La niña mariposa y el otro don Rafa

Rafa Fernández es protagonista y coautor de un cuento para niños; Camila Schumacher cuenta la historia

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Lulú no se acuerda del momento preciso en el que conoció a don Rafa y le preguntó si quería ser su amigo. Sabe que fue durante unas vacaciones en la playa y calcula que, en ese entonces, ella tenía tres años y él –de eso sí está segura–, setenta más.

Sobre ruedas creció esa relación que la única disparidad que encierra es la etaria. Y es que parejos han sido el cariño, la admiración, los chineos y las confesiones: “Cuando yo sea grande, voy a convertirme en mariposa”, le contó la niña a Fernández que no solo le creyó sino que se apuró a retratarla con cuatro alas inmensas naciéndole en la espalda.

“Más que con ser pintor, yo siempre soñé convertirme en torero”, correspondió él y le enseñó a distinguir verónicas, chicuelinas, gaoneras y otros vistosos pases. Así, agradecida –porque el redondel lo miraban desde la televisión– y, aun con cierto repelús, Lulú se aficionó a la tauromaquia. La verdad, dice quedito para que su amigo no se le vaya a ofender, es que las corridas que más le gusta ver son las que don Rafa traza sobre papeles y lienzos.

En el estudio de Fernández, en su casa, en San Pedro, Lulú bucea entre pigmentos, óleos, acrílicos y tizas. Ahora, que cumplió doce, puede reconocer cientos de tonalidades entre el cian y el cobalto. Cuando sale, todas las veces, siente que se encandila como ha escuchado que le pasa a quienes tienen azules los ojos.

El azul le ha pertenecido a este artista desde siempre, tanto como la firma, quizás. El suyo es un color particular: tornasolado, profundo y solo aparentemente calmo. ¡Como el mar en cuyas orillas empezó esta historia y donde estos dos amigos siempre planean volver!

Volver al mar –dicen Lulú, don Rafa y este libro–, más que encontrar donde anclarse es confiar en que la vida renace una y otra vez y en que la amistad reverbera como las olas.

Frases y escenas como las anteriores se hilvanan en este cuento que cuenta, además y al pasar, distintas facetas de la vida de Rafa Fernández, pintor costarricense con un acervo tan amplio como el telón de boca del Teatro Nacional sobre el cual, en el 2002, plasmó sus musas. El tono es el de la ternura y la intención la de que otros niños –y también los adultos– puedan sentirlo tan familiar como Lulú.

Las imágenes fueron hechas en técnica mixta, especialmente, para acompañar el relato sin embargo no son, exactamente, ilustraciones. Cada una es un cuadro pero los barcos, las muñecas, los pájaros, los caballos, las lunas y otros personajes no saben quedarse quietos en las páginas. Por eso, deambulan por el libro, se descuelgan de las letras capitales, juegan a las escondidas con los lectores.

Así, aunque esta obra es parte de la colección Balcón abierto de la Editorial La jirafa y Yo, que fue ideada para chicos de diez años y más, para disfrutarlo no es indispensable saber leer: queda muy bien en voz alta.

Detrás de esta historia

Este libro nació de otro, uno que todavía está gestándose. Desde el 2009, Rafa Fernández y yo trabajamos en una biografía que, sobra decirlo, también, está protagonizada por el pintor minotauro.

Ya son años de reunirse todas las veces posibles y, de camino, Fernández inauguró más de una decena de exposiciones cuyos catálogos fueron concebidos – casi – como capítulos de esa gran obra que tiene mucha más paciencia que su autora. El texto es tanto que, a veces, ha llegado a ocupar paredes enteras de museos y galerías. Incluso, está por convertirse en guion de un cortometraje documental.

Juntos y bien acompañados por la troupe de los Fernández viajamos en el 2010, a Ciudad de Guatemala y cuatro años después a Granada donde don Rafa se reencontró con paisajes y amigos de juventud. Y es que este pintor tico estudió en Nicaragua bajo la dirección del maestro Rodrigo Peñalba.

Allí, en la época de Somoza, conoció a su esposa y desentrañó los secretos de su arte. Luego, volvió para seguir pintando y haciéndose grande…, hasta convertirse en el artista que todos conocen pero del que pocos saben.

Y es que más allá del recuento de exposiciones y de los murales, de la Bienal de Venecia y hasta del Magón, permanece el niño que nació en los barrios del Sur y al que doña Silvia –su madre– acunaba con poemas de Rubén Darío; el que unos años después, veía, embelesado, a las mujeres que venían de Limón a bordo de los trenes que pasaban justo frente a su casa. El mismo que atajaba penales en los recreos y dibujaba en la pizarra de la escuela Roosevelt; el adolescente que, en lugar de ir al colegio, fue a la Casa del Artista; el que vendía juguetes de madera y esperaba la oportunidad de medirse con un toro.

Cierto es que, a Rafa Fernández, la vida le ha dado algunas cornadas pero, como no hay cura para las ganas de pintar ni para las de vivir, todas las tardes –y varias noches– es posible encontrárselo haciendo fintas con un lápiz o un pincel, planeando nuevas muestras, atreviéndose, incluso, a participar en un libro para niños… porque sí, porque por qué no y sobre todo, porque nunca antes se había aventurado.

“Hay que abrirse a nuevas dimensiones. A mí la literatura, como lector, me ha dado muchas alegrías, muchos goces. Espero, con ilusión, los que me traiga este libro”, dice don Rafa y reconoce que, él, perfectamente, podría ser un personaje. Uno tan entrañable como su amiga Lulú que ahora, que está creciendo, se hace llamar Luciana.

-La autora de este artículo es la mamá de Lulú (Luciana).

Presentación y venta

La mariposa y el minotauro se presentará el sábado 26 de agosto a las 4 p. m. en la Carpa de la Explanada (en la Antigua Aduana), como parte de las actividades de la Feria Internacional del Libro.

El libro cuesta ¢6.000 y estará a la venta en la feria, así como en el sitio de la editorial: www.lajirafayyo.com