Las tablas lloran la partida de la versátil Haydée de Lev

La destacada actriz y locutora de 78 años falleció ayer. Deja familia y amigos que hizo dentro y fuera del teatro, espacio en el que siempre aportó creatividad y pasión

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Las dulces palabras de la actriz Haydée de Lev declamando un poema o dando vida a un cuento o un intenso personaje no se escucharán más. La última página del libro de su vida encontró su punto final ayer viernes, cuando murió a los 78 años.

La artista falleció en su hogar, según confirmó el doctor Eduardo Avilés, amigo de la artista desde 1995. La vela de la actriz se realizará en la Funeraria Polini, en Sabana Norte, hoy sábado.

La destacada actriz, mujer de radio, lectora apasionada, columnista y, ante todo, entusiasta de la vida partió y dejó una estela de éxitos profesionales dentro y fuera del escenario, amigos y recuerdos de un espíritu que la llevó a sonreir siempre, aún en medio de la adversidad.

Amante del teatro. Nació en Argentina; según Alberto Cañas, ella decía que nació el mismo día que murió Carlos Gardel, 24 de junio de 1935. En la década de 1950, viajó a Costa Rica, casada con un tico que estudió Medicina en aquella nación suramericana.

Inquieta y atraída por las artes desde niña; ella desafiaba el mandato de su padre de dormirse a las 10 p. m. para robarse algunos minutos para leer; para ello usaba un foco que tenía escondido en su cuarto.

Esa adicción por los libros nunca tuvo cura y eso la hacía feliz.

“Soy una romántica incurable. Por eso es que leer me conduce al orgasmo del espíritu. (...) Leo todos los días, y cuantas horas pueda robarle a las demás actividades”, aseguró ella en una entrevista con artstudiomagazine.com , en el 2005.

Quiso ser actriz, no obstante, el brazo firme de su padre se lo impidió. Su madre quería que fuera maestra, pero ella al final terminó estudiando para ser ceramista.

En Costa Rica, se las ingenió para desarrollar ese talento que traía en las venas y para el que estaba convencida que se podía ejercer sin necesidad de pasar por la academia. “No hay secretos, yo no pasé por ninguna escuela de teatro. Es el talento, el aprendizaje a través de los libros. Peter Brooke, gran director inglés, dice que solo se necesita la verdad para ser un gran actor”, le dijo a La Nación en el 2006.

Fue en 1962, con la obra de teatro El luto robado , de Alberto Cañas, cuando consumó su sueño de juventud de pisar las tablas y deslumbrar al público bajo los reflectores.

Esa participación le permitió destacar, según Cañas, ahí comenzó a cosechar la fecunda colección de aplausos que la acompañó cada vez que subió a escena.

“Es una gran actriz simplemente porque es buena, no porque tiene los ojos verdes o es alta. Ya no se pueden establecer comparaciones”, afirmó Cañas.

Por la causalidad conoció a Daniel Gallegos, gran director y dramaturgo tico preparado entre Nueva York, Francia e Inglaterra, y así se selló una complicidad que les trajo logros a ambos.

“Yo venía de Nueva York donde pasé una temporada en un estudio donde se daban técnicas de teatro muy importantes; cuando vine Haydée se interesó mucho en que trabajara con ella el método (que aprendió en Estados Unidos); trabajé con ella y eso dio pie a que hiciéramos algunos montajes; sobresalió con Emily , obra que llevamos a Guanajuato donde la consideraron la gran revelación de ese festival”, aseguró Gallegos, posiblemente el director con el que más trabajó en su carrera.

Desde entonces y durante las siguientes cinco décadas se mantuvo sobre el escenario. Perteneció a una generación de grandes actrices y directores como Sara Astica, Gladys Catania, Jean Moulaert, Ana Poltronieri, Alfredo Pato Catania y Luis Fernando Gómez, por mencionar algunos.

La versatilidad debe ser un requisito elemental en cualquier actor, pero en ella era una característica incuestionable. De eso dan fe varios colegas.

María Torres , actriz con quien compartió reparto en Los monólogos de la vagina (2001, Teatro Lucho Barahona), aseguró que en esa temporada encontró a una colega con gran compromiso por la profesión, además de ser muy divertida.

“Una gran profesional, puede hacer cualquier género teatral, es muy versátil (...) Yo la vi de joven en María Estuardo , cualquier cosa que hiciera iba a estar maravillosa. Fue muy buena experiencia y quedó la satisfacción de saber que trabajé con ella”, comentó Torres.

De su larga lista de actuaciones también se pueden destacar En agosto hace dos años (1966), texto de Alberto Cañas, y dirección de Andrés Sáenz; La segua (1971), de Alberto Cañas; Las brujas de Salem (1978), de Arthur Miller, dirección Daniel Gallegos; En el séptimo círculo (1982), texto y dirección de Gallegos; y un largo etcétera.

De todos esos años sus amigos y conocidos conservan anécdotas que casi llegan a ser mitos. Una de las más significativas gira en torno a la obra La segua . El autor recordó que faltando una semana para el estreno la actriz Kitico Moreno, quien personificaría a Encarnación Sancho, se fracturó.

En el Teatro Universitario pensaron en retrasar el estreno, pero Cañas abogó por darle el papel a De Lev, a quien ya había visto en dos obras suyas.

“Se aprendió el papel en una semana ¡una hazaña que nadie creía!, solo yo le tuve fe”, recordó Cañas.

No solo se aprendió el papel, lo hizo tan bien que se ganó el premio a la mejor actriz de Centroamérica, otorgado por el jurado del II Festival de Teatro Universitario Centroamericano, que se celebró ese año en Costa Rica. Este fue uno de los varios premios que acumuló en su carrera.

“Usted la veía en el papel de Emily o de Shirley Valentine y eran dos personajes totalmente diferentes. O en Las brujas de Salem o en María Estuardo ; su versatilidad y manera de componer sus personajes es una cosa que muy pocas actrices han tenido”, recordó Gallegos en una entrevista con La Nación .

Uno de sus últimos trabajos en las tablas fue con su director de siempre: Gallegos. Se llamó Esta noche a las ocho , un espectáculo en el Teatro 1887, en el que interpretó dos obras cortas. La primera fue Tiempo diferido , de Samuel Rovinski y La invitación , de Gallegos.

Esta interpretación le mereció el último de sus premios, el Nacional de Teatro a mejor actriz protagónica 2005, del Ministerio de Cultura.

Otros de sus galardones fue el Premio Áncora 1991-1992 en teatro, por el montaje Shirley Valentine , junto al director Gallego.

Mujer activa. Estar sobre las tablas era su pasión, pero con igual devoción encontró espacio para trabajar en radio.

Fue la directora fundadora de Radio Nacional, en 1978, emisora a la que le imprimió un sello cultural y popular por igual.

En esos años trabajó con jovencitos que hoy en día destacan en distintos campos de la comunicación como Ana Coralia Fernández, Bernal Monestel, Luis Diego Solórzano y Alberto Zúñiga, entre otros.

Ellos no sabían hacer radio, pero de la mano de ella y sus colaboradores aprendieron a no limitarse a ser locutores, sino que se transformaron en productores.

“Ayudó a crear una radio sólida, consistente, de un alto perfil cultural que, de algún modo, influyó en otras emisoras. Gracias a ella logramos entrevistar a García Márquez, Julio Cortázar y a varios cineastas”, recordó Zúñiga de sus primeros años en radio.

Su amor por las letras la hizo participar de un proyecto que pasó casi desapercibido, el disco compacto Poética (2002), con poemas de autores costarricenses y música de Éditus. Con igual interés produjo el programa de radio Cuentos para siempre , en el que ella sola dio vida a una serie de personajes.

La televisión nunca la sedujo, como sí lo hizo la radio; ella solía decir que la TV le daba todo masticado y listo a las personas. No obstante, incursionó, sin éxito, en espacios como Totita y sus amigos , en canal 11; al igual que Secretos (hablaban de sexo, mujeres y temas polémicos), en canal 19.

El cine también le abrió las puertas; estuvo en El dorado (1988), de Carlos Saura; Las caras de la luna (2001, en esta participó entre otras actrices Geraldine Chaplin), de Guita Schyfter; El último comandante (2010), de Vicente Ferraz e Isabel Martínez; y El compromiso (2011), de Óscar Castillo.

No todo fue trabajo puro y duro, tuvo espacio para otras iniciativas. Eso la llevo a ser, entre el 2006 y el 2008, columnista del periódico Al Día . Ahí presentó semanalmente Desde mi espejo, donde con familiaridad y buen gusto habló de temas como familia, literatura, humor y hasta patriotismo.

Conforme las primaveras pasaron por su vida, ella fue sensibilizándose aún más con los adultos mayores. Emulando iniciativas que vio en el extranjero, le propuso a la Municipalidad de San José crear un espacio donde los ciudadanos de oro pudieran llegar a bailar esos boleros de siempre. Este espacio se llama Crepúsculos románticos, y permanece activo hasta la fecha.

Llena de éxitos, así fue su vida, pero, tampoco escapó de la crítica, de la profesional y de la malintencionada, y de la adversidad.

Fue víctima del cáncer de mama, pero sobrevivió. Eso la llevó a crear un monólogo (2008) inspirada en su experiencia; el objetivo era sensibilizar sobre la importancia de la prevención.

En el teatro Andrés Sáenz, en su papel de crítico de teatro de La Nación , tuvo ocasión de ver el remontaje de Punto de referencia (2000). De esa obra dijo: Haydée de Lev reincide en una actuación amanerada y postiza en el papel de Ana.

Y los temas del corazón no fueron exentos de los comentarios mal intencionados. Ella le confesó a Camilo Rodríguez, en una entrevista del 2005, que la gente le inventó historias nada gratas.

“Me inventaban amantes, desde el portero del teatro, hasta el Presidente de la República. Tantos hombres dijeron que habían tenido algo conmigo, que, de haber sido cierto, no me hubiera dado tiempo ni de comer”, aseguró en su momento.

Adiós a su voz, a su sonrisa; desde ayer el espíritu libre de Haydée de Lev tiene como límite las estrellas. Con los ticos quedará el recuerdo de una mujer que hizo surco en cada escenario en el que puso un pie.