Héctor Granados se lanza a la sublevación de los colores

Caso singular. El artista autodidacta Héctor Granados ofrece cuadros pintados con lápices de colores

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“Soy de Dulce Nombre de Cartago”, resalta Héctor Granados Ortega, inclinado hacia una de sus pinturas de papel y lápiz, como quien se apoya en el aire. Gran patriota de una patria chica, este inusitado pintor hace cantar, en coro de colores, un verso de Rubén Darío: “Si la Patria es pequeña, uno grande la sueña”.

La Galería Rafa Fernández, de la Escuela Casa del Artista, ha abierto sus puertas de vidrio a Color en el dibujo , la exposición de un abogado sorprendente.

“Nunca he recibido algún tipo de curso o adiestramiento en el dibujo o en técnicas afines en las artes plásticas”, nos revela este novel creador de obras que carecen de paralelo en nuestro país por los elementos utilizados, su perfección y sus dimensiones.

“Las obras de Héctor Granados nos ofrecen una técnica con características ilustrativas, en un estilo art nouveau y con elementos que identifican las costumbres, la religiosidad y los personajes de la Vieja Metrópoli. Su cromatismo es cálido y vibrante, de gran luminosidad”, afirma Esteban Calvo, historiador del arte y coordinador de investigación de la Escuela Casa del Artista, una dependencia del Museo de Arte Costarricense.

Todos los trabajos se hicieron con marcador negro de punta fina y plumillas negras para dar el contorno a las figuras. El artista aplicó los colores empleando solamente lápices (algunos, colegiales). Esta técnica se usa mucho en ilustraciones de libros infantiles, pero no en obras de mediano y gran formatos.

Tras acabar una obra, Granados pega el papel sobre una tabla de madera y le aplica una resina que la protege de la envidia del tiempo.

Además de imaginar escenas urbanas, Granados retrata a amigos en selvas de gallos y flores, y ejecuta temas cristianos.

Casi vitrales. El cuadro Blanca es un retrato de una amiga, Blanca Briceño, de Curridabat. “Blanca me decía: ‘Mirá, Héctor: quiero que me dibujés con unos gallos’”, recuerda el artista. “‘Me gustan las mandalas’, me dijo Blanca, y yo debí investigar cómo eran. Este cuadro es como el árbol de la vida de ella”, añade el pintor.

Héctor también se comprometió a ejecutar un retrato de Salomé, madre de Blanca, con la misma profusión de colores aplicados en voz alta, en una manigua de cosas y animales. “Ellos también tienen personalidad”, confiesa el pintor. Las catorce vidas de dos gatos se juntan por acá, y un perro desvía la mirada porque no quiere hablarnos.

Salomé es de Guanacaste, y Héctor le ha regalado elementos confesos de su tierra, como conchas del mar y maíz morado, además de los colores de la Liga Deportiva Alajuelense (su club ) y un ejemplar de La Nación , su diario de cabecera, que Salomé lleva en un brazo.

“No lo veo como arte naíf [ingenuo] pues las proporciones son muy exactas. Se notan previsión y planos superpuestos. Los contrastes de luz y sombra, logrados con lápices, son extraordinarios: parecen vitrales”, opina Esteban Calvo.

“Yo visitaba la basílica de los Ángeles para observar los vitrales”, interviene Granados. Su luz es tan alegre que parece no entrar en sus cuadros, sino salir de ellos.

Las insistentes volutas sugieren una influencia del art nouveau , que el artista reconoce.

Ya que pone tantos elementos, ¿cómo sabe Granados que ya terminó de dibujar y pintar una obra?

–Por el papel, que se “cansa”. Las muchas pasadas de lápiz llegan a romperlo, y tampoco puedo borrar, salvo detalles.

Florida fauna. Héctor aplica los lápices como si escribiera, casi perpendicularmente al papel, no de modo inclinado, y esto aumenta la densidad de los tonos. Una superficie pequeña admite seis o siete pasos de lápices distintos hasta que Granados obtiene los tonos y el dégradé (atenuación) pretendidos.

A veces, los lápices escolares le sirven más que los finos. Héctor usa una “paleta” de papel, en la que prueba las combinaciones que aplicará luego en el cuadro.

“Un día quise recrear las ruinas de Cartago, pero con mis colores e incluyendo personajes típicos”, indica Granados. Así, en el populoso conjunto de Mi Cartago bullen ciclistas, perros, niños, gatos, un Mickey Mouse cabezón, y militantes del Club Sport Cartaginés, y señores cotidianos, y arreboles vespertinos y un escudo reinventado de la ciudad (pues a Héctor no le place el verdadero). Los lápices escriben el espejo en el que nos vemos.

Todo va junto y armoniosamente bien revuelto. “El escorzo es notable”, nota Esteban Calvo señalando la figura de un niño que parece huir del cuadro (por algo será).

¿De dónde emergen esas flores singulares, que nos lanzan una historia de selvas aromosas, de despertar del mundo? “Son flores cartagas: las vi en el mercado” – id est : la calle como documento, la gente como sublevación de los colores–.

Motivos celestes. Granados cambia la fiesta por la angustia en Impotencia ante la situación: “Es un estado emocional”, confiesa el artista, conmovido por la violencia y la pobreza que exhibe el mundo: incendios, guerra, muerte, enfermedades...

Una mujer está fuera del conjunto, sobre el marco interno: “Es la ironía, la indiferencia ante el dolor”, aclara Granados. Los detalles se multiplican con nuestras miradas: “Obligo a que el ojo ande por todo lado”, precisa Héctor.

En Héctor habitan ciertas constantes. En Dualidad: una bola de juguete en las manos de un niño comparte el mundo con esqueletos de personas y de animales (los de monos acechan). Aquí, el surrealismo, el onirismo, toman la palabra del dibujo. Algo hay de las calacas de Posada y de las danzas macabras medievales, asustadas por las pestes y las guerras: “Recuerda que eres mortal”, se decía entonces.

La exposición incluye una foto muy amplia de No hay amor más grande , suerte de mural de 4 x 5,2 m integrado por 51 piezas que se yuxtaponen para ofrecer una imagen de Jesús vivo con dos discípulos y ante un mar azul. Algunas de las piezas se exponen aquí.

Granados afirma que ofreció este conjunto a la Curia Metropolitana, pero esta se la rechazó. El artista cree que ello se debió a que pintó un Jesús vivo. “A la Iglesia le gusta más un Cristo doliente o muerto”, afirma el pintor. Héctor guarda las piezas en su casa.

Tiempo después, Granados ejecutó Crucifijo , un impresionante Jesús hecho en seis piezas e inspirado en la talla de Manuel María Zúñiga expuesta en la iglesia de la Merced, de San José. Lo dibujó a lápiz sobre papel tendido en un piso.

Héctor también incursionó en la ilustración publicitaria. Motu proprio hizo unos cuadros dedicados al Café Rey, bodegones que le compró esa empresa. Animado por el éxito, ejecutó un bodegón para la cerveza Imperial, con alusiones a águilas y a comidas de domingo, pero los gerentes no quisieron comprarle esta obra.

Esa vertiente de Granados revive la tradición del cartelismo frecuentada por Toulouse-Lautrec y Alfons Mucha, quienes navegaron alegremente entre el arte y el comercio (ajeno). Mucha creó afiches para jabones que se deslizan por el tiempo (los afiches).

En Héctor Granados también se asoma el arte “psicodélico” de fines de los años 60. Sus obras siguen los laberintos del germanofrancés Mati Klarwein, quien pintó delirios compactos, como Grano de arena (1968). Su Anunciación (1961) ilustró la portada de Abraxas (1970), el célebre disco del grupo de Carlos Santana.

Héctor Granados confiesa no hacerse planes muy estrictos pues depende del tiempo libre que le dejen sus labores de abogado.

“Pinto por las noches; a veces, en los fines de semana, cuando me concentro, durante ocho horas diarias”, confiesa el artista.

Las obras más profusas le toman unos cuatro meses de labor, y en cada año produce solo un par de obras. “La técnica de pintar con lápices de color se ha visto de manera despectiva, como un medio infantil, que requiere de un dominio mínimo y con un resultado de poca calidad; pero esta apreciación cambia en las pinturas presentadas por el artista Héctor Granados”, reitera el historiador Esteban Calvo.

En las más notables obras de este creador, las calles, las flores, los gallos, la gente y los muros de Cartago crecen hasta alcanzar el cielo universal de una creación que ya es de todas partes juntas.