Otras disquisiciones: Casi hermanos de los ictiosaurios

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Los ictiosaurios no son parientes cercanos de los dinosaurios, aunque algunos de ellos quizá se hayan tratado de “¡Mi hermano!”, de “¡Primo!” y esas cosas que permite la confianza. Al fin y al cabo, uno no comparte los mismos estratos geológicos durante millones de años sin que surjan cierta complicidad, ciertas ganas de burlarse del pterosaurio de arriba (del estrato de arriba) o del xixianykus de al lado, siempre quejoso de que los palentólogos no escriban bien su nombre dentro de 65 millones de años postaerolito; mas ¿quién le manda ponerse ese nombre, más ilegible que la firma de un deudor y fugitivo?

Eso de vivir en el Cretácico Superior tenía sus inconvenientes ya que, como su nombre lo indica, para llegar al Cretácico Superior había que subir varios pisos geológicos. Mejor se estaba, claro, en el Triásico Inferior, que daba acceso directo a la calle, aunque la verdad es que por allí ya no pasaba mucha gente desde que un aerolito interrumpió el tránsito.

Tal aerolito fue la primera terapia de choque que hubo en la Tierra; acabó con casi todos sus pacientes, mas esto es perdonable en las terapias experimentales.

En el capítulo quinto de su libro Ocho cerditos –que, curiosamente, no trata de política–, don Stephen Jay Gould († 2002) nos explica que los ictiosaurios usaban este nombre, que significa “pez lagarto” (o saurio).

Con tal raro apelativo han pasado a la prehistoria, lo que es lógico porque los ictiosaurios fueron tan antiguos que la prehistoria queda después de ellos.

En realidad, prosigue el célebre paleontólogo estadounidense, a pesar de decirse “pez lagarto”, los ictiosaurios no eran peces, lo que nos hace perder un poco la fe en ellos pues no es seria la gente que se llama lo que no es.

Los ictiosaurios no eran peces; eran reptiles que habían vuelto al mar, quizá porque se les había olvidado apagar la luz de las anguilas eléctricas, y la cuenta ya les estaba subiendo y habría que pagar varias edades geológicas.

Como fuere, en sus huellas fósiles, los ictiosaurios exhiben notables parecidos con los peces: las paletas, la aleta dorsal y la aleta caudal, puestas casi en los mismos sitios. Sin embargo, los peces no provienen de los ictiosaurios. ¿Cómo ocurrió su parecido?

Ello derivó de la necesidad de adaptarse a ambientes similares (el agua). Así también, unos dinosaurios “crearon” la cadera; ellos se extinguieron, pero los mamíferos (contemporáneos de los dinosaurios) crearon sus propias caderas: de allí vienen las nuestras.

Especies que están muy distantes entre sí pueden adquirir órganos similares, como las alas (de aves y murciélagos) y los ojos (de pulpos y humanos). La “evolución convergente” crea estos parecidos externos y casuales.

“La cantidad de casos [de convergencia] es impresionante y refuerza la teoría de la evolución”, escribe el ecólogo costarricense Julián Monge Nájera en su libro Introducción al estudio de la naturaleza , EUNED, p. 57). No hay “diseño” ni milagros en esas casualidades; a lo más, humoradas del tiempo que nos hacen más hermanos de las otras criaturas.