Rubén Darío y los tesoros de un viejo armario

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Cuenta Rubén Darío en su autobiografía, que en un viejo armario de la casa solariega donde pasó su infancia en León, la antigua capital colonial de Nicaragua, encontró los primeros libros de su vida. Tenía diez años. “Eran un Quijote ”, dice, “las obras de Moratín, Las mil y una noches , la Biblia ; Los oficios , de Cicerón; la Corina , de Madame Staël; un tomo de comedias clásicas españolas, y una novela terrorífica de ya no recuerdo qué autor, La caverna de Strozzi . Extraña y ardua mezcla de cosas para la cabeza de un niño”.

¿A quién pertenecían los libros del viejo armario?

Su tío abuelo, el coronel Félix Ramírez Madregil, y quien le daba cuidados de padre, era un antiguo combatiente del ejército unionista centroamericano del general Francisco Morazán. En su casa se reunían, en tertulias vespertinas, cabecillas liberales que de cuando en cuando se alzaba en armas contra la oligarquía conservadora; intelectuales masones, y poetas románticos.

La esposa del coronel, doña Bernarda Sarmiento, aunque católica practicante era mujer de ideas libertarias y algo conspiradora, y no faltaba a aquellas reuniones, según recuerda Rubén: “Por las noches había tertulia, en la puerta de la calle, una calle mal empedrada de redondos y puntiagudos cantos. Llegaban hombres de política y se hablaba de revoluciones. La señora me acariciaba en su regazo. La conversación y la noche cerraban mis párpados…”

Lo más probable es que la dueña de esos libros fuera ella: “sentada durante el día en su cómoda butaca de madera con forro de cuero en el fresco corredor de su casona, o a la orilla de la mesita de su sala, en la que arde una lámpara de gas, durante la noche, la veían constantemente amigas y vecinos, entregada de lleno a la lectura del libro que tenía entre sus manos…”, anota Edgardo Buitrago.

Si aquella era una extraña y ardua mezcla para su cabeza de 10 años, sin duda se leyó, sino todos, al menos la mayoría de los libros del armario, aunque no nos cuenta por cuál de ellos empezó. Había aprendido a leer a los tres años de edad, y recuerda que lo hacía en el patio enclaustrado de la casa, bajo las ramas de un gran jícaro.

Si se trataba de prender la imaginación de un niño, no es probable que haya comenzado por Los oficios de Cicerón ((106 a.C.-43 a.C.). Tampoco por las obras de Leandro Fernández de Moratín (1760-1828), recordado sobre todo por El sí de las niñas .

Más atractiva debió serle La caverna de Strozzi , escrita en 1798 por Jean-Joseph Regnault-Saint Warin (1773-1844), y traducida al español en 1826. Es una novela del género gótico, con su cauda de fantasmas y castillos embrujados, un género al que Edgar Allan Poe (1800-1849) daría todo su peso y valor durante la época victoriana.

La caverna de Strozzi hizo alguna mella en él, emparentándolo con la literatura gótica, pero no fue un libro que en términos literarios le resultara memorable, desde luego que hasta olvidó el nombre de su autor; en tanto, sí exaltó el genio de Poe, a quien dedicó uno de sus ensayos en Los raros .

Corina , o Italia, es una novela romántica de la Baronesa de Staël Holstein, conocida por su nombre de pluma Madame de Stäel (1766-1817), que tuvo encontronazos célebres con Napoleón Bonaparte, y quien terminó desterrándola. Fue publicada en Francia en 1807.

La versión de Las mil y una noches a la que recurre siempre es la del doctor Joseph Charles Mardrus (1868-1949), publicada en París en 1889. La tradujo al español el novelista Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928).

Pero, según el estudioso dariano Günther Schmillage, la que probablemente se hallaba en el armario es una traducción de don Juan de Olivares, de la versión alemana de Gustav Weil (1808-1889), y que fue publicada en dos volúmenes en Barcelona entre 1858 y 1859, “con 1600 dibujos de los mejores artistas”.

La Biblia se conserva en el museo que es ahora la casa donde vivió. Es una edición en latín y español en diez tomos, de los que falta el último, impresa en el año de 1858 por la Librería Española de Madrid; fue traducida de la vulgata latina por don Felipe Scío de San Miguel “conforme el sentido de los santos padres y expositores”.

Y desde que descubrió El Quijote en el viejo armario, cayó bajo su encantamiento sin arredrarse ante su número de páginas. A lo largo de su vida volvería a él, y ya nunca abandonaría el mundo de Cervantes, que se convierte en un modelo suyo, de la vida y la naturaleza.

Gracias al tesoro encontrado en el viejo armario empezó a leer desde entonces, con avidez y para siempre, la Biblia , El Quijote , y Las mil y una noches , pues nos hablará de ellos una y otra vez en sus poemas, en sus crónicas y en sus cuentos. Se quedó a vivir en sus páginas.