Invitado al FID: Freddy Mamani, arquitectura originaria

Indígena rebelde. La obra del expositor del FID es un acto de rebeldía y reivindicación estética y política

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Digamos que la arquitectura de Freddy Mamani es fácil de confundir, pero digámoslo con un matiz: no hay ninguna obra arquitectónica que se parezca al trabajo de Mamani, pero este sí que tiene similitudes con obras pictóricas, con la herencia artística de los pueblos indígenas autóctonos de Bolivia, su patria.

Mamani, conferencista invitado al Festival Internacional de Diseño (FID) –se realizará del 10 al 12 de marzo, en la Antigua Aduana–, es único en su clase; por eso la tentación de clasificarlo más como artista que como arquitecto es grande.

Es un artista muy consciente de dónde viene. Un artista muy claro en su identidad y deseoso de mostrarla al mundo. Un rebelde de la forma, del color y de la convencionalidad que ha dictado la forma en la que hacemos ciudades, especialmente ciudades latinoamericanas.

—La identidad es la clave de todo –me dijo en una entrevista telefónica desde su casa en El Alto, Bolivia, donde ha hecho carrera y donde ya ha podido construir más de 60 proyectos.

El primero de ellos fue para Francisco Mamani, “un comerciante importador de celulares quien tenía un terreno de 300 metros cuadrados y quería construir un inmueble, pero no sabía de qué tipo”, rescata la autora Nathalie Iriarte en su libro Arquitectura transformer . Ante la intención y la duda de Francisco, Freddy le sugirió un edificio “elegante, con formas andinas, colorido y con un gran salón de eventos, algo que hasta entonces no había en la ciudad”.

Ese fue el primer paso en una carrera que ya se ha extendido por más una década y ha hecho del suyo uno de los estilos arquitectónicos más particulares y excepcionales del continente –del mundo–. Todo esto gracias al talento y la visión de un hombre que, pese a todo, no es arquitecto.

Origen. Mamani nació en el seno de Catavi, comunidad aimara, pueblo originario del sur de América que habita la meseta andina del lago Titicaca. Su relación con los edificios y con la construcción nació cuando, alrededor de sus 20 años, se desempeñó como asistente de albañil.

Pese a la insistencia de su familia –de escasos recursos–, que quería disuadirlo de estudiar, Mamani asistió a la Facultad Tecnológica de Construcciones Civiles, en la Universidad Mayor de San Andrés; más tarde, se graduó como ingeniero civil en la Universidad Boliviana de Informática.

Sin embargo, la educación formal poco tuvo que ver con el estilo que, una década más tarde, se convertiría en su firma, en su sello de fábrica.

—En la universidades te enseñan a no romper las reglas, a mantenerte dentro de la norma –aseguró–. Una vez que me titulé, me dije: “¿por qué nos basamos en los que nos enseñan, únicamente?”. Todo ser humano es capaz de innovar, de inventar, de crear. Tomar consciencia de esto me motivó a emprender.

Así, Mamani decidió explorar sus orígenes, sus raíces culturales, y explotarlas en sus edificaciones. Lo hizo combinando dos elementos fundamentales dentro de la cultura andina: las ruinas y los textiles.

Muy cerca de La Paz, capital boliviana, se encuentran las ruinas de Tiahuanaco, antigua ciudad preincaica. Su esplendor data de unos 900 años a. C., y todavía sobreviven monumentos y templos que son testimonio empedrado de dicha civilización. Además, los textiles andinos originarios –que se modelan estéticamente a partir de los rebaños, las aguas y los pastos de alturas– son fáciles de distinguir por sus colores y formas.

—Me dije que podía rescatar estos elementos de las culturas andina y aimara, que provienen del campo y de nuestras tradiciones para mostrar lo que tenemos, lo que podemos hacer, lo que nos identifica. Y luego vino la Guerra del Gas.

Así se le conoce a un conflicto social que azotó a Bolivia durante el 2003, provocado por la explotación de las reservas de gas natural que se descubrieron en el departamento de Tarija. La intención del Gobierno de exportar gas a Chile sin antes determinar una política de abastecimiento interno, llegó a la creación de una resistencia, que encontró su corazón en la ciudad de El Alto.

El Alto fue un barrio pobre de La Paz, pero en 50 años se convirtió en una joven pero pujante ciudad. La Guerra del Gas –que finalmente hizo caer al presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y ensalzó a Evo Morales– puso a El Alto en el mapa definitivamente.

Desde entonces, El Alto ha tenido un desarrollo constante e incluso se ha convertido en un destino turístico apetecido. Y la obra de Freddy Mamani ha hecho esto posible.

Pueblo. Un artículo de Nicolás Valencia, publicado por el sitio web chileno Plataforma Arquitectura , destaca que, en la década posterior al conflicto del gas, El Alto –destino, en sus cinco décadas de existencia, de miles de indígenas campesinos venidos de La Paz, Oruro y Potosí en busca de suerte– se formó una nueva burguesía de origen aimara “que encontró en el oficio de Mamani a uno de los suyos: un tipo sin aprensiones academicistas, pero embarcado en la idea de encontrar una identidad arquitectónica aimara”.

Es innegable que esa búsqueda está acompañada por un deseo de revitalizar su ciudad.

—El Alto está en pleno desarrollo. El trabajo que hacemos ofrece un embellecimiento en el contexto urbano. El Alto es una ciudad muy gris, muy color tierra. Nosotros estamos intentando darle más vida y, de paso, aportar al atractivo turístico. Antes, el extranjero llegaba a La Paz y se iba. Ahora quieren dar un paso por El Alto.

Mamani toma la atención y el reconocimiento –nacional e internacional– hacia su obra como su “pequeño aporte a la ciudad”.

En un principio, las fachadas diseñadas por Mamani fueron denominadas transformer o, despectivamente, “cholas”. En el juego de palabras surgió el concepto de cholets –chalet y cholo–. La recepción de prensa y público fue efusiva.

A él se le celebró como “creador de un estilo independiente y único, que no le debe nada a nadie, sin referente ni atributos”, subraya Plataforma Arquitectura .

Los edificios diseñados por el boliviano siguen, por lo general, una estructura similar: en los primeros dos pisos se encuentran locales comerciales, luego un salón de baile y eventos –en ocasiones, incluso logran incluir canchas para practicar el fútbol sala–, encima de este apartamentos para alquiler y, por arriba de todo, la casa del dueño. Todo, por supuesto, enmarcado en su característica explosión de líneas y colores.

—Siempre decimos que la cultura andina tiene vida propia, pero al mismo tiempo tiene que generar dinero –me explicó Mamani–. Los diseños están proyectados para generar dinero para los dueños y para la ciudad.

Dice que los aimaras están acostumbrados a vivir en armonía con la naturaleza; por ello, aprovecha tanto como es posible la luz natural y la ventilación. Con ese objetivo en mente, también incluye solarios con techos de plástico para hacer invernaderos en las azoteas de los edificios, que suelen ser de seis pisos y han permitido que El Alto crezca en vertical: una ciudad dinámica que aprovecha los espacios y juega con las formas.

En el esquema de trabajo de Mamani, lo más importante es la factibilidad de los proyectos: que cumplan una función social, de embellecimiento, que generen oportunidades para los habitantes de la ciudad y que, por supuesto, mantengan la herencia de los ancestros andinos.

Pensando en el bienestar del pueblo, él también menciona que la nueva etapa de su obra se enfocará en la innovación de materiales de bajo costo y que permitan construcciones más rápidas. “Con la aplicación de la tecnología, podemos bajar el costo de un edificio a la mitad, para que sea más accesible para todos”, cuenta.

Rebeldía. Freddy Mamani es claro: la suya se llama arquitectura andina de Bolivia.

Está claro, también, en que su trabajo es parte de una reivindicación de las culturas originarias de América, y en que esta lucha no está más adelantada en ningún rincón del continente más que en Bolivia.

Su deseo es que esto se reproduzca en los demás países americanos también.

—En Perú está naciendo la tendencia de recuperar las ruinas e imitarlas en nuevas construcciones. Lo mismo en partes de Chile, en México, en Ecuador. Creo que el nuestro ha sido un aporte valioso no solo para Bolivia, sino para América Latina, por esto, precisamente.

La reivindicación indígena es un acto político, y la arquitectura de Mamani también lo es. Es un acto de rebeldía, un valor que ha sido uno con la carrera de Mamani desde el principio.

Cuando decidió dejar atrás las reglas cuadradas de la universidad, cuando decidió dar un giro al gris monótono de la ciudad, cuando aplicó las enseñanzas de sus raíces en un trabajo moderno: Mamani es un rebelde antes, ahora y mañana también.