Les Luthiers: La noche de los esmóquines alegres

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Vestidos con sus clásicos esmóquines, Les Luthiers salieron al escenario del Palacio de los Deportes pocos minutos después de las ocho de la noche de este sábado a renovar el pacto que tiene intacto desde hace casi 50 años: hacer reír con música, inteligentes juegos de palabras, un buen desempeño histriónico y desopilantes historias. Eso no es cualquier cosa, porque los más fanáticos se conocen sus chistes de memoria. Y consiguen hacer reír a todos por igual, así sea la primera vez o la número 200 que se miren.

Las luces se apagaron y en las tablas desfilaron los cuatro artistas veteranos más los dos reemplazos que ya son permanentes. Hace un año, luego de que murió el entrañable Daniel Ravinovich –Neneco, para sus amigos–, Les Luthiers, en vez de convertirse en un cuarteto, se amplió, de nuevo, a un sexteto. Así fueron hasta mediados de los ochenta, antes de que se divorciara Ernesto Acher.

El recinto, prácticamente a capacidad, les entregó una calurosa bienvenida, de pie. Tanto la empresa productora como el equipo logístico que acompaña al grupo manifestaron que estaban contentos con la venta de las entradas (no es un espectáculo barato ni masivo). Para Cecilia Chavarría de Interdepro (empresa que trajo el espectáculo) “no solo las ventas de boletos tienen que ver con la calidad del espectáculo. Se hizo un trabajo muy cuidadoso porque se trata de Les Luthiers y eso para la productora es muy importante”. Para que el Palacio de los Deportes cumpliera con los requerimientos, lo adaptaron como teatro y se colocaron sillas en la cancha. El resultado, tanto de visibilidad, cercanía y sonido fue bueno y solo hubo pequeñas quejas de rebote acústico de algunas personas en los lados.

El primer número generó mucha expectativa, pues era protagonizado por el desaparecido Daniel Ravinovich y ya lo habíamos visto aquí en su primer visita en 1998: “Manuel Darío (Canciones descartables)”, cuando trajeron Unen canto con humor . Ahora lo hace Martín O’Connor. Y lo hace muy bien: con estilo y ritmo propio. Aquí vale la pena adelantar que aunque se trata de una antología de éxitos, el libreto no es exactamente el mismo. Los diálogos y gestos fueron revisados y actualizados; además, se copian de ellos mismos y reciclan chistes y gags de otras piezas. Esta revisión es un gran acierto, ya que introduce giros y novedades que sorprenden para bien, aun a los fanáticos de hueso colorado que se saben cada línea, frase y gesto de los actores. Un ejemplo de esto es la mención a Lady Gaga (no diré más).

El hilo central de ¡Chist! es “La comisión (Himnovaciones) ”. Donde un par de políticos de raza (no sabemos de qué raza) contratan a un músico popular para que modifique a conveniencia de ellos el himno nacional. Aquí, Carlos Núñez se luce con su clásica frase: “¡Qué compromiso, qué compromiso!”, que fue aplaudida toda la noche. Este esketche se intercala a lo largo del espectáculo. Esta forma de elaborar la linea progresiva se vio en los últimos shows “originales” que hicieron: En Los Premios Mastropiero todo gira alrededor de una supuesta premiación a artistas, en Lutherapia los problemas emocionales (por culpa de Mastropiero) entre paciente y sicólogo hilvanan el espectáculo, y antes, en Todo por que rías , Ramírez y Murena, con su “Radio Tertulia”, se intercalaban para hace reír a la gente.

Lo bueno de hacer antologías, como lo dijo Carlos Núñez en la reciente entrevista que publicamos, es que el público pueden ver piezas que muchos no habían visto. Un ejemplo de esto sería el madrigal “La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa”, que pertenece al espectáculo Mastropiero que nunca , de 1978. La versión de ¡Chist! es diferente y agradable: mantiene el mismo espíritu, pero su música fue revisada.

En “La hija de Escipión”, Martín O’Connor ya había avanzado bastante en despejar cualquier duda acerca de sus dotes como actor, pero se terminó de ganar al público al mostrar su capacidad vocal de tenor. Una bella y educada voz. Para este momento, Marcos Mundstock –el más aplaudido por sus constantes caras y gestos– había superado un par de momentos incómodos con la majadería y el irrespeto a los actores de unas personas que insistían en tomar fotografías con flash, aunque se había pedido expresamente que no lo hicieran (incluso, Mundstock detuvo por un momento el espectáculo para pedir que no lo hicieran porque le molestaba) y empezó a divertirse con gestos y movimientos que desternillaron a los asistentes.

Clásicos a cargo de Carlos López y Jorge Maronna como Solo necesitamos y Los jóvenes de hoy en día fueron, además de celebrados, coreados a toda garganta por la feligresía de Les Luthiers. Puede que uno de los momentos mejores de ¡Chist! fuera en “La redención del vampiro”, cuando Marcos Mundstock hizo las delicias del público con su capa y sus mejores payasadas.

En otras piezas, como “El bolero de los celos” y la “Educación sexual moderna” logramos escuchar la voz de Horacio “Tato” Turano, con la que el grupo ganó variedad, colorido y brillantez. Turano es un excelente cantante, aunque nos hubiese gustado verlo en un papel más protagónico.

Parece mentira, pero con 50 años a cuestas, el grupo Les Luthiers derrochó energía, alegría y profesionalismo. Profesionalismo que se nota cuando, a pesar del ruido de un escape abierto de una moto “panadera” que caló en el recinto, se hace un chiste improvisado de eso, el público lo celebra y los artistas siguen con su trabajo como si lo hicieran en el Gran Rex de Buenos Aires o en el Auditorio Nacional de México.

Las dos horas casi exactas de ¡Chist! se agotan muy rápido. Fueron 11 piezas (contando el “fuera de programa”) de música, humor y emociones a flor de piel.

Sí, extrañamos a Daniel, pero agradecemos que, a pesar de los años, y de haberse podido retirar con comodidad a disfrutar de su vida familiar, sigan haciéndonos reír. Si ellos cumplen su parte, el público mantendrá el pacto con Les Luthiers.