Palabra viva del Libertador

‘Palabra viva del Libertador...’, de Raúl Aguilar Piedra y Armando Vargas Araya, editores. Grupo Editorial Eduvisión. Pedidos: 2294-5100.

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En El lado oculto del Presidente Mora (2007), Armando Vargas Araya nos había mostrado, paradójicamente, el lado más luminoso de Juan Rafael Mora y su potente carisma y liderato durante la Guerra Patria, el instante de nuestra verdadera independencia nacional. En esta ocasión, en asocio con Raúl Aguilar Piedra, nos entrega el compendio de los escritos de Mora bajo el título de Palabra viva del Libertador: Legado ideológico y patriótico del Presidente Juan Rafael Mora para la Costa Rica en devenir.

El libro reúne 140 piezas en las que se entremezclan informes presidenciales, discursos, proclamas, órdenes, comunicados, apuntes y cartas. Gracias a la variada naturaleza de la compilación y a la cronología que la acompaña, es posible completar la figura del Libertador y Héroe Nacional con la del estadista, del ciudadano, del empresario, con la del ser humano en su integralidad. Quizá lo más importante que allí descubrimos es la coherencia de la multiplicidad en esta extraordinaria figura.

Su lectura pone en evidencia que la intencionalidad moral y ética que dirige la pluma es siempre la misma, en su correspondencia privada, en sus alocuciones públicas y en sus alegatos comerciales.

Del primero al último escrito, el talante y la contextura moral son exactamente los mismos en el contenido y también en la forma; porque la expresión es, en última instancia, el soplo de vida que anima todo mensaje y la chispa que ilumina el trozo de realidad que este quiere develar. Son conmovedores el testamento y las cartas que escribe a su familia en la antesala de su ignominioso asesinato.

La limpidez y la precisión de la prosa de Mora son modelo de corrección idiomática que nos deleita y nos impresiona con la altura de su mensaje, aun cuando trate de temas enojosos o de hechos innobles, como la traición o el engaño, a los que en tantas ocasiones se enfrentó.

En todos esos momentos y temas supo mantener la gallardía y la cortesanía, virtudes que son el ideal de la bonhomía costarricense, y que implican sencillez, bondad y honradez en la relación con los demás, pero sin eludir el rigor o la severidad cuando se amerita.

La lengua de Mora es digno retrato de sus más íntimos ideales de estadista y de persona, de su manera de ver el mundo y del trato que sostenía con sus congéneres. Su definida y enérgica personalidad, su entrega completa a la misión presidencial y su integridad a toda prueba, se reflejan en su impecable prosa.

Lo primero es su estilo sintáctico, en el que cada pensamiento nace acuñado en la brevedad de la cláusula y que encuentra su orden natural sin ambigüedades ni retruécanos.

En cada uno de sus párrafos, en los que la exactitud de su medida los convierte en modelos de cohesión y de extensión, se esparcen las otras dos condiciones de Mora pues la intención del sentido no da cabida a la redundancia ni al desvío, ya que siempre está flechado hacia la meta concebida, influencia quizá de su espíritu empresarial y práctico de comerciante exitoso.

“Nunca he cedido al arrebato de la pasión sino a las apremiantes exigencias de una necesidad política”, afirma Mora en una ocasión frente al Congreso al justificar las medidas enérgicas que estuvo obligado a aplicar para detener el pretorianismo reinante. No extraña entonces la mínima adjetivación que caracteriza sus escritos y la comedida utilización de la imagen, que es siempre la justa, e irrumpe en sus discursos solo en el momento necesario.

Sin embargo, en la lengua de Mora, ni la eficiencia ni el utilitarismo propio de la expresión impiden la poesía o el drama en que la vida envuelve los hechos de la historia; de esta forma, cuando el sentido de la ocasión obliga al simbolismo del momento; o sea, en los momentos de claras encrucijadas vitales, la lengua de Mora se llena de vibrante y sincera emoción, y en esa sinceridad está su tremenda potencia.

Tal es el caso de sus proclamas o sus crónicas de guerra; o la sentida y transparente denuncia en la que se entrevera su vida privada con la pública, por la traición y la conspiración de sus enemigos, y de la que termina siendo víctima mortal; y, por supuesto, las cartas de despedida de su familia, horas antes de su muerte, en las que la emoción se tiñe de una paz y de una mansedumbre que solo emana de las buenas conciencias.

“A la sombra de la paz y la tranquilidad ha prosperado la fortuna nacional” asegura Mora al Congreso de la República el 1.° de mayo de 1853. En este mismo informe presidencial establece que el objeto de la institución del Estado es la paz, tanto al interior como al exterior del país.

Mora fue hombre de su siglo, pero el mito del progreso no logró destruir en él este otro querido mito nuestro: el de la paz del Estado, el de la paz nacional ni el de la paz con los vecinos.

Esa es la lengua de Mora: una lengua que seguimos hablando en la intimidad de nuestra alma a pesar del tiempo transcurrido, una lengua por medio de la cual seguimos juzgando la fortuna o el infortunio de nuestro destino como nación, y de nuestro éxito como individuos.

La autora es profesora emérita de la Universidad de Costa Rica.