La inteligencia de los prosimios

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Su nombre parece indicarlo, pero los prosimios no son quienes están a favor de los golpes militares. En realidad, ‘prosimios’ equivale a decir “antecesores de los simios” porque los prosimios aparecieron antes que nosotros (monos y sucesores). Esto significa que –aunque la siguiente metáfora sea deplorable– estamos a la cola de los prosimios, y es en vano que –en las charlas de sobremesa– los padres nieguen, ante los niños, que hubo más de un prosimio en la familia. Al final, todo se sabe, y el trauma es peor.

Otra cosa es que, aunque a los prosimios les disguste escucharlo, en vez de extinguirse como las ilusiones electorales, los dinosaurios y todo ancestro que se respete, los prosimios se quedaron dando vueltas por la naturaleza: el parque temático que se encarga de coleccionar especies para los museos. Los prosimios son frívolos pues sobre la tierra son superficiales, y luego están pasados de copas de los árboles. Es inútil razonar con los prosimios pues, cuando se les increpa su conducta, se van por las ramas.

Ellos lo ignoran, pero, como van las cosas contra los bosques, el único árbol que les quedará a los prosimios será el árbol de la evolución de las especies dibujado en un papel.

Hace aproximadamente unos 60 millones de años para ser exactos, los prosimios se visitaban por todo el planeta, y podían darse la vuelta al mundo sin estar importunando a los mismos parientes, que también tenían derecho a su vida privada.

Incluso apareció entonces el lémur volador, un prosimio contemporáneo de ciertos lagartos volantes, según nos explica el biólogo Björn Kurte ( No venimos de los monos , cap. X). Nunca hemos visto lagartos voladores, mas, a causa de los peligros que sugiere la demostración de su existencia, es mejor declararla un artículo de fe.

Tras sus buenos momentos, solo quedan prosimios en pocas zonas del sudeste de Asia y de África, y en la isla de Madagascar, que está debajo de África, a mano derecha.

La cortesía veda enseñar a los prosimios que las aves pinzones de las islas Galápagos les arrebataron el protagonismo de la teoría de la evolución de las especies.

De haber cambiado las Galápagos por Madagascar, Charles Darwin quizá habría arribado a las mismas conclusiones: unas y otra son islas; los animales (pinzones y prosimios), son demasiado parecidos entre sí: viven encerrados en islas cuyas mínimas variaciones de ambiente (clima, alimentos, etcétera) terminaron creando subespecies, adaptadas a su propio habitat como las llaves a sus cerraduras.

Ni pinzones ni prosimios nacieron en sus islas: llegaron a ellas hace muchos siglos: arribaron por azar y se adaptaron por necesidad (Jerry Coyne: ¿Por qué la teoría de la evolución es verdadera? , cap. IV).

Los prosimios tienen la menor proporción cerebro-cuerpo entre los primates, pero la necesaria inteligencia para (por su historia) no creer en el “diseño inteligente”.