Otras disquisiciones: La sabiduría vive en el futuro

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Cuando no la tenemos, la única fama que puede cambiarnos es la ajena. Se nota que este mal pensamiento es producto de la envidia, vicio detestable, sobre todo cuando no somos el motivo de ella. Es curioso que envidiar los méritos sea un defecto.

Bronceadas por los reflectores, las “celebridades” suelen ser objetos de la envidia, pero ser “celebridad” es fácil: podría consistir en ignorar lo debido en el momento adecuado. Por ejemplo, si fuéramos candidatas a reinos de belleza, cuando nos formulasen las preguntas podríamos responder que “casus belli” es un primo de Gioconda .

Debido a las críticas, las concursantes de belleza que yerran al contestar son luego peces que mueren en las redes sociales. Deberíamos ser más tolerantes pues todos nos equivocamos, y, cuando no sabemos algunas respuestas, confirmamos que tenemos más límites que un mapa.

A fin de evitar las críticas, lo más prudente es participar en concursos de belleza interior.

Lo único bueno de criticar a los demás es que luego los mantenemos ocupados defendiéndose.

Hasta en los mundos de la intelectualidad, la crítica desconstructiva es muy frecuente, sobre todo contra quienes, luego de mucho fracasar con gran esfuerzo, han alcanzado las simas del arte.

El manual de las ofensas artísticas sigue siendo Arte de injuriar , un ensayo de Jorge Luis Borges inserto en el libro Historia de la eternida d. Las ofensas que se incluyen son tan ingeniosas que uno sonríe al recibirlas.

Otro célebre desdén figura en Confieso que he vivido , de Pablo Neruda. En un pasaje de este libro, Neruda cita al poeta Jorge Guillén: “ Guillén (el bueno, el español)”, para demeritar a Nicolás Guillén , aedo, pero cubano.

Pese a todo, ¿qué podríamos decir del reverso: del elogio? Aunque los escritores no lo crean, los escritores son también buenas personas y a veces condescienden a apreciar los valores ajenos.

Así, Francisco de Quevedo dijo a Lope de Vega en un soneto: “Néctar escribes; los demás, arrope [mosto]”. Eugenio d'Ors confesó que algo le impedía elogiar a Goethe: “la envidia”. Borges afirmó de una comedia de Oscar Wilde: “No ha envejecido: pudo haber sido escrita esta mañana” ( Biblioteca personal ). El historiador Philipp Blom definió al filósofo Denis Diderot: “Un hombre con el que a uno le habría encantado cenar” ( Gente peligrosa ).

Los artistas están listos para el éxito; ninguno, para el fracaso; pero ¿cuál es la obligación de los demás de ver nuestra película, de leer nuestro libro, de escuchar nuestra canción? Ninguna.

Publicamos obras porque queremos: nadie nos obliga a hacerlo; nadie nos debe nada; más bien, agradezcamos incluso el tiempo que nos dedicaron los demás antes de decir de nuestra obra: “No me gusta”. Al fin, ni los elogios ni las censuras salvan una obra, sino el tiempo: esa insistencia de olas que llaman generaciones.