollo intelectual de los niños en los países pobres y de medianos ingresos. Con rigurosidad científica, esos ensayos describen las consecuencias y los riesgos que la pobreza acarrea en el desarrollo cerebral, psicológico, psicomotor, cognoscitivo y emocional de los niños, e incluso en el feto. Además, los artículos sugirieron medidas orientadas a mitigar estos problemas.

Entre los motivos que frenan el avance cognitivo de los niños, sobresalen los daños que ocurren en el cerebro durante las primeras etapas de su desarrollo. En el feto y en los infantes, el cerebro crece rápidamente por la neurogénesis, la progresión de los axones y las dendritas, la formación activa de sinapsis, la muerte celular selectiva, la poda sináptica, la mielinización y la gliogenesis. Algunos de estos eventos ocurren en etapas sucesivas y en tiempos diferentes; otros se traslapan en algún momento del desarrollo ontogénico.

En la vida adulta, el cerebro solo tiene capacidad limitada de sinapsis y regeneración, por lo que este órgano prácticamente termina su desarrollo cerca de los 16 años. Sin embargo, los primeros 1.000 días –desde la vida fetal en el vientre materno, hasta los dos años– son los que más importan en el desarrollo del cerebro. Por ello, la malnutrición, la exposición al tabaco, al alcohol y a las drogas, así como el estrés crónico durante el embarazo, dañan la evolución del cerebro en el feto.

Después del nacimiento, el desarrollo cerebral depende de varios factores. Se sabe que la desnutrición, la obesidad, la estimulación deficiente, la presencia de sustancias tóxicas, las enfermedades, el estrés, la violencia, la falta de cariño y una empatía social deficiente alteran la estructura y la función del cerebro, produciendo daños cognitivos y emocionales permanentes. Por ejemplo, una atención materna deficiente eleva el cortisol y otras hormonas en los niños que impactan de forma negativa zonas del cerebro relacionadas con la memoria.

En comparación con los niños provenientes del primer cuartil de riqueza (clase media y rica), aquellos de hogares más pobres presentan –en promedio– menor desarrollo cognitivo, oral y motor. Cuanto más intensa es la pobreza, más graves son las deficiencias. Según estudios longitudinales, los adultos que mostraron carencias cognitivas durante su infancia, tienen, en promedio, menor escolaridad y reciben ingresos muy por debajo de la media. Así se perpetúa la pobreza. En las edades preescolar y escolar, la obesidad también se asocia con un peor desempeño cognitivo y académico. En promedio, los niños obesos obtienen puntaciones más bajas, tienen más probabilidades de ser retenidos en el grado y menos opciones de estudios superiores que sus pares más delgados. Lo anterior ocurre más en las niñas.

Un estudio reciente ( Child Dev 83: 1822), que incluyó 6.250 niños, desde kínder hasta el quinto grado, reveló que en promedio los niños obesos tienen peor desempeño en las pruebas de lógica y aritmética. Las razones de este fenómeno se desconocen, pero estudios hechos en animales muestran que la obesidad en edades tempranas produce alteraciones en el cerebro.

Esto debe llamar la atención en Costa Rica, donde cerca del 35 % de los infantes, especialmente de hogares pobres, tienden a ser obesos ( Revista Panamericana de Salud Pública ). Por esas y otras razones, la pobreza es muy difícil de “curar”, ya que sus consecuencias impactan el órgano más importante para el desarrollo humano: el cerebro.

Lucha desigual. El esfuerzo y la voluntad no bastan cuando el punto de partida no es el mismo para todos los niños, y la carga intelectual deficitaria se acarrea toda la vida. La competencia desigual es la principal causa de abandono de los estudios y deserción de los planteles. Esta es la mayor de las injusticias. Aunque hay que hacer esfuerzos para mitigar la pobreza, es más eficiente y menos oneroso prevenirla.

Investigaciones han demostrado que aun en casos de pobreza extrema, hay niños que pueden escapar de ese círculo. A pesar de su vulnerabilidad, el cerebro es capaz recuperarse notablemente, siempre y cuando la intervención se haga temprano; en particular, durante esa ventana de los 1.000 días que la naturaleza ha trazado para preparar el punto de partida. Las acciones más urgentes son la atención prenatal, la educación de las madres, la alimentación adecuada y la estimulación temprana de los infantes.

Es necesario el concurso de todos los actores de la sociedad, en particular la intervención del Estado. Las parábolas de Mateo (25: 29) y Lucas (19: 26) no son un estigma, sino una advertencia: “Porque al que tiene mucho se le dará más, y le sobrará; pero al que no tiene nada, hasta lo poco que tiene se le quitará”. Esto debe terminar….

El autor es científico.