Iván Prado: 'El payaso es un guerrillero del amor'

El artista de Pallasos en Rebeldía se encuentra en Costa Rica para contar cómo lleva la risa a los pueblos de Gaza, campos de refugiados en Grecia y otras zonas en riesgo

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Para Iván Prado, hacer reír a los demás es tan natural como respirar. Un payaso, dice, es el más sensible de los artistas porque le duele la humanidad, el dolor de los demás.

Su tarea es llevar sonrisas a esos lugares donde el humor escasea. El payaso español se encuentra en nuestro país gracias al Centro Cultural de España para realizar una serie de actividades relacionadas con la disciplina del clown y su impacto social en zonas de conflicto o en riesgo social.

Prado es portavoz del colectivo internacional Pallasos en Rebeldía, creado en Galicia y en el que ahora confluyen artistas de distintos países.

Ha actuado como payaso en países como Palestina, México, Venezuela, Brasil, Sahara Occidental, Grecia y Colombia, organizando festivales, caravanas y cursos de clown , circo y “risoterapia” en apoyo a los derechos humanos, la libertad y la dignidad.

En el Centro Cultural de España impartirá el taller Clown social el 9 y 10 de mayo, para el cual se hizo una convocatoria previa.

Como cierre público del taller, realizará el conversatorio El humor en tiempos de guerra en el que compartirá sus experiencias en zonas con conflictos militares e injusticias socioeconómicas. Será el 11 de mayo a las 7 p. m., en el mismo lugar, y la entrada es gratis.

Durante su visita, también realizará talleres con estudiantes de la Escuela de Artes Dramáticas de la Universidad de Costa Rica, con el programa Hospisonrisas del Hospital de Niños y con grupos independientes. Además, participará en una actividad de intervención artística en la comunidad indígena de Chiroles, Talamanca.

Prado habló con Viva este lunes sobre su trabajo.

¿Por qué es poderosa la risa y el humor en zonas de conflicto?

Básicamente, porque la risa es un alimento para el alma y para la esperanza. La risa genera alegría y un relativismo fundamental para afrontar los problemas de la gente que vive bajo un conflicto armado o bajo un sistema de represión económica. La risa, al final, es esa llave que te hace imaginar que mañana puede ser un día mejor en un mundo mejor. Esa alegría y esperanza que se abre con la llave de la risa es una manera también de combatir psicológicamente las depresiones y los estados anímicos confusos y pesados que se generan en medio de estos conflictos. Cuando un payaso entra en un espacio algo se ilumina, es como abrir un agujero en un muro de opresión.

”Por eso siempre el payaso ha tenido esa función en las sociedades arcaicas y modernas, la de cuestionar lo establecido a través del humor y del sentido del ridículo. El payaso se ríe de sí mismo para que la humanidad aprenda a reírse de sí misma y vea que los problemas no son tan serios y que lo formal no es tan formal; que vea que al final hay una posibilidad de soñar un mundo donde quepan todos los mundos y de imaginarnos una humanidad más bella, justa y alegre”.

¿Cuál ha sido su experiencia trabajando en zonas de conflicto como Palestina?

En Palestina yo tengo muchísimas anécdotas. Podría contar que en el 2003 en la Franja de Gaza, en la zona de Erez –que es un campo de refugiados pegadito a Cisjordania–, Israel comenzó a bombardear cerca de donde estábamos a punto de presentar nuestro espectáculo en el patio de un colegio. Los niños y las niñas se pusieron de pie a aplaudir y a cantar para mitigar el sonido de las bombas, ellos querían el espectáculo y querían infundir valentía a los payasos para que saliésemos a actuar. Aquello me cambió la vida… ver el poder que tiene el payaso y la alegría en tiempos de guerra. Habían madres que venían con los ojos llorosos porque hacía meses que sus hijos no reían.

”Ahora acabamos de estar en Idomeni (Grecia) y Calais (Francia), que son dos campos de refugiados vergonzosos que tiene la Unión Europea completamente abandonados y desamparados. Tuvimos vivencias humanas extraordinarias. De repente sacan a un niño a jugar con nosotros delante de 200 o 300 personas y, al acabar la función, una voluntaria europea nos dice que él se llama Zahid y hace tres meses que no sale de la tienda de campaña. Ese tipo de mensaje que nos llega a través del público y de las organizaciones con las que colaboramos nos animan mucho a seguir con nuestra pequeña y humilde labor de fraternidad artística.

”También hice un trabajo de risoterapia para un centro de acogida para mujeres que habían sido violadas y torturadas por el ejército israelí. Recuerdo que la gente de la organización lloraba de la emoción al ver que esas mujeres corrían, saltaban, se tiraban, después de no estar acostumbradas ni a jugar por tener historias tan traumáticas.

”En cada lugar en que hemos trabajado, como favelas de Río de Janeiro, campos de refugiados en el Líbano, en el desierto del Sahara... hemos recibido el cariño y el apoyo del público que hemos apoyado en esta lucha por sobrevivir. Tenemos un mensaje de agradecimiento a todas las colectividades que nos han recibido”.

¿En qué momento se dio cuenta que quería trabajar con este tipo de población?

En este viaje en el 2003 a Palestina descubrí que el payaso era una especie de verdadero casco azul de la humanidad, que el payaso era una especie de embajador de la esperanza; un guerrillero del amor. Un payaso se convierte en el enlace entre poblaciones que sufren y la esperaza.

”Fue viendo cómo el circo y el payaso despertaba la ilusión y fortaleza en lugares donde el genocidio es sistemático, como Palestina, o en lugares donde la opresión es tan grande que la gente no tiene grandes nociones para salir adelante. El circo puede ser incluso una herramienta económica para encontrar nuevas vías de relación comunitaria basada en el arte y en el amor.

¿De dónde sacan las fuerzas o las ganas para hacer reír a la gente después de confrontarse con realidades tan fuertes?

A mí me viene fundamentalmente de la rabia y la indignación que me generan situaciones de injusticia. Me viene del agradecimiento al descubrir que las poblaciones que más sufren y las que se juegan la vida cada día son las más generosas con el artista. Me viene de la emoción que me genera ver pueblos enteros que llevan cuarenta años ocupados como el Sahrawi y que todavía mantienen la ilusión y la alegría.

”Viene de la sorpresa que me genera ver que la humanidad bajo lo abominable y absurdo puede mirar con ilusión y abrazarte, como en Palestina. Ahí la gente lleva casi sesenta años de ocupación y bajo un sistema de opresión total, pero todavía son humanos y suben a su casa, te invitan a comer, te abrazan por la calle y te agradecen cualquier gesto artístico que lleves con ellos. A mí me nace de ahí la fortaleza para continuar este trabajo”.