Las herencias son muñecas rusas

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Las muñecas rusas son cajas chinas. Las muñecas rusas se llaman matrioskas y tienen dentro otras muñecas, similares, cada vez más pequeñas, de modo que, si las dejaran solas, se reducirían hasta que la nada les quedase grande por fuera.

Las muñecas rusas son las adolescentes de la juguetería porque se encierran en ellas mismas. Las muñecas rusas son el Big Bang que se cansó de viajar y ahora está de vuelta llevándose a quienes las miran.

Las cajas chinas son similares y concéntricas: por tanto, de un vértigo metafísico, como las fracciones de los partidos que se dividen hacia dentro hasta acabar en un solo militante que no está seguro de sí mismo, rodeado de culpas interiores. El remordimiento es la oposición que nos hace nuestro otro yo.

Nunca sabremos si hay gato encerrado en las cajas chinas.

En 1635, el maestro Francisco de Quevedo publicó Defensa de Epicuro contra la común opinión, opúsculo resonante y vibrátil que contiene las mejores frases de Quevedo, como todas las obras de Quevedo.

La mejor antología de Quevedo son sus obras completas. (Arturo Pérez Reverte gusta de la prosa de Quevedo; dicha es para Pérez que nadie haya preguntado lo inverso.)

En la Defensa... , Quevedo opinó de los Ensayos de Michel de Montaigne: “[es] libro tan grande, que quien por verle dejara de leer a Séneca y a Plutarco, leerá a Plutarco y a Séneca”. Tal sentencia hizo fortuna; es decir, se tornó sutil obsesión en algunos críticos y escritores.

“Quevedo fue el primer escritor español que citó al ensayista francés”, apuntó Juan Marichal (Teoría e historia del ensayismo hispánico, cap. IV) y transcribió aquel pensamiento de Quevedo para sugerir que los estilos de un escritor se hospedan dentro de otros escritores.

Según Marichal, Quevedo tradujo un dicho anónimo francés: “Si has leído a Montaigne, has leído a Plutarco y a Séneca”. Puede ser.

En 1965, el ensayista costarricense León Pacheco publicó El hilo de Ariadna, en cuyo quinto capítulo (dedicado a Montaigne) reescribió aquella frase quevediana –sobre Séneca y Plutarco– y precisó: “Quevedo lo dice con su manera tan brillante de decir las cosas”.

No ha mucho, en el 2005, Harold Bloom publicó el libro Ensayistas y profetas, con un capítulo ofrecido a Montaigne, y recordó lo que este escribió de sí mismo: “Quiero que escarmienten injuriando a Séneca en mí” (“De los libros”); id est, Séneca ya estaba dentro de Montaigne, y este era una suerte de caja china de Séneca, ensayista hispanolatino.

Más directo, aludiendo a su juventud espectral, Jorge Luis Borges confesó: “El ultraísta muerto cuyo fantasma sigue habitándome goza con estos juegos [las metáforas]” (Historia de la eternidad).

Un artista lleva a otros dentro de sí y los dejará en herencia a quienes ni siquiera sabrán cuáles magistrales fantasmas conducen sus manos de la mano. Hablan de ‘influencias’; ‘muñecas rusas’ diríamos mejor.