Jorge Soto hace versos de encuentros y soledades

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Jorge Soto Massey, en su primer poemario, 24 poemas a una mujer (2004), de la EUNED, aborda el encuentro y desencuentro de la amada como objeto del deseo concretado en un cuerpo femenino. Mediante un diálogo amoroso no convencional, se añora la ausencia de ese cuerpo. El amor, en este texto, como en Octavio Paz en La llama doble (1993), es enamorarse de un cuerpo inmortal, en un cuerpo mortal y ausente.

Hay en el tratamiento una cadencia que logra bordear el surrealismo, lo cual resulta natural –si se quiere– en un tema complejo e intrincado como el amoroso. Ya desde la portada, a la par de un título nada amenazante, una imagen sugiere un cuerpo como desdibujado y trazado con tenues líneas que parecen volar, inatrapables… en la noche de un universo de encuentros y despedidas.

A pesar del tema amoroso, no se puede hablar de un neorromanticismo. En este poemario se evidencian otros discursos en relación con las posiciones actuales de la pareja: se acepta la ausencia y la soledad como alternativas y no como elección forzada; se plantea el retrato de lo fugaz, característico de las sociedades de hoy; el cuerpo amado, el cuerpo seducido se deshace de la rutina, de ese tedio constante en el instante irrepetible de los amantes, en el momento de la “intención nocturna” de “sus encajes duros”.

El mundo, en el instante, con todos sus delirios, se apaga; sus realidades pasan a un segundo plano o… no existen: solo se hacen reales en el momento efímero del “goce”.

Los poemas perpetúan o intentan perpetuar ese instante de placer, de su presencia y de su ausencia, porque en el encuentro y en la remembranza hay dolor y disfrute: “Se perdían las sustancias dolidas de la ausencia / los sonidos redondos y las pasiones de sal abierta”.

También, en estos poemas hay reclamos y peticiones de ausencia. El yo lírico pide ausencia para permanecer en aquel cuerpo amado y lejano, cuya condición subsiste a pesar de la distancia: “Quiero quedarme en ti, /… tenderme como ola de ausencia /… sabiendo que todo pasa /…arropando el silencio, / respirando en lo oscuro, / sin sábanas, / hermosa, / llenando regiones igualmente fugaces”.

Leer este poemario es entrar –en medio de la noche– en una realidad difusa, en una búsqueda irracional del ser imaginado o de aquel que ahora es solo presencia de una ausencia. Se sugieren posibles encuentros pasados, reencuentros… y se propone la posibilidad de amar sin la asiduidad de la presencia del ser amado, es la eventualidad de lo amoroso planteada desde la ausencia:

“Desde el día que retorna / tu entorno suave, / tu rostro ovalado / y tu insistente cuerpo arañando el éxtasis, / decaigo en los aromas del café / en la espera de la noche / y la sal que en secreto recorre cada letra / y cada número de mi habitación”.

Su unidad temática permite disfrutar de un recorrido a veces desgarrador; otras, lleno de menciones al gozo vivido y a la esperanza. Después de todo, el deseo no es más que esperanza de completud; por esto, el amor está tan cerca del sufrimiento y de la muerte.

En todos los recodos del universo de este libro está presente el juego significativo del deseo. Sus poemas retratan una experiencia difusa y fugaz, básica y compleja: el apego-desapego a lo amado.

Conforme pasa el tiempo, el pasado deseado se transforma en sueño, se vuelve duda y devenir, repetición silenciosa.

¿Quién no ha sentido el peso de la ausencia alguna vez en la vida? Estos poemas tratan sobre ese golpe, ese retorno de los nombres idos, los nombres emergentes en nuestros cuerpos, constituidos en parte nuestra como tatuajes imborrables.

La autora es catedrática jubilada de la UCR y poeta.