La historia europea exhibe sus cicatrices en el MADC

Historia herida En Trees remember too , el artista suizo-costarricense Niklaus Manuel Güdel cruza violencia y memoria

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La muerte olía a hierro. Al fondo del bosque, una bomba reventaba las cortezas de los árboles. Reventaba contra hombres, millones. La metralla se incrustaba en los troncos. Pasó una vez. Y otra más.

No es fácil ingresar en la nueva exposición de Niklaus Manuel Güdel en el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), la primera en el país del artista suizo-costarricense. Hay que asistir, sin embargo, en un día caluroso: los sentidos se irritan, pero así la obra irradia otra energía.

Trees remember too ( Los árboles también recuerdan ) es una elegía por los árboles dañados en las devastadoras guerras europeas, las conflagraciones que marcaron el breve siglo XX: la Gran Guerra y la Segunda Guerra Mundial. En su momento, cada una parecía la última; con el tiempo, se probó que la muerte volvería. Una y otra vez.

El escenario es novedoso: el Tanque, un “laboratorio” que el MADC instaló en un tanque de combustible de la Fábrica Nacional de Licores, el patrimonio industrial que hoy habitan el Centro Nacional de Cultura y oficinas del Ministerio de Cultura y Juventud.

Güdel ha aprovechado al máximo la nueva sala, el cilindro vaciado en el que sigue impregnado el olor a combustible. Al ingresar, el aire quema. Cortes transversales de nueve troncos de bosques europeos exhiben sus anillos, pero su edad está herida: algunos están manchados de pólvora, podridos, horadados, con la metralla clavada en el corazón. Son árboles heridos por bombardeos y disparos en Verdún, Vimy, Volmunster...

Frente a ellos, un cuadro del suizo Robert Zünd ( Eichenwald , de 1882) representa un plácido robledo. Empieza a trastornarse. Al fondo, asciende el humo. Caen las bombas, pero en la intervención digital de Güdel, estallan con las notas de la Sexta Sinfonía de Ludwig van Beethoven. El sonido rebota en las paredes metálicas herrumbradas. Los ventiladores zumban sobre la cabeza. De pie entre los árboles, uno contempla su muerte, anticipada desde el siglo XIX, recurrente, cíclica.

Mientras escribía una novela sobre las huellas de la guerra en el paisaje y en la gente, Güdel encontró esta poderosa metáfora en los árboles sobrevivientes. “Identifiqué un aserradero que antes era de la Oficina Nacional de Bosques, en Francia, donde trataban los árboles que eran cortados en zonas de conflicto”, explica.

“Cuando cortan árboles en esas zonas, los envían todos allí. Son escaneados; el escáner puede detectar, con una profundidad de 50 cm, dónde hay metralla. Lo marcan, lo cortan y lo botan. Recogí pedazos de unos 60 árboles y son todos pinos de los Vosgos”, agrega el artista.

Esta es la primera obra en instalación de Güdel, cuyo trabajo se ha desarrollado en pintura, al inicio enfocada en recuerdos de su infancia y, con el tiempo, atravesada por cuestiones de memoria colectiva e historia. La primera versión de esta obra, comisionada por un museo en Suiza, no unía el video y la instalación; en El Tanque del MADC encontró una nueva forma. “Ahora estoy en una fase en la que me interesan más los detalles que hacen que uno recuerde algo, de cómo siguen surgiendo en el presente y, al mismo tiempo, todo lo que está a su alrededor se olvida”, dice.

Caminando entre los troncos, uno piensa en los árboles como sutiles metáforas de las sociedades europeas, comenta Adriana Collado, curadora del museo. Cada árbol creció de una manera distinta tras las batallas, así como cada nación aprendió a negociar de manera distinta su luto, su desencuentro, su dolor.

“Un disco simboliza un árbol profanado; presentar varios de esos discos era como la multiplicación de ese dolor, para mostrarlo en todo su drama, expandido y para señalar la dimensión universal que el mismo posee”, escribe Güdel en el sugerente texto del catálogo.

Según el artista, le interesa del tema trazar ese péndulo entre la “inteligencia y la estupidez”, ese olvido de lo que provocan las guerras y su cíclico retorno a través de la historia. Anillo tras anillo, los árboles van sumando memorias de intentos desesperados del ser humano por aniquilarse. A Güdel le han contado de árboles que ya estaban en pie en 1870, durante la guerra franco-prusiana. No sabían aún lo que vendría.

La piel de los árboles aprende la manera de crecer de nuevo. Nuestra piel, quizá, también. Somos árboles.

Nuevo espacio

El Museo de Arte y Diseño Contemporáneo no ha encontrado desaliento en la estrechez física de la antigua Fábrica Nacional de Licores. Más bien, fiel a su misión, ha dado inusitadas miradas al patrimonio industrial aquí reunido y lo ha hecho hogar del arte de hoy. El Tanque es su nueva sala, solicitada por años por la directora Fiorella Resenterra y ahora convertida en un “laboratorio de ideas”. Los artistas podrán participar en una convocatoria para crear obras específicas para este curioso espacio, un tanque de búnker que data de 1925. El tamaño, la textura y otras características lo hacen la sala más rara del MADC; también muy estimulante. “Las oscilaciones térmicas dentro del tanque son extremas. Creemos que muchos artistas querrán jugar con esto”, dice la curadora Adriana Collado a modo de ejemplo. Personal del MADC y del Teatro Nacional contribuyó con la restauración.