Rafael Ángel Herra canta a la melancolía en su nuevo poemario

Rafael Ángel Herra

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Se le atribuye a Hipócrates de Cos la idea de que en el cuerpo humano se alojan cuatro humores que fluyen como ríos subterráneos. Estos afluentes son la sangre, las flemas, la bilis amarilla y la negra. Esta última, la bilis mensajera de la sombra, recibe el nombre de "melancolía".

Es en este humor donde el corazón se hace un puño y el rostro se reclina en el silencio de la más honda intimación. Por aquí están el camino que lleva a la memoria y las bisagras que abren las puertas del ayer. Es por este trillo por donde los recuerdos vienen a tejer nostalgias.

De esa aciaga bilis que mastica remembranzas, trata el último libro de poesía Melancolía de la memoria, que acaba de publicar el reconocido escritor costarricense Rafael Ángel Herra. Se trata de una cuidada edición del sello Uruk, Editores, en el marco de la colección Batsù.

En este libro, el autor tiene claro que la melancolía es un estado místico, un espacio de soledad frente a esa hoguera que enciende el olor de alguna piel lejana o el sabor de algún deleite que regresa al paladar y estalla de nuevo en el recuerdo.

Aquí nada y todo es posible, como sentenciaba Heráclito: “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”. Igual ocurre con estos poemas: el yo lírico vive y al mismo tiempo se desvive por lo vivido.

Para iniciar esta melancolía, el poeta se mira frente al espejo porque aquí está la puerta de acceso a su propio recogimiento. Se autocontempla, se introduce en sí mismo y, una vez instalado en este lugar de la intimidad, entra en trance y danza con el tótem de todas sus memorias.

Lo primero que aparece en el camino es una llave que tiene el don de convocarlo todo. Esa clave es la imaginación. Con este recurso de la fabulación, la memoria es también ensueño. Aquí, la verdad y la mentira no tienen ninguna posibilidad porque da igual si es presente o pasado el sentimiento. La nostalgia es un cuchillo, es la herida y es al mismo tiempo el alivio y la cicatriz.

La memoria hurga y va tejiendo su propio cuento. Va y viene. Se encuentra con el deseo de la carne, con la degustación de sabores placenteros, con la añoranza de distintos objetos cotidianos.

El deseo es el puente que une las fantasías con la vivencia. El poeta imagina y la ausencia se hace presencia en el poema. Sin embargo, la evocación no alcanza para asir por completo el placer. Es por eso que al final sucede lo fatal. Esta es en esencia la melancolía: todo escapa porque todo pasa, como dijo Heráclito.

El cigarro que se consume a fuego lento representa muy bien, como metáfora, esta imagen de las cosas que se esfuman. También la copa de licor es recurso melancólico pues enciende los anhelos en la medida en que se va vaciando.

El sabor y el deseo se entrepiernan como amantes que se besan en la misma orgía: “Hoy escuché un bolero: /pensé en el pan tostado, / en aromas, en canela, /sentí la miel de abeja, / el bronce pálido, / y una tibia contracción / al roce de la lengua” (p. 52).

La comida y la pasión van de la mano en esta mesa servida de sinestesias. El yo lírico es amante y tiene un objeto del deseo que evoca a lo largo del poemario: “No te quiero, amada, / por la ficción de tus promesas de sabor; /te quiero por el fuego /que dejan tus labios / cuando besan, / sopa” (p. 77).

Una imagen recurrente en este poemario es el referente de la taza de café; en total hay cuatro poemas que la incluyen. Es la mayor recurrencia de este sibarita que degusta el chayote, la naranja, el limón o la cebolla, de igual manera que se muere de ganas por los labios o la piel del tú lírico que rememora.

El sibarita, es lógico, es en el fondo un seguidor de los designios de Epicuro. Por esto, la filosofía que aquí se reza sigue siendo el carpe diem: “Todo es breve: / el silencio, / la trompeta del juicio final, / los susurros, / el olvido. / También la nada es breve, / instante mío, / a la hora de morir. // Vivamos mientras tanto” (p. 46).

En resumen, este poemario de Rafael Ángel Herra es un homenaje al placer de la degustación, no solo de sabores, sino de tactos, miradas y sonidos; es decir, al placer de degustar la vida.

“¿Conoces tú, acaso,

insensata,

la melancolía de la memoria?”.

(Rafael Ángel Herra)