La Galería Dinorah Bolandi, una caja de pinturas en una caja de música

Nueva galería. El Teatro Melico Salazar y el MAC suman ideas para acoger el arte emergente

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Cuando llueve, todos se mojan, en especial quienes hacen fila para ingresar en un teatro; pero, en el 2012, la lluvia y la compasión se encontraron en la esquina del Teatro Popular Melico Salazar, y de este encuentro surgió la idea de destinar una habitación a albergar a la gente y al arte a la vez. Este espacio se ha abierto: es la Galería Dinorah Bolandi, que lleva el nombre de una artista y maestra de generaciones de creadores costarricenses.

La directora del Teatro Melico Salazar, la actriz y productora Marielos Fonseca, imaginó que podría emplearse aquella habitación como un espacio donde el público pudiese esperar el comienzo de la función y apreciar obras de artistas nacionales.

A la vez, el entonces director del Museo de Arte Costarricense (MAC), Ricardo Alfieri, buscaba un lugar donde pudieran exponerse obras del MAC que no se exhibían por falta de espacio en él. Alfieri visitó a Fonseca, y pronto acordaron que la habitación del segundo piso del teatro era un sitio ideal para exponer creaciones artísticas.

La curaduría será conjunta: un representante del Teatro Melico Salazar, otro del MAC y el tercero de los artistas. La exposición de Bolandi ha sido curada por Carlo Acevedo Abarca (Teatro), Ricardo Alfieri Rodríguez (MAC) y Li Briceño Jiménez (presidente de la Asociación Costarricense de Artistas Visuales).

“Ya se han programado las exposiciones hasta enero del 2015. En las semanas siguientes se publicará una convocatoria para nuevas exhibiciones, que durarán cuatro semanas cada una”, explica Marielos Fonseca.

“Muchas personas ya han entrado en la galería llevadas por la curiosidad de lo nuevo, y han salido expresando su complacencia por la iniciativa”, expresa Carlo Acevedo.

Una hora antes de las funciones se abre la entrada en la galería de arte del segundo piso, aunque esto no da acceso al interior del teatro. Quienes adquieran boletos para una función podrán ingresar también en la galería en los intermedios del espectáculo.

A las funciones del teatro acuden unas cien mil personas al año. Los creadores de la galería calculan que un 40 % de los asistente podrían visitar la galería (unas 40.000 personas). También se prevé ofrecer visitas guiadas en horarios distintos de los de las funciones.

Se expondrán dibujos en técnicas mixtas y no tradicionales (lapiceros, impresión digital, etcétera); pinturas (figurativas, abstractas, difusas, de veladuras) y arcillas, así como instalaciones, esculturas, grabados, monotipias, cerámica...

En la caja nívea del salón se brindarán otras actividades, como recitales de música y lecturas de poesía y de teatro.

La actual exposición se ofrecerá hasta el jueves 8 de junio. La siguiente se abrirá el lunes 12, con obras de la pintora Sonia Alfaro. La subsiguiente muestra (15 de julio) corresponderá al pintor y fotógrafo Julio Vega.

En realidad, el Melico Salazar es más que un teatro: es un sistema integrado por él mismo, por las compañías nacionales de teatro y danza, y los talleres de teatro y danza; además, por el Programa Nacional para el Desarrollo de las Artes Escénicas (Proartes), que financia producciones independientes.

A fines de este mes, en tres pisos del teatro, se abrirá una exposición permanente de fotografías que retratan la historia del Melico Salazar desde que era un lote de tierra y lluvia, en tiempos sepia, hasta hoy, bullente palacio de las artes vivas –y hoy visuales–. La exhibición será curada por el escultor Carlo Acevedo con el apoyo de Andrés Fernández, historiador de la arquitectura de Costa Rica.

La Galería Dinorah Bolandi es una caja de pinturas en una caja de música. Como las antiguas visitas, la lluvia aparece por las tardes.

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Líneas maestras

La exposición actual presenta 19 obras de Dinorah Bolandi (1923-2004). Sus técnicas son variadas: dibujos hechos a lápiz de color,crayola y pastel sobre papel; también hay dos óleos sobre tela, y tres tapices formados con retazos. Las piezas se elaboraron entre 1970 y el 2002.

Tres dibujos representan paisajes del campo (como Escazú) y uno ilustra una calle (La iglesia). Cuatro dibujos retratan ya de anciana a Marina Jiménez, madre de la artista. Otros cuatro dibujos a lápiz son estudios de personas.

Un dibujo al crayón ofrece flores reinas de la noche, y un trabajo al lápiz de color sobre pastel es un bodegón de 1986.

El óleo Cementerio de Escazú es una de las piezas que la artista dedicó a ese lugar. Son obras coloridas, ingenuas y hermosas, y en alguna de ellas se percibe la influencia de Fausto Pacheco, maestro de Bolandi. La historiadora del arte Ileana Alvarado encuentra también influencias del paisajista estadounidense Grant Wood (libro Dinorah Bolandi; BCCR y UCR, 2013).

Un óleo sobre tela, Stanley Bolandi (1970), es una invitación a perseguir otros retratos hechos por Dinorah, como Guido Goicoechea (1987), que la sitúan como una de las mejores retratistas costarricenses.

Los tapices corresponden a las técnicas del quilt (retazos cosidos), y Bolandi los ejecutó en sus últimos años. Los tapices insinúan árboles y calles, días y noches, en armonías geométricas.

Sobre la creadora, Luis Paulino Delgado Jiménez, profesor emérito de arte de la UCR, opina: "Dinorah Bolandi es maestra de maestros e inspiración para la juventud que desea formarse en el campo artístico". En el Melico Salazar, la clase está abierta.

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Recuerdos de un discípulo

Cada vez me resulta más complicado escribir sobre Dinorah Bolandi. No por casualidad, abandoné hace poco el proyecto de una tesis acerca de su obra. La razón de mi torpeza es –creo– el temor de perder algo irrecuperable.

Los recuerdos para mí son impresiones delicadísimas sobre la superficie siempre cambiante de la memoria. Cuanto más se sacan a la luz, para explicarlos, más se desvanecen. Los faltantes se van llenando con otras nuevas experiencias y, peor todavía, con la retórica, con el artificio y la idealización.

Como toda restauración, el resultado es una deformación comprometida de aquello que se pretendía devolver a su supuesta pureza inicial. Un engaño, evidentemente: +tempus fugit.

Intentar revivir aquellas experiencias que viví al lado de mi única y definitiva maestra para ponerlas en palabras me resulta un compromiso riesgoso. Son aquellas mi vademécum, y las quisiera lo menos manoseadas y retocadas que fuera posible hasta el final de mi viaje. No quiero idealizar ni comprometer algo tan valioso.

Sí puedo decir que aquellas tardes en las que iba a su casa no eran para nada sencillas. Empezaban con una verdadera odisea: viajar desdeGuadalupe hasta Escazú en bus, con los cuadros y los dibujos debajo de un brazo y el paraguas en el otro. Al llegar, esperaban dos cosas muy difíciles de encontrar: un verdadero maestro y rigor. Por eso iba hasta allá.

Ya casi nadie sabe lo que es que se le pase el rasero implacable del juicio de una persona que realmente sabe de lo que habla y que vive lo que enseña con la más lúcida de las coherencias, sin compromisos, sin medias tintas. Era aquello una revelación.

Cada cosa que Dinorah decía encerraba para mí el más profundo sentido y me confrontaba con todo lo mucho que me quedaba –y todavía me queda– por hacer.

Ninguna idea sobraba, ninguna faltaba. Cada palabra iba directo al grano. Esa parquedad, propia del sabio, no impedía que las veladas se extendieran hasta tarde, cuando ya era impostergable reanudar la odisea. El viaje de regreso era distinto porque yo iba con mis cestas llenas.

José Miguel Páez.

josempaez@gmail.com