Julián Gayarre: El mito de una laringe

Un gigante. Tras su muerte, la familia autorizó la autopsia del ídolo musical Julián Gayarre, con el fin de dilucidar a qué se debía la extrema belleza de su voz.

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Gonzalo Castellón

C uenta una leyenda navarra que cuando las huestes del valí Abd-alRahman-el-Gafiqui (Abderramán) retrocedían hacia Hispania luego de su catastrófica derrota en Poitiers (732 d. C.), se vieron prisioneros en un movimiento envolvente de los ejércitos cristianos. Éstos –entusiasmados por los ejemplos de Don Pelayo en Covadonga y de Carlos Martel en las cercanías de Tours–, se habían propuesto acabar con el sojuzgamiento musulmán en la península.

Los sarracenos se vieron obligados a presentar batalla ante la avanzada cristiana y, a tan solo 90 kilómetros de Pamplona, se gestó un conflicto bélico denominado Batalla de Olast, en la cual Abderramán fue hecho prisionero y decapitado por una iracunda amazona de Roncal. Ponemos en duda, sin embargo, la veracidad de la leyenda sobre la sangre roncalesa cuando advertimos que Cesare Cantú –el historiador milanés–, sostiene que Abderramán había muerto en la batalla de Poitiers, algunos meses atrás.

Estirpe de tenores españoles

La indomable raza de los tenores españoles ingresó en la leyenda gracias a su extraña intrepidez para acometer cuanto rol heroico aparezca en el horizonte. Muchos grandes intérpretes podrían ser ubicados en esta saga: el aragonés Miguel ( Burro ) Fleta, primer Calaf de la historia; el ya octogenario Miguel Sierra; el inmenso Manuel García (progenitor de María Malibrán y de Pauline Viardot); el gran tenor canario Alfredo Kraus; el madrileño Plácido Domingo; y los catalanes Hipólito Lázaro, Jaume Aragall, Josep Carreras, Juan Oncina y Dalmacio González.

La lista, empero, comienza con un sencillo pastor, acostumbrado al sonido de la zampoña y el caramillo con preeminencia sobre la voz humana. Al propio tiempo, este émulo del pastor Albanio es legatario directo del coraje y temperamento sanguíneo de Roncal: se trata del tenor Julián Gayarre (Sebastián Julián Gayarre Garjón), nacido en la localidad navarra en 1844.

De su existencia y triunfos tuvimos conocimiento por el filme Gayarre (1959), protagonizado por el gran Alfredo Kraus. Otras dos versiones fílmicas ilustran su gigantesca carrera: El canto del ruiseñor (1932), con Pepe Romeu; y Romanza final (1986), con la participación principal de Josep Carreras.

Vida de Gayarre

Los inicios de la carrera de Gayarre son inciertos. Había visto la luz en Roncal en el año de 1844. A los 15 años abandonó el pastoreo y se trasladó a Pamplona, en donde laboró como herrero. Cuando contaba 18 años, el maestro Joaquín Maya le ofreció formar parte del recién fundado Orfeón Pamplonés, plataforma desde la cual fue reconocido como una voz de extraordinaria belleza y exquisita emisión.

Las condiciones del joven cantante motivaron que fuera becado para estudiar en el Conservatorio de Madrid. En dicha institución de enseñanza obtuvo un segundo premio en la Mención Canto, en 1868. Como consecuencia de tal reconocimiento, el gobierno local navarro le confirió otra subvención para realizar estudios especializados en Milán.

A partir del instante en que el bucólico pastorcillo trocó los virgilianos escenarios por el palcoscenico lombardo, su carrera devino en meteórica.

En muy breve lapso, Gayarre triunfó en grandes teatros de Europa Central y Rusia. Abruptos roles wagnerianos, como el Lohengrin o el Tannhäuser, no le fueron extraños.

El sino del cantante siguió la ruta de un estrecho cauce y –durante una función de Les Pêcheurs de Perles en Madrid, en diciembre de 1889–, su órgano vocal dio claras muestras de desajuste. Su amigo, el doctor Cortezo, afirma que el divo exclamó: “Suelo llorar algunas veces… Me aliviaría profundamente poder hacerlo ahora… ”.Como ocurre frecuentemente en la carrera del artista lírico, su voz sirvió de termómetro para detectar un grave deterioro sistémico. El cantante entregó su alma el 2 de enero de 1890.

¿Una laringe… diferente?

Hacia 1880, las tendencias antropológicas, originadas en la teoría darwiniana del origen de las especies, ponían especial atención en las diferencias morfológico-craneanas entre los individuos. Por ello, cualquier sujeto de estudio que ostentase condiciones diferentes, fuese músico, literato, político o delincuente, era sometido al análisis de las susodichas diferencias, en aras de establecer su relación con el proceso evolutivo.

Por las especificadas razones, unidas al escaso nivel de conocimiento fisiológico sobre el proceso vocal, se propició que la imaginación popular atribuyera a su ídolo musical las más inverosímiles razones para justificar la belleza de una voz que parecía más divina que humana, como bien lo expresó la foniatra española Blanca Moyá García.

De tal manera se explicaba la anormal belleza de la voz del divo debido a una presunta desviación de la garganta, a la supuesta existencia de un cartílago inédito, o a la hipotética aparición de más cuerdas vocales que las que adornan la laringe del resto de los humanos.

Con el fin de aclarar el mito urbano de la inédita resonancia vocal, los sobrinos del tenor autorizaron al doctor San Martín (asistido por los médicos Cortezo, Gimeno y Salazar), para realizar el procedimiento post mortem . Con la venia familiar se procedió a embalsamar la laringe, que fue entregada al doctor Cortezo, amigo de la familia. Éste, a su vez, la entregó al Museo del Teatro Real madrileño.

El órgano fue puesto a salvo de los excesos de la Guerra Civil y fue posteriormente donado a la Diputación de Navarra. De tal manera y, en forma relativamente reciente (1993), la recién integrada Fundación Gayarre entró en posesión de la que fuera llamada una verdadera “caja de música”. Desde entonces, reposa en el Museo Gayarre de Roncal, para honra de la sangre de Abderramán.

Conclusiones de una disección

El resultado de una disección tan particular fue objeto de una polémica permanente.

La totalidad de los partícipes en la autopsia eran extraños a los principios de la acústica, y la foniatría no era reconocida como una ciencia individual. Empero, el grupo de improvisados patólogos halló algunas circunstancias que fueron calificadas como anormales. Entre ellas, se concluyó que la laringe era de mayor tamaño y longitud de lo que hubiera sido dable presumir en la constitución del cantante. Además de lo anterior, el cartílago tiroideo fue considerado de «una morfología aguzada o pronunciada», circunstancia que justificaba una anormal longitud de las cuerdas vocales.

La epopeya se nutre de las exageraciones, pues no es descartable que las laringes de Malibrán, Caruso o Tamagno pudiesen haber presentado una morfología diferente de la usual. Ello no realza ni demerita la grandeza del intérprete. Julián Gayarre fue acaso el mejor tenor de la historia, al menos en una época en que la registración técnica no estaba desarrollada. Por ello, y pese a todo, su grandeza histórica seguirá siendo… una leyenda.