La Segua asusta sin mostrar su cara

El Teatro de la Aduana recuerda a Alberto Cañas, por medio de una obra que mezcla la leyenda con la crítica histórica, y que fue llevada al escenario una única vez en 1971.

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L a Segua es la encarnación de los miedos de una sociedad hipócrita y temerosa. En la leyenda que conocemos, castiga con su belleza a los hombres que regresan a sus casas borrachos sobre su caballo. Los seduce con su cuerpo para que la suban a la grupa y con su voz dulce se gana su confianza. Cuando el jinete se voltea para distinguir su rostro, les enseña una pesadilla: su rostro infernal de yegua.

En La Segua , de Alberto Cañas, el monstruo que se describe nunca aparece explícitamente en el escenario.

Cuando se disipa la niebla artificial del Teatro de la Aduana, la audiencia descubre al Cartago de los “mil setecientos y pico”, como escribe Cañas en su guion de 1967: una ciudad pequeña, católica devota, llena de contrastes sociales y con un coro que es testigo de los eventos clave de la historia y que lo que no ha visto, lo inventa como chisme.

Si no fuera por el vestuario de encaje anacrónico, el lenguaje adornado y los modales artificiosos de los personajes, la época de este montaje bien podría confundirse con el presente.

“Es una obra que me interesa por la época, por ahí de 1750, donde don Alberto con picardía, su ironía y su crítica, enseña una sociedad con la que uno se da cuenta cuánto tiempo ha pasado y qué tan poco ha cambiado”, asegura Mariano González, director a cargo del segundo montaje histórico de esta obra, al lado de la Compañía Nacional de Teatro.

El actor y director ha trabajado en otras ocasiones con obras de Alberto Cañas. La última vez lo hizo con Tarantela en el 2005, otro texto que busca desmantelar los valores y prejuicios inscritos en la sociedad costarricense.

Esto último queda en evidencia por medio del simbolismo de La Segua . Cañas colocó en su guion la ambición de riqueza de los cazafortunas españoles, y en las familias cartaginesas pinceló una dosis de hipócrita consagración a la religión católica.

“Es una sociedad que se oculta tras una doble moral, una falta de respeto a la misma religiosidad” evidencia González. “En los textos repiten una frase que con don Alberto nos reíamos: ‘dicen’. Es una sociedad falsa, que no pone la cara para decir la verdad”.

Histórico. Tanto su director, Mariano González, como el resto de la Compañía Nacional de Teatro, reconocen la importancia de las fechas para este montaje. En junio, se cumplirá un año de la muerte de Alberto Cañas, quien falleció antes de ver una segunda puesta en escena de su texto basado en la leyenda costarricense.

Fuera de la adaptación de cine que produjo Óscar Castillo en 1984, el precedente que existe del texto teatral es de 1971.

Esa vez, quienes interpretaron La Segua fueron los estudiantes del Teatro Universitario de la Universidad de Costa Rica, dirigidos por Lenín Garrido, quien preparó la compleja obra para estrenarla en el Festival de Teatros Universitarios Centroamericanos, y tuvo que sortear uno de los grandes miedos de cualquier producción: reemplazar a su protagonista a pocos días de la fecha de la presentación.

“Días antes del estreno, Kitico Moreno hizo un movimiento y ¡clac!, se quebró el tobillo”, recuerda de ese primer montaje la actriz Anabelle Ulloa. “Había que sustituir el papel protagónico (Encarnación Sancho). En menos de una semana, sin salir de la casa, tuvo que aprenderse el papel Haydée de Lev y se ganó el premio de actriz en el festival”.

Ulloa trabajó en ese primer montaje actuando como una de las señoras de Cartago. Este año interpretará a María Francisca Portuguesa, uno de los personajes históricos que inspiró a Alberto Cañas a jugar temáticamente con la leyenda popular.

Según escribió Cañas en el epílogo de La Segua , a María Francisca se le acusó ante las autoridades le época de practicar brujería junto con Petronila Quesada (personaje que encarna Tatiana Zamora) y enloquecer a un teniente de Cartago.

La María Francisca como la escribió Cañas no es bruja, pero corteja las artes espiritistas, los negocios clandestinos y cree con fervor en la Segua.

Ella es la primera que atemoriza al público con esta sentencia: “todas las mujeres somos la Segua”, cuando Encarnación Sancho, protagonista de la historia, le cuestiona la identidad del monstruo.

Vanidades. Encarnación Sancho (interpretada por Rebeca Alemán) es la figura alrededor de la cual Alberto Cañas circunscribe los eventos de la obra.

Hija del matrimonio de José Francisco (Leonardo Perucci) y Baltasara (María Orozco), en apariencia uno de los más ricos y católicos de Cartago, Encarnación se desvive en la obra imaginando la pérdida de lo que más ama: su belleza física.

“Ella se cree la mujer más guapa del mundo y yo no creo que yo detenga el tránsito a esos niveles”, cuenta la actriz abriendo los ojos con sorpresa..

Para internarse en la mente de Encarnación, acudió a sus propios métodos creativos.

“Un día me fui a un mall y me puse tacones, vestido y me fui caminando para sentir las miradas y sentir esa energía. Como yo había salido en la revista SoHo , hice un collage en mi mesa de noche y era la último y lo primero que veía al dormir”, se ríe.

Aún así, guarda respeto para la obsesión que despierta en su personaje el triángulo amoroso al que se enfrenta contra Petronila Quesada, por el afecto del cazafortunas español Camilo de Aguilar (Bernardo Barquero).

Rebeca Alemán hace una lectura muy sencilla de la turbulencia que provoca este dilema en la vida de Encarnación.

“Todos los seres humanos, cuando tenemos un fantasma, este nos persigue. Lo que pasa que algunos tenemos los fantasmas más presentes que otros. En este caso, Encarnación desayuna, almuerza y cena con el suyo”, asegura convencida.