‘Macbeth’, la daga que atraviesa la historia

¿Qué hace buena una adaptación de Shakespeare? La nueva versión de la tragedia se mide con tres grandes clásicos: las de Orson Welles, Akira Kurosawa y Roman Polanski

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De todas las obras de William Shakespeare, el guionista más prolífico del cine, quizás sean dos las más “cinematográficas”: Romeo y Julieta , mito de amor universal transformado en poema, y la violenta, brutal y rauda Macbeth .

La obra, que cuenta cómo el guerrero escocés asciende al trono mediante violencia desmedida, ha sido una de las más apreciadas por los cineastas desde los primeros años del cine. El jueves se estrenó en Costa Rica Macbeth , una nueva versión dirigida por Justin Kurzel.

Michael Fassbender ( Shame , 12 Years a Slave ) y Marion Cotillard ( La Vie en Rose , Dos días, una noche ) encarnan a la pareja de soberanos fatalmente atraídos por el poder. Su ambición es el motor de una trama que abunda en profecías, traiciones, asesinatos y evocadoras imágenes, como el bosque que marcha para destruir a Macbeth y las manos ensangrentadas de la dama.

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Kurzel suma su obra a tres monumentales adaptaciones previas: el gótico ensueño de 1948, de Orson Welles; el brutal e imaginativo Trono de sangre (1957), de Akira Kurosawa, y la sanguinaria y tormentosa Macbeth de Roman Polanski , de 1971.

Docenas de otras versiones han surgido a lo largo de las décadas, pero son estas tres las que mayor impacto han tenido en las formas de entender al Shakespeare fílmico.

Cada una apunta hacia una manera de comprender cómo se traslada un texto teatral a una obra cinematográfica: es decir, obviando las supuestas virtudes de la fidelidad al texto, estas obras buscaron decirnos algo más.

¿Cuál Shakespeare? En su etapa formativa, el cine atraía por una mezcla de intereses comerciales, científicos y didácticos. Empezó como avance tecnológico en 1895 y se convirtió, en poquísimos años, en atracción de feria en las crecientes urbes.

Las condiciones para disfrutarla no eran ideales: muchas de las primeras salas se abarrotaban y ponían en peligro la seguridad de los espectadores.

Aún más, el cine permitía articular un lenguaje supuestamente universal (aún era “mudo”) útil para las políticas colonialistas de la época. En el Imperio británico empezó a impulsarse lo que se conocería como la tradición del quality film desde 1905; en Francia, nacía el film d’art .

A una década de su nacimiento, era necesario dignificar el medio, hacerlo tan aceptable para la ruling class como para el pueblo. Se presumía que, cuanto más apegado fuese al texto, más respetaba la tradición de un arte ya consagrado. Esa visión influyó en la forma de entender la adaptación de literatura a cine en las décadas posteriores.

También Estados Unidos, en su etapa de febril modernización y paso a una sociedad cosmopolita, se preocupó por hacer películas “de calidad”; es decir, aproximarlas a otras artes , resultando el teatro, la pintura y la novela realista las más próximas para adaptar y rehacer .

De 1908 data la primera adaptación conocida de Macbeth , dirigida por el pionero James Stuart Blackton. Quizá sea difícil imaginar cómo se comprime una tragedia de tres o cuatro horas en 10 minutos, pero hay que recordar que, para inicios del siglo XX, las tramas de Shakespeare eran conocidas aun entre sectores poco educados de la población, al menos en el mundo anglohablante.

Tal empuje a este tipo de cintas calza con otros procesos históricos que no pueden desligarse de la popularidad incomparable de Shakespeare en la pantalla. Es la era de la globalización del teatro, cuando empresarios y actores creaban estructuras industriales para llevar su arte escénico por el mundo –es cuando se inician de las grandes giras de Sarah Bernhardt, por ejemplo–.

Así fue como se impuso una forma de llevar a Shakespeare a la pantalla directamente desde el teatro.

Esto no necesariamente resta méritos a versiones como Hamlet (1948) y Ricardo III (1955) de Laurence Olivier, o las adaptaciones de los años 80 y 90 de Kenneth Branagh. En ellas, la calidad actoral las eleva sobre la simple filmación de un montaje, como ocurre en telefilmes de los años 70 (el mejor cuenta con Judi Dench e Ian McKellen), muy planos visualmente, aunque sean ricos en matices de los histriones.

No obstante, es cuando los directores rompen con la fidelidad al teatro que las obras se elevan y nos comunican algo más.

Giro. Las tres versiones cumbre de Macbeth triunfan por hacer de la palabra y el gesto teatral solo dos de miles de elementos narrativos que puede sumarles el cine. Críticas de tiempos de sus estrenos, sin embargo, les reprocharon interferir “demasiado” con el texto original.

Orson Welles, por ejemplo, nunca tuvo temor de manipular las obras del Bardo a su antojo, y la crítica lo castigó; es en años recientes que la apreciación de sus versiones es más extendida. En 1936 montó un célebre Macbeth “vudú”, inspirado en la mitología haitiana.

Algo de esta producción se respira en su filme de 1948 , que anticipa la penetrante y torturada producción de 1952 de Otelo , León de Oro en Venecia, y un poco a su personalísima interpretación del personaje de Falstaff, quien aparece en varias obras de Shakespeare, protagonista en la magistral Campanadas a medianoche .

¿Apegarse al texto es triunfar? Desviaciones interesantes han resultado en mejores cintas. Las obras de Shakespeare llegaron a Japón, como toda la literatura occidental, en el periodo Meiji (1868-1912). Se recibieron de dos maneras, como escribe Erin Suzuki en Film Quarterly : de forma reverencial, como canon para copiar y ser apreciado en Occidente, y como herramienta para confrontar problemas locales (“reformar jerarquías feudales y un gobierno anacrónico y corrupto”).

En Kurosawa, si bien la interpretación política es menos explícita que en otras de sus películas, la estilización japonesa confiere a la cinta un poder visceral y una belleza plástica admirable.

Más que fascinación con lo que la tradición occidental ofrecía a Japón, el Macbeth de Kurosawa refleja un momento histórico de toma de conciencia en un país que, tras el shock de la Segunda Guerra Mundial, se disparaba a una modernidad imprevisible y a la confusión espiritual.

La composición geométrica, el dinamismo del movimiento y las actuaciones imbuidas de la gestualidad de las tradiciones teatrales locales se reúnen en una de las obras más poderosas de su realizador. Kurosawa buscó algo similar en su Rey Lear , la delirante Ran , de 1985.

El Macbeth de Kurzel se enmarca en la veta ultrasangrienta que inaugura Roman Polanski con su versión de 1971 . Como en todo el cine del polaco, sexo y violencia, erotismo y muerte, son corrientes que fluyen juntas en el cuadro. Para triunfar con Shakespeare, un filme debe inventarse su propia mitología, sus códigos y sus visiones únicas. De otro modo, el respeto, el apego y la reverencia resultan estériles.

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Kurzel quiere probar un enfoque novedoso. Su Macbeth es brutal, feroz, angustiante, árido. Aprovecha la cámara lenta para las estremecedoras escenas de acción y lo sitúa en un paisaje geográfico y moral desolado.

Incluso, Kurzel se ha atrevido a darle un giro a la interpretación tradicional de las raíces de la ambición de Macbeth y su esposa , aprovechando una línea opaca de la obra . En este filme, la ira de ambos proviene, en parte, de un hijo muerto: sin él, no hay herededero, y el trono debe pertenecerles cuanto antes. No hay catarsis, solo violencia. Puede resultar poco sutil, destructiva; ese es su riesgo.

Este es el Macbeth que nos habla de hoy. Visualmente, recurre al pasado. Su ética y su estética, sin embargo, provienen del más vivo presente.

Si Shakespeare se atrevió a inventar cientos de palabras para expresarse con toda potencia, ¿por qué los cineastas no deberían probar formas distintas para verlo mejor a él?

Las adaptaciones a través del tiempo

MACBETH (1908, J. Stuart Blackton)

La primera versión conocida se reálizó en 1908, con una duración de 10 minutos. Ese mismo año se hizo El asesinato del duque de Guisa , uno de los primeros intentos franceses por elevar el cine a la categoría de arte. En esta misma línea, siguieron otras adaptaciones de Shakespeare. La versión de 1916 fue protagonizada por Herbert Beerbohm Tree, uno de los empresarios que impulsaron la globalización teatral y un actor muy popular; duraba 80 minutos y lamentablemente está perdido.

MACBETH (1948, Orson Welles)

Uno de los directores que mejor ha entendido a Shakespeare fue Orson Welles, quien, en realidad, hizo adaptaciones sui géneris de las obras del Bardo. La había montado con un reparto negro en 1936 y 1947 (se le conoce como el Voodoo Macbeth , ubicado en una isla que evoca a Haití). Su Macbeth enfatiza el paso de las religiones paganas al cristianismo, por lo cual añade un personaje (el Hombre Santo) y amplía las escenas de las brujas, e incorpora elementos de la tradición vudú.

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TRONO DE SANGRE (1957, Akira Kurosawa)

Es imposible entender las versiones de Shakespeare hechas por Akira Kurosawa sin recordar que su proceso filosófico parte de entender el humanismo desde la cultura japonesa, en una época de vertiginosos cambios para su sociedad. En el centro de su Trono de sangre hay un conflicto entre la libre volición y el destino, entre lo sobrenatural y lo más humano. Estremecen la composición geométrica, dinamismo del movimiento y las actuaciones influidas por el teatro Noh.

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MACBETH (1971, Roman Polanski)

Las brujas de Polanski son animales eróticos y asesinos; su pareja Macbeth, una bestia de dos espaldas muy destructiva. El primer filme que realizó Polanski tras el brutal asesinato de Sharon Tate es una fábula violenta. Los actores Jon Finch y Francesca Annis confieren a sus roles una sensualidad sofocante. En los años 70 se realizaron telefilmes de excelente calidad, con interpretaciones notorias, pero, en el cine, fue esta cinta la que abrió las puertas a aventurarse más con el contenido.

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MAQBOOL (2004, Vishal Bhardwaj)

Un Esquilo bantú no es menos falso que un Esquilo burgués, escribía Roland Barthes. Versiones como Maqbool parecen “disfrazar” a Macbeth de otra cosa, sin profundizar en el contenido. La simple estilización no “actualiza” un texto; no lo trasciende si se queda en la superficie (es el “estilo” entendido solo como decoración). Shakespeare ha sufrido las más superficiales adaptaciones, pues se cree que para “modernizarlo” o traducirlo basta con moverlo de sitio y tiempo.

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