La fiesta de la libertad de imprenta en 1834

Libertad para la imprentaUn esencial derecho ciudadano fue celebrado con bullicio en San José en 1834

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David Díaz Arias

L as autoridades políticas del Estado costarricense reglamentaron los ritos de celebración de las fiestas civiles después de la independencia (1821), pero una de las primeras celebraciones del nuevo proceso político republicano que se vivía después de la emancipación no fue organizada por los políticos, sino por unos ciudadanos animados por un nuevo espacio de debate de la política: la tertulia.

En 1834 se organizó una tertulia política en la ciudad de San José en torno al sacerdote Vicente Castro (conocido como “Padre Arista”), de la que surgió el periódico La Tertulia . El 16 de mayo de 1834, ese periódico invitó a la población en general a una “función cívica” para celebrar el aniversario de la emisión de la libertad de imprenta por parte del Congreso Federal y “dar testimonio de su amor y entusiasmo por la libertad afianzada admirablemente”.

Por la crónica que publicó ese periódico de la “función cívica”, tenemos rastros de una particular celebración que conjugó aspectos simbólicos del pasado colonial con nuevas formas de representación del poder.

Fiesta. La celebración se programó para el 17 de mayo. Ese día, al romper el alba se despertó la ciudad de San José con una diana, cohetes y “tiros de cámara” que se realizaron cerca de la casa del “Padre Arista”. A eso de las 11 a. m. se planeó un desfile que encabezó una muchedumbre y fue cerrado por el “Padre Arista”, quien viajaba en un coche. La manifestación se dirigió hasta la Sabana gritando vivas a la libertad de imprenta.

En ese sitio, los concurrentes corrieron hacia una casa que sería el espacio de la fiesta. Así lo describió la crónica:

“La Casa estaba compuesta de lo mejor que pudo hacerse y en su frente se hallaba enarbolada la bandera de la Nación que Eolo soplaba para que también ayudase a completar el placer, y entrando el Padre Arista con alguna parte del acompañamiento y quedando el resto en los demás cuartos, corredor y frente de la Casa se saludó la Ley que estaba en un altar convivas cuyos ecos se esparcían por todo el sitio ameno.

”Había una mesa de refresco, y licores con viandas propias a excitar el apetito para tomar estos, y se principió por las personas principales a disfrutar; y habiendo pedido silencio se cantó por los músicos”.

La disposición del escenario donde se ejecutó la fiesta no era diferente de las fiestas coloniales en las que la imagen del rey ocupaba el centro del festejo, pero sí es muy claro que el sitio central, que tenía el retrato real antes de 1821, se intentó llenar ahora con la ley.

El lenguaje religioso seguía permeando: la ley de imprenta fue llamada ley “sacrosanta” en la invitación a la celebración de 1834.

Utopía igualitaria. La algarabía suscitada por la celebración también tuvo tintes de diferencia con el pasado. Es muy claro que el cronista de la fiesta intentó dejar en evidencia la idea de que la conmemoración había suprimido las diferencias por un momento al escribir:

“El fuego eléctrico no se comunica con más rapidez que el entusiasmo y enajenamiento se difundió en los circunstantes que estaban en la sala, cuartos, corredor y frente de la Casa.

”Todos se agolparon a la primera pieza repitiendo a gritos El que quiera hollarla que muera. Escena indescriptible que necesitaba de plumas elocuentes para poder manifestar algo de lo que fue. Todos se confundieron arrebatados de gozo y del mayor placer.

”Los funcionarios públicos, Ministros de la Iglesia, Comerciantes Extranjeros, personas respetables por su conducta y vejez estaban apiñados repitiendo El que quiera hollarla que muera y la mesa con los restos de lo que contuvo no fue respetada porque subiendo algunos a victoriar la Ley no tenían consideración a los daños que podrían hacer”.

Según la historiadora Mona Ozouf , el ideal utópico de la fiesta durante la Revolución Francesa había sido imaginar una celebración en la que la alegría disipara todas las diferencias sociales y se transmitiesen los valores políticos revolucionarios. Algo parecido intentó hacer la conmemoración organizada en 1834 por la tertulia del “Padre Arista”.

El cuadro descrito por el cronista reproduce ese intento de algarabía fraternal que educa sobre la ley. No obstante, el escenario fue dominado por los hombres ya que, según el rito planeado, las mujeres debían quedarse esperando por ellos a la entrada de la ciudad.

Una vez que acabó el festín, se produjo un nuevo desfile hacia San José hasta toparse con las mujeres:

“La bandera Nacional abría la marcha que era seguida de dos filas de concurrentes montados a Caballo y de la música de cuerda, rematando la procesión el Coche en que era conducido el Padre Arista y detrás de este el Carro exquisitamente adornado en que venía la Ley.

”Después seguía la música de viento y por último una inmensidad de Pueblo que andaba a pie. Los rayos del Sol eran quebrados por las nubes que no siendo muy espesas impedían que hiriesen con fuerza. El día era sereno corriendo apenas un blando Céfiro.

”La planura de la Sabana con el zacate y arboleda renovada por los primeros aguaceros presentaban una hermosura compuesta por la sabia naturaleza. Lo menos 2000 almas venían festejando la Ley que garantiza las facultades que el Ser Supremo concedió a los mortales extensamente.

”Parecían hombres que acababan de recibir el ser de manos de su autor, y que jamás habían sido subyugados por los infames déspotas. Así llegaron a la pequeña cuesta empedrada en que esperaba el bello sexo que estaba adornado aumentando el atractivo y las gracias de que lo colmó el que quiso que el hombre tuviese en este mundo tan dulce y agradable compañía”.

El carácter de legitimación divina de la ley es otra vez repetido por el cronista en el párrafo reproducido. Junto a él, también se construye una renovación del ser humano libre que se presenta como la creación tanto de la ley decretada como del rito de su festejo.

Ya con la incorporación de las mujeres en San José, el desfile siguió hasta la casa del “Padre Arista”. En ese lugar, adornado con los retratos de Napoleón y de George Washington, se construyó otro altar para albergar la ley de libertad de imprenta.

La fiesta se extendió hasta las 8 de la noche, cuando se organizó una cena. Al día siguiente se organizó un baile que duró toda la noche y que dio por finalizada la celebración.

En términos generales, la libertad de imprenta fue respetada y defendida en la Costa Rica del siglo XIX. Más allá de los mitos, se recuerda lo dicho por José María Castro Madriz cuando algunos de sus consejeros cercanos le recomendaron, en 1848, cercenar la libertad de imprenta para que los sediciosos no la utilizaran como instrumento contra él:

“La libertad de prensa es un derecho consagrado por la ley, y como tal debo respetarlo cualesquiera que sean las consecuencias que de su ejercicio para mí resulten”. Por esto, en Costa Rica, el 1.° de septiembre, día natal de Castro Madriz, es el Día de la Libertad de Expresión.

El autor es el director del Posgrado en Historia de la UCR.