Entrevista con Isabel Allende: ‘La vida también es ficción’

Viva conversó con la escritora chilena, quien tiene en librerías el último de sus 23 libros. La novela Más allá del invierno encierra las historias de un amor que llega tarde, una migrante atrapada en un brutal invierno y el misterio de una muerte que tiene que resolverse.

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Isabel Allende tiene 75 años y está enamorada. Antes de esta entrevista, han aparecido otras conversaciones suyas en las que, inevitablemente, se asoma su nuevo amor por el abogado estadounidense Roger Cukras.

Tras un matrimonio de 28 años con Willie Gordon, la escritora chilena se divorció en el 2015. En ese entonces, igual que siempre, habló a la prensa con franqueza del amor que tuvo que despedir después de tantos años de vida pública.

“Al pobre Willie se le murieron dos hijos por drogas y a mí se me murió Paula. Una pareja no resiste tanto dolor”, señaló la chilena en entrevista con Viva desde su casa en California, Estados Unidos. “Willie se deprimió mucho y dejó de hacer cualquier esfuerzo por seguir en la pareja. Decidimos que lo más sano era separarnos. Fue una gran idea. Ahora él tiene otra compañera, una persona ideal para él y yo, por casualidad, me cayó Roger en la vida, no lo estaba esperando para nada”.

En su más reciente novela, Más allá del invierno (Plaza & Janés), la ficción de sus personajes se cruza con la de su vida.

Su novela cuenta la historia de la chilena Lucía Maraz, una mujer madura que le da una oportunidad al amor con un profesora estadounidense, Richard Bowmaster.

Durante la incertidumbre del romance, ambos conocen a Evelyn Ortega, una migrante guatemalteca que se refugia con ellos de un crudo invierno.

Ha escrito sobre el amor a lo largo de su carrera. ¿Qué ha cambiado en el tema?

El tema del amor, para mí no ha cambiado, sigue siendo igual. En mis libros tengo niños que se enamoran, tengo jóvenes que se enamoran y, ahora, ancianos.

Yo creo que uno se enamora de la misma forma, siempre igual. Las épocas de la vida marcan la forma en que uno desarrolla el amor. Hay una época en la que uno se casa y tiene niños, forma una familia. Hay otros momentos en los que uno está preocupado de tener una carrera, de salir adelante, pagar las escuelas y todo eso que hay que hacer. Después, hay un momento en la vida que es donde estoy yo: cuando uno no tiene esas responsabilidades y puede vivir el amor de una manera diferente.

¿Cuál manera?

Igual que antes, apasionadamente. Con la misma intensidad romántica y sexual pero sin planes. Yo, cuando era joven, hacía planes para casarme, tener niños, voy a hacer esto y lo otro.

Mira, yo tengo 75 años y Roger tiene 74. ¿Cuánto nos queda de vida? No sabemos. ¿Cuánto nos queda de vida consciente, de vida sana, de vida con energía, proyectos y propósitos? Hay un deseo de vivir el presente, sin grandes planes porque no sabemos si se puedan cumplir.

¿Conocer a Roger la afectó al escribir la novela?

No lo conocía cuando empecé a escribir, él apareció cuando ya estaba casi terminada. El amor no cambia tanto. Cuando me enamoré de Willy yo tenía 45 años, cuando me enamoré de primer marido tenía 15 o 16 años. Siempre ha sido la misma sensación de perder la cabeza, de total pasión.

¿Cómo aparece su vida personal en sus textos? ¿Está escrita de forma intrincada o son apenas guiños?

Ojalá fueran guiños (risas). No son guiños, no puede ser más explícito. Yo escribo sobre lo que me importa en un momento determinado, siempre hay una motivación. A veces pienso que el tema no tiene nada que ver conmigo, por ejemplo cuando escribí La isla bajo el mar (2009). Una novela que me demoró cuatro años de investigación, tan difícil de escribir sobre la revuelta de esclavos en Haití, hace 200 años. ¿Qué tiene que ver eso conmigo culturalmente o emocionalmente? Una vez que terminé la novela me di cuenta que esa obsesión por escribirla, era sobre una tema que me ha obsesionado siempre: el poder absoluto con impunidad.

De manera que, cada novela tiene una relación directa conmigo. Ya sea por algo que me importa mucho, algo que me ha pasado, una experiencia personal, una memoria obsesiva, algo que no puedo soltar o algo que me está pasando en el momento. En este momento, lo que me está pasado es que mi Fundación está trabajando con refugiados. El caso de Evelyn lo tengo en la puerta de la casa. Estoy viviendo una etapa de mi vida, de madurez, en la que, cuando empecé a escribir la novela, imaginaba que podía amar como ama Lucía Maraz, pero no me estaba pasando. Tal vez lo deseaba pero no me estaba pasando (risas).

Es evidente en su obra: se preocupa por las experiencias migratorias, su relación con su país adoptado. ¿Cómo ha sido narrar esos temas coyunturales en sus novelas?

Cuando voy a escribir algo, empiezo por hacer investigación a fondo del lugar y de la época.

Si es necesario, voy al lugar y vivo las circunstancias. Si voy a poner al libro en Brooklyn, voy a Brooklyn en invierno para verlo cómo es en invierno. Si voy a poner una novela en el Amazonas, voy al Amazonas. Una vez que tengo mi teatro, donde se van a mover mis personajes, bien delineado y bien investigado, ya tengo la mitad del libro. Tengo el material de base que lo hace creíble al lector. La parte ficticia se acepta con más naturalidad.

Dentro de su carrera, ¿qué significa Más allá del invierno ? ¿Qué tiene este libro de especial?

Nada. Es otro libro como otros que he escrito. Cada libro es una creación, es una ofrenda que uno pone allí para que los lectores la reciban o lo rechacen. Yo nunca miro para atrás para ver lo que ya escribí y cuando me dicen que he escrito 23 libros, bueno, me digo, parece mucho. Estuve en Madrid para el lanzamiento del libro, había un telón que pusieron enorme en la Casa de América donde estaban las 23 tapas de los libros. Yo los miraba y no podía creerlo: eran todos diferentes, eran muchos y no me acordaba de casi ninguno (risas). Cuando me preguntan la importancia que puede tener yo respondo que ninguna, que yo sepa.

¿Cuál ha sido el texto que ha disfrutado más? Investigándolo o escribiéndolo, que son procesos muy distintos.

Uno que disfruté mucho, en su momento, porque me levantó el espíritu después de la muerte de mi hija Paula, fue Afrodita (1996). Al hacer la investigación de sexo, comida, afrodisíacos, historias eróticas... Todo eso me levantó el ánimo mucho. Así que fue entretenido hacerlo, sobre todo en ese momento que fue tan malo en mi vida. Realmente, el bajón más grande que he tenido.

Casi todos los temas que investigo me apasionan, como en el caso de la esclavitud. Es un tema pavoroso. Los horrores que la gente puede cometer contra gente cuando tienen impunidad y poder, son pavorosos. Pero, la investigación me enriquece, me da a conocer cosas que no sospechaba. Cuando investigué la fiebre del oro en California para escribir Hija de la fortuna (1999), descubrí muchas cosas que no estaba buscando. Descubrí la presencia de peruanos y chilenos, mucho antes que llegaran los estadounidenses por el continente. Vinimos por el Pacífico y llegamos mucho antes.

Todas esas cosas son conocimientos importantes. Lo malo es que tengo pésima memoria. Me acuerdo de todo lo que voy a escribir para ese libro y, una vez que se publica y se va, ya me pongo a investigar para el siguiente y se me borra lo anterior. A veces llega un periodista de Bulgaria, donde están publicando un libro atrasado, y me pregunta algo. Yo no sé de qué me está hablando porque no me acuerdo de los personajes. Como no me he vuelto a leer ninguno de mis libros, no me acuerdo de qué me está hablando.

Me llama la atención lo ecléctica que ha sido su carrera, sobre todo en la última década.

¡A mí también me extraña! A mí también me llama la atención.

Se ha aventurado en géneros muy diferentes y ha tenido la oportunidad de escribirle a públicos muy distintos ¿Cómo funcionan esos cambios?

No me lo planteo como un propósito el escribir de cosas diferentes. Lo que pasa es que cada libro tiene su manera de ser contada y cada libro es un desafío que hay que tomarlo sin pensar en lo que uno hizo antes porque no se pueden repetir las fórmulas. Cada libro es un desafío, requiere una investigación diferente, un tono distinto y una manera de contarlo distinta. Pero hay temas que se repiten, yo me doy cuenta. A veces estoy en la mitad de una novela y digo, esto yo ya lo dije, esto ya lo traté antes. Porque los temas son recurrentes en todo autor, no solo conmigo. Yo tengo en mis temas a la muerte, el amor, la violencia, la injusticia, el exilio, la marginalidad. Siempre se repiten. Mis personajes son mujeres fuertes que se las arreglan solas, padres ausentes. Son temas.

¿De dónde vienen sus mujeres? ¿Son reflejos suyos?

No (risas). No son reflejos de mí. Dicen que una parte del autor o autora siempre está en cada personaje, incluso los villanos. ¿Por qué escoges escribir sobre ese personaje y ningún otro? ¿Por qué tiene que decir esto y no aquello? Porque es importante para ti y eso es un reflejo del autor. Pero, cuando describo un personaje o voy creando un personaje, casi siempre tengo un modelo de la vida real. Si no lo tengo, lo busco.

En el caso de Más allá del invierno , el personaje de Evelyn Ortega, la chica de Guatemala... En mi Fundación estamos trabajando con refugiados, así que conozco casos como el de ella. No tuve que inventarla. Lucía Maraz tiene mucho de mí pero tiene más de unas amigas mías, periodistas chilenas, que pasaron por el exilio, les mataron al padre, les desaparecieron a un hermano o al marido. De manera que no tuve que inventarla tampoco. Es cuestión de acordarme de mis amigas y hablar con ellas.

Un personaje como Richard, es una mezcla de dos o tres personas que conozco. Uno de ellos es mi hermano Juan. Otro es un amigo adorable, de él saqué todas las frases pesimistas. Ese pesimismo brutal es de él. Cuando escribí El Juego de Ripper (2014) necesitaba un soldado estadounidense y no conocía a ninguno. Salí a buscarlo y, a través de una persona que era su prima, conseguí hablar con uno de los soldados que mataron a Osama Bin Laden. Ese fue mi modelo para el personaje, yo no lo podría haber inventado jamás.

¿Cuán delgada es la línea entre la realidad y la ficción que usted teje?

No sé cual es la línea porque, en mi propia vida, no sé que es real y que he inventado. Según mi hijo Nicolás, yo invento todo. Según yo, todo es verdad. Y me pasan cosas extrañas. Entonces, me parece que todo es posible: que la vida es misteriosa y que la vida también es ficción. La vida es recuerdo, la vida es memoria. Uno recuerda las cosas diferentes a cómo ocurrieron o cómo las recuerdan otros. Si mi hijo y yo vemos un accidente de auto, yo llego y lo cuento en 20 minutos: hay sangre, hay policías, hay perros lamiendo la sangre, hay de todo. Nicolás dice "Chocaron dos autos". Listo.

En el futuro, ¿qué vendrá para su carrera?

Supongo que voy a escribir otro libro. En este momento estoy enamorada y no creas que me sobra el tiempo (risas). Cuando hay un hombre en la vida, hay menos tiempo. Pero seguiré escribiendo. Ahora, ¿qué voy a escribir? No tengo idea. No importa, irá saliendo por el camino. Lo bueno con esta profesión que tengo yo es que uno puede envejecer y seguir escribiendo tranquilamente, mientras no se ponga demente.

Más allá del invierno (Plaza & Janés, 2016). Una mujer chilena añora una vida amorosa y sexual en su edad adulta. Una joven guatemalteca carga en la cajuela de su carro un cadáver. Un estadounidense maduro las recibe a ambas en su casa en Brooklyn. Juntos sobrevivirán a un crudo invierno. La novela cuesta ¢11.900 en sucursales de la Librería Internacional y en tiendas Universal.