Película 'El abrazo de la serpiente', brutalidad y misticismo en el Amazonas

El filme sobre un viaje por el Amazonas en busca de una planta sagrada ha recogido aplausos y premios. Es candidata a un Óscar.

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Cuando en el pasado Costa Rica Festival Internacional de Cine la proyección de El abrazo de la serpiente debió ser aplazada hasta las 11 de la noche debido a un desperfecto técnico, lo que, en un primer momento pareció un desafortunado traslado, resultó ser una bendición camuflada. El inusitado y tardío horario fue el momento perfecto para experimentar esta poética y onírica obra del director Ciro Guerra, que a la postre ganó la Competición Internacional del Festival y el jueves se anunció como la primera producción colombiana en ser nominada al Óscar a la mejor película extranjera.

Basada libremente en los diarios de viaje de los exploradores y científicos Theodor Koch-Grünberg y Richard Evans Schultes, El abrazo de la serpiente empieza relatando la expedición por el Amazonas de un enfermo etnólogo alemán que, en los albores del siglo XX, intenta convencer al indígena Karamakate para que lo guíe hacia la yakruna, planta sagrada con propiedades curativas que le puede salvar la vida.

Karamakate, quien cree ser el último sobreviviente de su tribu, se niega a ayudarlo hasta que el alemán le asegura que lo llevará adonde se encuentran los demás miembros de su etnia, a los cuales dice haber visto. A partir de ese momento, ambos se embarcan en una travesía por el gran río suramericano, que revelará las profundas diferencias en la cosmovisión de los dos hombres, así como el brutal impacto de la explotación económica en la selva.

Eventualmente, el cauce del filme desemboca y entrelaza con una segunda historia, situada varias décadas después también en el Amazonas, en la que un biólogo estadounidense con motivos poco altruistas recluta a un envejecido Karamakate para que lo lleve hasta la yakruna y así recuperar su capacidad de soñar.

Circular. Estamos hablando, entonces, de una trama circular en donde los mismos espacios se recorren más de una vez, los viajes siempre llegan al mismo lugar y las temporalidades se bifurcan, unen y disuelven con total naturalidad, aspectos que, unidos con el ritmo pausado y contemplativo del filme, ayudan a crear una experiencia hipnótica que, poco a poco, se va deshaciendo del realismo hasta caer en la mística lógica del sueño que domina sus partes finales.

Buena parte de este narcótico y cautivante efecto se debe a las maravillas visuales y sonoras que la película trae consigo.

Filmada durante siete semanas en el corazón de la Amazonia colombiana –la primera película filmada en esa zona en más de 30 años– con la colaboración de las comunidades locales, las imágenes en blanco y negro captadas por el lente del joven David Gallego fluyen frente a nuestra mirada con una belleza melancólica casi indescriptible: por momentos centelleantes y sensuales, otros brutales y opresivas.

Esta exquisita fotografía se ve perfectamente complementada por el cuidadoso diseño de sonido de Carlos García, quien nos sumerge de lleno en la sensación de surcar el pulmón del mundo en una época ya olvidada.

El abrazo de la serpiente , sin embargo, es mucho más que la suma de su inusual narrativa y su genialidad técnica, ya que aquí estamos ante una obra profundamente política y reivindicativa que se sale completamente de los cánones tradicionales del “cine social” y que no por eso pierde impacto visceral y emocional.

La película no rehúye de mostrar las secuelas de la depredación colonial que afectó y continúa afectando el Amazonas, particularmente la explotación cauchera y las misiones evangelizadoras de la iglesia Católica. Con brutales escenas que van desde un esclavo del caucho rogando por su muerte hasta una delirante secuencia en un culto mesiánico nacido en las ruinas de una antigua misión, es claro que estamos siendo guiados para atestiguar críticamente la desaparición de etnias y culturas enteras a manos de invasores occidentales.

Rescate cultural. El filme es también una especie de etnografía imaginaria de tribus indígenas desaparecidas, cuya existencia está únicamente documentada en los diarios de viaje que inspiraron el guión. Si bien la película ha sido comparada frecuentemente con Aguirre, la ira de Dios y Fitzcarraldo, del alemán Werner Herzog, su director Ciro Guerra explícitamente la considera como un contraplano a la tendencia de esas épicas amazónicas por simpatizar con sus quijotescos protagonistas blancos, prefiriendo, en cambio, enfocarse en el punto de vista de indígenas como Karamakate que sufrieron en carne propia el impacto de esas empresas colonizadoras.

Este interés por ensalzar y rescatar las culturas y tradiciones de un Amazonas que ya no existe es lo que ha llevado a reproches desde algunos sectores de la crítica colombiana, debido a lo que consideran como un tratamiento simplista, insuficientemente profundo y hasta condescendiente hacia los indígenas. Como respuesta, Guerra ha reiterado que la película no busca ser un documental ni un análisis antropológico y que su norte son la ficción y los sueños, argumento que parece chocar de frente con el obvio afán reivindicativo del filme y su claro apego por la verosimilitud (la película, por ejemplo, es hablada en nueve idiomas distintos y cuenta con una mayoría de actores indígenas).

En ese sentido, tal vez sea útil situar a El abrazo de la serpiente junto a otras películas más o menos recientes como Dead Man de Jim Jarmusch, Meek's Cutoff de Kelly Reichardt, Jauja de Lisandro Alonso e, incluso, Tabu de Miguel Gomes, filmes que, aún cuando son producto de una profunda investigación sobre culturas subalternas (y, en muchos casos, son elaboradas en cooperación con estas comunidades y hasta cuentan con actores nativos), encuentran sus propias formas de expresar idiosincráticamente temáticas complejas referentes a la colonización y el exterminio; siempre, eso sí, desde una perspectiva que finalmente no es indígena (ninguno de estos cineastas lo es).

Desde este contexto, el hecho de que El abrazo de la serpiente se aleje de lo etnográfico para derivar en lo mítico y onírico tiene más que ver con la sensibilidad particular de Guerra y en su confianza en el cine como un reservorio de memorias y emociones históricas que van más allá de una representación fiel de la realidad.

Independientemente de estas consideraciones interpretativas o filosóficas, no queda duda de que El abrazo de la serpiente se encuentra dentro de las experiencias cinematográficas más únicas y sobresalientes de los últimos años. Así lo sentimos aquellos que, cautivados, sorprendidos y desorientados, nos llevamos sus imágenes impregnadas en la retina en una ventosa madrugada de diciembre durante el Festival Internacional de Cine, y así lo debieron sentir los votantes de la Academia, quienes decidieron convertirla en la única película latinoamericana nominada al Óscar este año.

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