Günter Grass, autor y personaje del siglo XX

El escritor más famoso y polémico de la segunda mitad del siglo XX alemán

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Luis Doncel. El País Internacional.

Alcanzó el éxito masivo con su primera novela, El tambor de hojalata, publicada en 1959, y cuatro décadas más tarde logró el primer Nobel de Literatura en 27 años para un autor alemán –antes lo había obtenido Heinrich Böll– “por haber dibujado la cara olvidada de la historia con vivas fábulas negras”, según la explicación que dio la Academia Sueca. En ese mismo año, 1999, recibiría el Príncipe de Asturias de las Letras.

Günter Grass murió este martes 13 de abril por una infección en un hospital de Lübeck, la ciudad del norte de Alemania donde vivía. La vida de Grass está ligada a los acontecimientos que sacudieron Alemania durante el siglo XX. Nació el 16 de octubre de 1927 en Gdansk, la entonces Ciudad Libre de Danzig y hoy territorio polaco. Fue reclutado en 1944 por la unidad de élite nazi Waffen-SS y, tras la Segunda Guerra Mundial, estudió en la Academia de Arte de Düsseldorf.

El éxito. El tambor de hojalata narra la vida del niño-hombre Oskar Matzerath; irrumpió en la Alemania de posguerra y recibió tantos elogios como críticas de aquellos que veían, en el libro, un espejo demasiado real y descarnado del surgimiento del nazismo y de la guerra.

Por dicha novela, Grass fue a los tribunales acusado de pornógrafo y blasfemo, pero la popularidad de esa obra aumentó en 1978, cuando Volker Schlöndorff la llevó al cine y ganó el Oscar a la mejor película extranjera y la Palma de Oro en Cannes.

“De repente, El tambor de hojalata superó la anticuada norma de las novelas alemanas y ofreció una conexión con la narrativa moderna europea. Supuso un chorro de aire fresco”, resumió Roland Berbig, profesor de literatura de la Universidad Humboldt de Berlín. “Lo que, por amor, no le había ahorrado a mi país, fue leído como si ensuciara mi propio nido”, respondió Grass a sus críticos en su discurso de aceptación del Nobel.

Grass no rehuyó casi ningún asunto espinoso hasta el final de su vida. En los años 60 fue gran defensor del canciller Willy Brandt; sin embargo, terminó distanciándose del Partido Social Demócrata, de Brandt.

En 1990, se mostró contrario a la unificación alemana. “La espeluznante e incomparable experiencia de Auschwitz excluye la posibilidad de un solo Estado alemán”, decía el autor en febrero de 1990, ocho meses antes de que la República Democrática Alemana se disolviera. Grass abogaba entonces por una confederación de Estados alemanes.

Polémico. En 1989, el novelista firmó la carta que reclamó un diálogo con Nicaragua al entonces presidente de los Estados Unidos George Bush (padre). También fue implacable crítico con la política seguida por su hijo, George W. Bush, al que consideraba una amenaza para la paz mundial por su actuación en la guerra de Irak.

Günter Grass defendió a Salman Rushdie cuando recibió amenazas de muerte del régimen iraní por su novela Versos satánicos . Criticó con dureza en 1997 el suministro alemán de armamento a Turquía y la denegación de asilo al pueblo kurdo. Mantuvo una larga y fructífera enemistad con Marcel Reich-Ranicki, el gran crítico literario de la Alemania de posguerra, quien murió en septiembre de 2013.

En el 2012, Grass publicó el poema Lo que hay que decir , en el que acusaba al Estado de Israel de poner en peligro la paz mundial por su capacidad para producir bombas atómicas. El gobierno israelí reaccionó declarándolo persona non grata y prohibiéndole la entrada al país. En ese poema, el escritor aseguraba que estaba escribiendo con su “última tinta”.

No obstante, Grass continúo opinando y molestando a muchos con sus opiniones hasta el final de sus 87 años. Hace solo dos meses, se preguntaba si no estamos ya viviendo una Tercera Guerra Mundial. “En los últimos tiempos oímos continuamente avisos para impedir una nueva catástrofe como la de la Primera o la Segunda. Me pregunto si no ha empezado ya de una forma paralela en Ucrania, Siria y otros lugares”, afirmó.

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Dos miradas costarricenses:

Grande y lúcido

Varios pueblos en el siglo XX cargan con tragedias y sufrimientos casi infernales. La literatura y las artes han representado formas de aplacar el dolor, la culpa y la llamada a cuentas. Cada uno en su estilo y su momento, autores como Alexander Solschenizyn y Günter Grass convocaron a estos demonios en sus relatos. En el monstruoso simbolismo de El tambor de hojalata, Grass ha sido crítico y, en textos autobiográficos, ha asumido la responsabilidad de su propio pasado como parte de las juventudes hitlerianas. Su legado literario no puede separarse de la historia alemana. Gran escritor y lúcido representante de su época.

Rafael Ángel Herra, filósofo y escritor.

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Hacedor de lápidas y textos

Günter Grass fue distinguido con el Premio Nobel de Literatura cuatro décadas después de haber publicado El tambor de hojalata, su novela más famosa. Él, los amantes de su pluma e incluso sus detractores –tuvo muchos– ya no esperaban ese premio. De todas formas, bien lo celebraron. Algunos hallaron en el hecho razón para discutir sobre las decisiones de la Academia Sueca. También para reavivar temas de la existencia y la producción del galardonado, quien era sin duda un hombre polifacético: peón agrícola, soldado nazi, músico de jazz, escultor, dibujante, cantero, poeta y narrador, crítico de asuntos culturales o políticos. Él se veía a sí mismo como un “ciudadano-escritor de oficio”, que estaba “a favor de las minorías” y luchaba contra el embobamiento de la opinión pública alemana. Cuando hablaba ante un auditorio parecía incontrovertible; alguien lo acusó de lapidario.

Esas y otras características de Grass han sido objeto de admiración, pero también de confrontación ética y política. Cierto es que él supo entreverar la imaginación artística con una inteligencia punzante. Afirmó alguna vez que su disciplina de escritor tenía origen en la “profesión de cantero y después de escultor”. Seguramente, abordaba los textos como el hacedor de lápidas enfrenta un bloque de mármol o de granito; solía mantener “la superficie en bruto para ver los fallos”. A diferencia de Flaubert o de Borges, no pulía lo escrito demasiado pronto, ni dejaba de mirar el bloque cuando atendía los detalles. Me atrevo a pensar que la clave de su estilo radica en esa vocación plástica.

Álvaro Zamora, filósofo y escritor.