Muerte, la ineludible certeza, la incitadora imagen

Provocación. Potente estudio visual en los Museos del Banco Central ofrece un recorrido por las diferentes caras y metáforas que suscita el fin de la vida

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La muerte anda suelta en los bajos de la plaza de la Cultura, en San José. En esa fortaleza de concreto y acero que son los Museos del Banco Central, bajó la guadaña y se dispuso a ser exhibida en las más variadas metáforas y rostros que le han creado como parte de la siempre incompleta misión de comprenderla, engañarla u olvidarla.

Aunque el espectador no corre ningún peligro mortal, sí será sacudido por el potente compendio visual que ofrece La ineludible muerte , por medio de 112 piezas (obras de arte, objetos arqueológicos e imágenes religiosas, de los medios y de la industria del entretenimiento).

Es inevitable: esta cita convoca cierto morbo, el cual rápidamente se diluye y es sustituido por reflexiones sobre lo efímero de la vida, la violencia, la imposibilidad de aceptar el paso del tiempo, las construcciones sociales acerca del fin de la existencia, las mejores maneras de vivir y también de morir… Entonces, el público se deja llevar por los diálogos y, sobre todo, por provocaciones de las imágenes.

Sugerente y ambiguo

Como es usual, el libre albedrío hace que el visitante haga la lectura que considere más conveniente. Un camino sugerente empieza con un arma apuntando directo al rostro en la fotografía de la serie Inventario (2006-2007), de José Alberto Hernández; esta imagen de un revolver calibre 22, salido de un procedimiento judicial, es chocante, aterradora y fascinante a la vez, como la muerte misma. De esta forma nos atrapa una de las cinco secciones de la exposición, Lo ambiguo de la muerte , en que se exploran las contrastantes representaciones acerca del fin de la vida planteadas en diferentes campos.

Las incitaciones continúan: las armas confeccionadas por privados de libertad y fotografiadas en la serie In dubbia tempora (2004), de José Díaz, María Montero y Jhafis Quintero.

Al frente, un videojuego y serie de televisión nos recuerda que el entretenimiento también orbita alrededor de la muerte. Son productos consumidos masivamente. Aquí, asesinar genera puntos, rating y emoción; entonces, ¿nos sigue pareciendo tan mala, triste y aterradora?

“Se trata de obras que nos exponen ante el hecho de que hoy, la muerte, es un tabú que no se nombra, que se oculta, que se teme y que, constantemente, se transgrede; pero, simultáneamente, es un lucrativo negocio para las industrias armamentista, funeraria, médica, científica y del entretenimiento”, detallan las curadoras María José Monge y Priscilla Molina en el texto del catálogo.

En algunos contextos, matar es válido bajo ciertos parámetros y reglas. Incluso, explica Priscilla Molina, en algunos grupos indígenas precolombinos se honraba a quien moría en “batalla” y la evidencia arqueológica muestra cabezas trofeo y presos atados.

Las Sentencias (1994), de la siempre irreverente artista Priscilla Monge, usan el bordado –y la ironía– para recordar algunas penas de muerte que fueron dadas, antes de 1882, en nuestro país. Pólvora pura.

Desde reproducciones del Álbum de Figueroa –finales el siglo XIX– hasta fotografías de enfrentamientos armados a mediados del siglo XX muestran a la muerte como un instrumento de control social.

Formas de morir

Sin dejar la ambigüedad de lado, el público se enfrenta a las ideas alrededor de la buena o la mala muerte, otro de los ejes temáticos de esta propuesta. Para las curadoras, la buena muerte tiene que ver con un deceso natural y tranquila; la mala, en cambio, se relaciona con violencia, tragedia, suicidios o heridas causadas por la guerra. “También están asociadas a cómo viviste”, agrega Monge.

En esta parte, las incitaciones no disminuyen en intensidad, solo cambian de forma.

Una urna con cerámicas indígenas pide acercarse; al ver las piezas con atención, no se puede disimular una mueca: un jarrón trípode alto (Caribe Central, 300-800 después de Cristo) presenta un cuerpo atado y descarnado, vigilado por un ave carroñera, en cada pata.

Más adelante, se recibe otro dardo al enfrentar las fotografías de la serie Nadaesnadaesnadaes (2013), de Pablo Murillo, en que se polemiza acerca de la eutanasia, el homicidio y el suicidio.

Es evidente que la exposición, que incluye objetos desde el 300 antes de Cristo hasta la actualidad, adrede se aleja de una propuesta cronológica, con el fin de motivar otras reflexiones y lecturas. “La realidad es una donde todo está mezclado (...). Hacemos que la gente revise sus posiciones y prejuicios; nos interesa la discusión. El pasado tiene sentido para pensar el presente y ser mejores”, explica Monge.

Mundos relacionados

La sección dedicada a El “aquí” y el “más allá” es la más amplia de La ineludible muerte . Esto tiene todo el sentido porque pone de manifiesto los rituales de este mundo y su relación con el paso a la eternidad –incluso cuando se cree que “más allá” no hay nada más–.

Las diferencias entre la preparación del cuerpo, los enterramientos y ritos entre diferentes sociedades y épocas, así como la incertidumbre, el tránsito y visiones sobre qué hay después son analizadas en piezas de piedra, cerámicas, figuras de oro, reproducciones y fotografías históricas, pinturas, videocreación, grabados, ensambles, esculturas e imágenes religiosas.

Los funerales ilustrados por José María Figueroa en su fundamental álbum en el siglo XIX conversan con las imágenes del funeral de Rafael Calderón Guardia y de Daniel Oduber.

Sobresale, por ejemplo, la pintura Cementario de Escazú , de Dinorah Bolandi, y la xilografía Descansa... o descansan , de Emilia Prieto; esta última es una joyita que se ríe de la doble moral y plantea que si la paz le llegó al difunto o a sus sobrevivientes.

Aquí, hay chamanes, murciélagos, cocodrilos, ranas –aparecen los siempre atractivos colgantes de oro precolombinos– y aves, figuras y animales vinculados con la muerte.

Hasta hoy, se cree que las aves son mediadoras entre mundos o dimensiones, asegura Molina.

Incluso aparecen santos y vírgenes a quienes se encomendaron los fieles en su viaje.

La musa decapitada (1999), de Claudio Fantini, aborda la pérdida y la ausencia desde el propio lienzo.

Doble provocación

Vanos intentos para evitar o postergar lo inevitable, de eso trata el apartado Vencer a la muerte . Es la necesidad de retarla, negarla, ocultarla o atrasarla; es la incapacidad de asumir su naturalidad, cuenta Monge.

La representación de Quetzalcóatl en dos jarrones (Pacífico Norte, 800-1500 después de Cristo) habla de su mito, de la continuidad del ser y del autosacrificio para triunfar sobre la muerte –tema que se encuentra en diferentes culturas y épocas–.

Cuidado, hay un difunto que no le quita la vista. En el grabado La vela (1990), de Adrián Arguedas, el muerto mira a aquellos que se aproximan a su ataúd. “El artista desafía lo inefable de la muerte mediante una imagen del aquí, percibido desde el más allá”, apuntan las especialistas en el catálogo.

Una mezcla de poesía y de algo fantasmagórico son aportados por las fotos de la serie Recuerdo/Retorno (2014), de Elisa Bergel Melo. La artista conjura el olvido y trae al presente , gracias a las imágenes salidas de un video casero, a sus familiares ya extintos. Una hermosa sacudida.

Tantos recordatorios

La muerte es la única certeza de la vida; a veces lo olvidamos –muchas veces adrede–. Al final, el estudio visual acude a toda su fuerza para recordarle al espectador su destino común, su fragilidad, su imposibilidad de ser eterno –a pesar de sus intentos–. Es Recordatorios de muerte .

La inminente suerte encuentra nicho en símbolos de animales, saurios, felinos y, por supuesto, aves de rapiña. Los indígenas lo reflejaron en un jarrón trípode en que un ave de rapiña devora a un humano; el artista Manuel Zumbado lo expone en su pintura Zopilote (1993).

Es una sección donde la crudeza, la poesía y la profundidad de las reflexiones conviven e inquietan. El paso del tiempo y el deterioro del cuerpo es ineludible, pero la modernidad combate y desdeña la vejez.

Un dibujo de Dinorah Bolandi, Doña Mariana (1989), conmueve y cuestiona acerca de la “sobredimensión del cuerpo joven”.

En su trabajo, el gran Francisco Amighetti hizo recurrentes los temas de la vejez y la muerte. Entierro macabro (1945) dialoga con la obra gráfica de artistas como José Guadalupe Posada (1852-1913) y con el género artístico de la Danza macabra , en el cual la alegoría de la muerte alerta sobre el tránsito efímero por este mundo, explica el catálogo.

Las provocaciones continúan apelando, dejando preguntas, interpelando a quien recorre el camino. Es un sutil juego sin retorno, como cuando el epitafio de Priscilla Monge nos dice, desde un libro de mármol: “A la memoria de mi cordura”.

La experiencia acaba cuando el espectador deja fluir las impresiones, sensaciones y sentimientos agolpados en su cerebro y en su boca. Un alto y un duelo necesario para digerir este viaje en compañía de la muerte.

Certidumbre expuesta

  • La exposición temporal La ineludible muerte estará abierta hasta agosto en los Museos del Banco Central, ubicado en los bajos de la Plaza de la Cultura. Abren todos los días de 9:15 a. m. a 5 p. m. La entrada cuesta ¢2.000 para costarricenses y ¢5.500 para extranjeros. El martes 8 de marzo, a las 3 p. m., habrá un espacio para compartir con las curadoras María José Monge y Priscilla Molina.