Plinio, Rawlinson y la tentación del saber

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Dos mil años de distancia entre los dos no alejan las vidas ejemplares de Plinio el Viejo y Henry Rawlinson. A pesar de su apodo, Plinio el Viejo era muy crédulo, de tal forma que era el ciudadano ideal cuando había elecciones; pero la pena es que en el tiempo de Plinio no había elecciones: no puede tenerse todo.

Plinio el Viejo vivió en el primer siglo después de Cristo en Roma y alrededores, que esa época consistían en Europa y los reinos de la localidad. In illo tempore , en aquel tiempo, como no podían votar, para no aburrirse, los crédulos se dedicaban a la filosofía y, a veces, a la investigación científica, que mezclaban con los mitos más alucinantes. Por ejemplo, Aristóteles creía que la esclavitud era un mandato natural, idea que –por algún motivo– se refuerza cuando uno es el amo y otro es el esclavo.

Plinio creía en cosas raras, como en que el avestruz es el producto del cruce de una jirafa con un mosquito. Así nos lo recuerda el astrónomo Carl Sagan ( Los demonios del edén , cap. I). Plinio nos legó los 37 volúmenes de su Naturalis historia (Historia natural ), título que parece una contradictio in termini s. Plinio tuvo más méritos que defectos como observador; además fue un estoico; o sea, cultor de una filosofía –precursora de la decencia– que postulaba la igualdad y la fraternidad de todos los seres humanos.

A Cayo Plinio se lo llamó “el Viejo” por diferenciarlo de su sobrino, Plinio el Joven. Ahora diríamos “Plinio la Persona Adulta Mayor” pues hemos progresado mucho.

La erupción del volcán Vesubio se pierde en la “noche de los tiempos”: esa que inventaron los historiadores y la única noche que avanza hacia el pasado. Para la ciudad de Pompeya, la noche de los tiempos comenzó en el 24 de agosto del año 79 d. C. Entonces se unieron hermosamente las ansias de aprender de Plinio y su generosidad por ayudar al prójimo.

Plinio estaba próximo, al mando de una flota, y ordenó que se acercase a Pompeya para rescatar víctimas y para observar él la erupción: espectáculo dantesco previo a Dante; mas él y sus tropas se hundieron en el mar. El estoico murió como un filósofo (así se decía antes).

Menos fatal, pero también valeroso, fue el erudito Henry Rawlinson († 1895). Él descifró la escritura cuneiforme tras examinar bajorrelieves persas del siglo VI a. C. escritos en la mitad de un acantilado, a 90 metros de un suelo de piedra.

Cierta vez, Rawlinson quedó colgado de las manos, “accidente que pudo haberle costado la vida”, recuerda Philip Cleator en su libro Los lenguajes perdidos , cap. III.

Plinio y Rawlinson fueron científicos; o sea, gente que transforma su curiosidad en beneficio ajeno.

El 23 de abril, Día del Libro y del Idioma, despertemos más felices; recordemos entonces a todos quienes nos obsequiaron conocimiento y libros; además, a nuestros padres, maestros y amigos, quienes también nos regalaron este idioma.

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Más sobre Henry Rawlinson: http://es.wikipedia.org/wiki/Henry_Rawlinson