La frustración, las exigencias y el rock

Irracionalidad y angustias. Los grupos nacionales no escapan de los problemas de los demás seres humanos de Costa Rica

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Es viernes por la noche y las opciones de entretenimiento varían tanto como los gustos del público. En San José, cualquier aficionado a la música puede escoger entre dos actividades distintas: un acalorado concierto con la música original de dos artistas nacionales o el más reciente homenaje a una banda norteamericana de culto. En la mayoría de los casos, el público preferirá ir al homenaje; a su vez, los creadores de la música original sufrirán otra frustración –una de esas que suele analizar la psicología–.

En su libro How Music Works (Cómo funciona la música), el artista líder de la banda británica The Talking Heads, David Byrne dice que el disfrute y las vivencias musicales en general cambian conforme al sitio donde esta se escuche –según su cuna geográfica–.

La experiencia difiere aún más para el músico. Con sus patrones cognitivos (las ideas con las que se interpreta el mundo) y rasgos de personalidad particulares, el músico debe afrontar conflictos para dar vida a su obra y así formar parte de lo que en Costa Rica se conoce como “la escena”.

De acuerdo con la teoría racional emotivo-conductual desarrollada por el psicólogo estadounidense Albert Ellis , los seres humanos somos naturalmente irracionales; es decir, vemos el mundo desde un sitio subjetivo que nos lleva a interpretar los eventos de una forma totalmente incongruente con la realidad.

Por ejemplo, interpretamos un evento neutro (real) desde nuestro criterio personal y le damos un significado dañino o amenazante sin que esto sea necesariamente verificable a través de pruebas empíricas (basadas en la experiencia comprobable y medible).

El caso del músico costarricense es el mismo del humano promedio; sin embargo, sus conflictos pueden llegar a detonar actitudes surgidas de las vivencias más comunes dentro del gremio.

Visión exagerada. En el ejemplo presentado al inicio de este artículo, los artistas nacionales están propensos a condenar –o a etiquetar con percepciones negativas– al público que no eligió su concierto y a los organizadores del espectáculo “ganador.”

Es frecuente entonces oír frases como “la gente es malagradecida” y “ese grupo de covers está lleno de oportunistas”. La realidad es que sería preferible que la audiencia costarricense abriera más sus oídos a la música original que se produce en su propio terruño, pero ninguna persona está obligada o “debería ir siempre” a un concierto de ese tipo.

De igual manera, no podemos estar seguros de que “todo aquel que reproduce obras de alguien más, lo hace por oportunismo”. Sin embargo, ambas interpretaciones son tomadas como verdades absolutas desde la visión exagerada que cobra vida a partir de este conflicto en particular.

Así, en el peor de sus días, el músico nacional puede también vivir bajo las banderas de tres convicciones básicas:

a) “Mi valor y el de mi arte están condicionados a que yo sea el mejor, el más competente y el más reconocido”; b) “Los demás deberían apreciar lo que hago y tratarme como merezco”; c) “El mundo debería estar libre de frustraciones, obstáculos y eventos que me dificulten llegar a donde quiero ir”.

Dichas ideas afloran en Facebook y comunicados de prensa, en palabras dirigidas al público y en conversaciones con amigos. No escapan a nadie pues son inherentes a la condición humana en un ambiente altamente competitivo.

De esa forma, la visión de la escena nacional pasa de ser un entorno de camaradería, apoyo y optimismo, a una carrera de caballos. Se obstaculiza así la consecución de objetivos comunes, como el desarrollo de un movimiento sostenible que impulse el arte. Bien dijo el señor Spock: “Las necesidades de muchos superan las del individuo”.

Ante esta realidad, es fundamental empezar por identificar las creencias dañinas que terminan detonando emociones disfuncionales –o displacenteras– tomando como guía la clasificación ofrecida por Ellis: a) demandas absolutistas [o “deberías”]; b) condena global; c) catastrofización o tremendismo; d) baja tolerancia a la frustración o “no soportantitis”.

Una vez señaladas las creencias, podemos contrastarlas con la realidad; es decir, determinar si el pensamiento tiene sentido lógico, si es verdadero o si sirve para alcanzar el bienestar. A partir de este ejercicio devendrán nuevas filosofías que idealmente acortarán el camino hacia la meta: sentirse mejor.

Amiguismo y justicia. Recientemente se invitó al DJ, músico y productor Moby a una conferencia desarrollada alrededor del tema de la innovación musical. El neoyorquino abordó la importancia de la adversidad en la creación de la música. Moby señaló el potencial de los obstáculos en el contexto artístico y cultural en la generación de nuevas formas para resolver los problemas.

Desde esa noción, sería preferible que el gobierno brindase más recursos a la producción artística, pero la exigencia absoluta de que las condiciones cambien, trunca la posibilidad de que los músicos nacionales encuentren nuevas soluciones para sus problemas.

Por su parte, las denuncias contra las argollas se resuelve de una forma más sencilla. ¿Tengo pruebas de que las decisiones se toman de esta forma? ¿Quién dice que debería ser de otra forma? A todos nos gustaría que el mundo fuera una meritocracia; sin embargo, ¿sería horrible si no lo fuese? ¿Es posible tolerar un entorno injusto aunque yo prefiera que no lo sea? El punto central aquí se mueve muy cerca de un deseo de justicia casi infantil. La cosa es como es.

El “amiguismo” es parte fundamental de la sociedad costarricense; es parte de su mitología cultural, y la escena del rock nacional no se escapa de tal influencia. Es probable incluso que muchas de las personas que expresan su oposición a este comportamiento lo practiquen de igual forma en esta y otras áreas de su vida.

Sin embargo, la exigencia irracional por el reconocimiento y la justicia se sostiene. Para mitigarla es importante comprender que Costa Rica es un país muy pequeño, y –en palabras de Oscar Wilde– la foto grande indica que el artista es el creador de cosas hermosas; que la diversidad de criterios sobre una pieza de arte muestra novedad, complejidad y vitalidad en el trabajo discutido.

Como una familia. Al final de todos estos conflictos están los compañeros de viaje, los músicos con los que se generan estas obras maravillosas que devienen en propósito y satisfacción para sus creadores. No existe una fórmula definida para superar fácilmente los obstáculos cognitivos (las creencias irracionales que provocan malestar), pero estudios científicos y la práctica clínica destacan la importancia del rol que desempeña la banda en el desarrollo de un sentido de pertenencia y respaldo ante las adversidades vividas.

En esos momentos, el grupo musical se convierte en una especie de microcosmos. Dentro de él, dos o más individuos comparten frustraciones y palabras de aliento para seguir adelante pase lo que pase.

De esa forma, la banda renace como una nueva estructura familiar, la única capaz de comprender cada detalle de las experiencias vividas. Aun así, este sistema no se encuentra exento de problemas causados por factores de personalidad, competencias y dinamismos propios del ser humano, hasta generar diferencias aparentemente irreconciliables.

A pesar de la visión que prevalece, el mundo no es tan negro para el músico nacional. Las estrategias que ayudan a enfrentar la adversidad (“recursos de afrontamiento”) están allí, al alcance de la mano: objetar las creencias que detonan emociones negativas (como la rabia y el resentimiento), buscar nuevas soluciones a los problemas que se presentan, y fortalecer el grupo de apoyo a pesar de los disgustos, puede generar disfrute en el proceso sin presión hacia el destino. Recordemos siempre que nada es tan importante como creemos que es.

La autora es música y psicóloga clínica.