Leonel González, pintor de entornos y de contornos

La Galería 11-12 expone 34 obras del celebrado artista nacional Leonel González

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A finales de los años 80, un motivo comenzó a sobresalir en la pintura de Leonel González: la silueta humana de color negro, de tono uniforme y de traza esquemática. Desde entonces, el artista dibujó tales siluetas en la superficie de sus lienzos, cargándolas a veces de voluptuosidad y a veces vaciándolas de ella, pero dejando muy en claro sus definidos contornos.

En algunas de sus obras, la forma humana fue sugerida mediante amplios trazos que contrastan con un segundo plano abstracto y monocromático. En estas pinturas –conocidas como Monocromos –, el artista representó las figuras al insinuar apenas algunas de sus extremidades; estas, no obstante ser fragmentarias, son percibidas en conjunto como cuerpos completos, si bien genéricos. En ellas, la relación entre el fondo y la figura se vuelve un tanto ambigua, lo cual dinamiza y enriquece la aparente simplicidad formal.

Contrastes. No obstante, las más de las veces, las pinturas de González protagonizadas por siluetas tienen un carácter que coquetea con el género del retrato, aunque sin llegar a él. En ellas es donde podemos discernir que el tema central interpretado en su obra es la cultura afrocaribeña y que la figura del negro es su protagonista: más bien, la figura de la mujer negra pues la representación de las formas femeninas predomina definitivamente en su producción.

El origen de este otro tipo de obras es incluso anterior al de los Monocromos. En ellas, los cuerpos se muestran en contornos usualmente voluminosos y rotundos, con proporciones que se acercan a la monumentalidad, aunque sin llegar al extremo de los cuerpos colosales de inspiración afrocubana pintados hace más de medio siglo por Max Jiménez, en quien encontramos un importante antecedente de la temática de Leonel González, junto con Manuel de la Cruz González Luján con su obra Negros de Limón (1936).

Esas pinturas quizá sean las más conocidas de entre la vasta producción de Leonel González, la que abarca también otros temas, como lo evidencian sus series de Palimpsestos , sus Reflejos acuáticos y sus Banderas.

En las pinturas expuestas, cada personaje suele estar definido o particularizado, no por sus facciones, sus rasgos o sus gestos, los que se esconden por completo en la oscura homogeneidad de la silueta, sino por sus objetos accesorios y por su entorno, en los que, por contraste, se despliega una rica variedad tonal.

En algunos casos, los labios son resaltados por medio de colores que contrastan ricamente con la figura, como el rosa y el carmesí –un recurso que, además de poseer un evidente valor estético, fue utilizado por el artista para hacer aun mayor énfasis en el fenotipo de sus “retratadas”–.

Gran colorista. En el ambiente descrito pictóricamente advertimos que el escenario específico es la costa del Caribe costarricense. Esto nos lo dicen, por ejemplo, las formas arquitectónicas representadas con los materiales y los componentes propios del estilo victoriano utilizado desde fines del siglo XIX en Limón: los tablones de madera, los corredores, las barandas, los pilotes expuestos y los techos de dos aguas.

Esos elementos parecen erosionados y deteriorados por la brisa marina y por el paso del tiempo, gracias a la manera en que el artista aplicó la pintura. También lo sugiere el paisaje natural que se muestra en los planos del fondo, muchas veces a través de una ventana.

Por su parte, los atavíos y otros objetos complementan las escenas, a veces con una importante carga simbólica, al mostrarnos aspectos más íntimos de los personajes y de sus biografías hipotéticas: un tazón de bananos sobre la mesa, una gaveta abierta, unos zapatos de tacón al lado de la figura descalza…

A su vez, esos elementos aluden a la cotidianidad de la región. El artista realzó algunos de sus aspectos más plácidos y los representó mediante la expresividad de las tonalidades elegidas.

Precisamente, el uso particular del color, de la mancha y de distintas técnicas pictóricas es una característica fundamental en el estilo de Leonel González. Si sus siluetas se caracterizan por la uniformidad de su negrura, todo aquello rodea a la figura en el rectángulo o el cuadrado del lienzo y sobresale por su explosión cromática.

Mediante la experimentación técnica con el acrílico y otros medios plásticos, Leonel generó composiciones pictóricas cargadas de empastes, texturas, estratos y manchas accidentales que, en sus complejas y certeras combinaciones tonales, lo han colocado al lado de los mejores coloristas costarricenses.

Vida para el arte. A Leonel González Chavarría (1962-2013) siempre lo atrajo la pintura. Tras sus años de formación en el Conservatorio de Castella y en la Escuela Casa del Artista, estudió en el Instituto de Arte Súrikov, de Moscú, de 1983 a 1985.

Tras su regreso a Costa Rica, González fue invitado a muestras colectivas en las que dio a conocer su interés por el paisaje costero nacional. También quedaron patentes sus tendencias estilísticas emparentadas con el fauvismo y con el expresionismo.

Hacia 1987, el artista comenzó a centrar su atención en la figura humana y en el paisaje y la cultura afrocaribeños. Entonces desarrolló las características siluetas negras que, modificadas y reestilizadas una y otra vez, acompañarían su producción artística por el resto de su vida.

Desde esa misma época empezó a trabajar con formatos cada vez mayores y a experimentar con técnicas mixtas.

A finales de los años 80, dos acontecimientos alimentaron su producción. En 1988 se asoció al Grupo Bocaracá en calidad de miembro fundador junto con otros once artistas.

La agrupación no tenía intereses estilísticos ni temáticos específicos en común, y González se separó del grupo algunos años después. Sin embargo, aquella alianza favoreció la proyección de los integrantes en Costa Rica y en el extranjero y contribuyó a impulsar la actividad artística del ambiente cultural josefino.

El otro acontecimiento fue su participación en 1989 en The Triangle Artists’ Workshop de Nueva York, una residencia-taller que, desde inicios de los años 80, agrupa anualmente a artistas jóvenes de diversas localidades del mundo.

Las exposiciones individuales de Leonel González se multiplicaron dentro y fuera del país a partir de los años 90. Desde entonces, su obra fue divulgada en museos y galerías de Argentina, Ecuador, Perú, Panamá, Nicaragua, Venezuela, Colombia, el Reino Unido, Estados Unidos, Bulgaria, Alemania, Japón y Costa Rica.

Afinamiento. Lejos de conformarse con reproducir el tipo de pintura con el que había atraído cientos de miradas a inicios de la década de 1980, el artista hizo de aquel decenio un período de experimentación e innovación aun mayores.

Entre 1991 y 1992 nacieron sus Monocromos, pinturas en las que el motivo de la figura humana fue llevado hasta un alto grado de esquematización. Además, desde 1992 y por unos cinco o seis años más, Leonel desarrolló obras en las que dio un fuerte giro temático al aproximarse, mediante un enfoque surrealista, a asuntos religiosos, históricos, fantásticos y autobiográficos.

En esas obras, el artista se basó en el concepto formal del palimpsesto para yuxtaponer escenas, por lo general lógicamente inconexas, de tal modo que cada plano de la pintura (algunos de ellos con formas difusas, cual si hubiesen sido borradas) representa un espacio distinto y parece tener su propia temporalidad. Los resultados obtenidos en esta serie de Palimpsestos son de carácter onírico, y la ambivalencia de sus planos resulta interesantemente perturbadora.

El último periodo de la trayectoria de González fue principalmente de revisión, de afinamiento conceptual, de experimentación técnica y de mayor indagación con las posibilidades del color. No obstante, pocos años antes de su inesperada muerte en diciembre del 2013, había comenzado a trabajar nuevos motivos, como el reflejo de la luz en el agua, para lo cual dirigió su mirada a la obra tardía de Monet: aquella en la que el impresionista alcanzó a rozar la no figuración.

Como se dijo en su momento, “el arte llora la muerte de Leonel González”. Sin embargo, y afortunadamente, su legado permanecerá por siempre en la historia del arte nacional.

La autora es curadora e historiadora del arte.

ma.letriana@gmail.com