En la galería Klaus Steinmetz: Sandro Chia, el más romano de los pintores

Regresa al país, una exposición del artista, considerado la mayor personalidad viva de la pintura italiana

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Klaus Steinmetz

E n la década de los años 80, el mundo del arte experimenta un retorno triunfal de la pintura. La década anterior había llevado al paroxismo el arte conceptual, tanto a través del objeto como del happening político, psicológico o existencialista. Eran tiempos en que solo la llamada Escuela de Londres –que ya había librado una heroica batalla por la figuración y en contra de lo abstracto a partir de Bacon y con puntales de la talla de Auerbach, Kitaj y Lucien Freud– blandía con orgullo la bandera de la pintura. Sea por aquellos ciclos propios de la dialéctica que mencionara Worringer en su obra seminal Abstracción y empatía (1907) o sea porque ya para entonces –y desde que la capital del arte se mudó de París a Nueva York– las leyes del consumo y la novedad a ultranza habían hecho metástasis en la cultura, lo cierto es que una revolución era necesaria.

¿Qué otro derrotero, qué otro límite podía transgredir el arte conceptual después de que Chris Burden se disparara a sí mismo y Joseph Beuys declarara que, dependiendo de la actitud, cualquier actividad humana podía ser considerada un acto estético?

De vuelta a la pintura

Había sed de pintura, una sed semejante a la que sentimos hoy ante la proliferación y el abuso de un conceptualismo fuera de sí, que se sirve a sí mismo y sucumbe al Verfremdung (distanciamiento).

Esa enajenación del arte abre la puerta a creadores salidos de las entrañas de la sociedad. Allí había energía a raudales y la frescura añorada al cabo de las elucubraciones existencialistas de la esquizofrenia artística. En Nueva York, Warhol encuentra a un indigente grafitero llamado Basquiat, que morirá a los 27 de sobredosis de heroína, dejando tras de sí una estela de delirio y seducción cromática fauvista, si se me permite aclimatar a los 80 esta categoría. Otro, Keith Haring, muere de sida a los 31 no sin antes decorar todas las estaciones del metro con imágenes en las que predominaba la golosa representación de su sodomía militante. Vivían la vida con intensidad, succionando la savia que corre por la yugular de cada nuevo día.

Los grandes art dealers de entonces, agotados de tratar de vender los remanentes de performances hiperintelectuales se abalanzan sobre ellos: Leo Castelli y Bruno Bischofsberger, por ejemplo, que suplen la urgencia de teoría, involucrando a grandes curadores y críticos. Así emerge el neoexpresionismo, cuyo capítulo alemán abre un cofre fantástico: Kiefer, Baselitz, Immendorf, Penck... Es el color en bruto, la textura sin disimulos, la forma sin regodeos. Adelante van derribando maleza conceptual los nuevos teóricos, cuyos popes , a uno y otro lado del Atlántico, son Donald Kuspit y Achille Bonito Oliva: la posmodernidad ha llegado a la pintura.

Será precisamente Bonito Oliva el que, fiel a sus raíces, decide organizar un movimiento neoexpresionista netamente italiano al que llamará la Transavanguardia, producto eminentísimo destilado durante el Aperto 80 de la Bienal de Venecia. Sus representantes alcanzarán fama mundial, si bien hoy en dia Enzo Cuchi y Nicola di Maria se recuerdan menos que el triunvirato: Mimmo Paladino, Francesco Clemente y Sandro Chia.

El toscano ermitaño

Chia es hoy la mayor personalidad viva de la pintura italiana. Sea porque su figuración tiene referentes autóctonos que no encontramos en ninguno de los otros –mucho menos en los nuevos creadores venidos después– o por el fuerte acento lírico lo hace más apetecible, lo cierto es que nadie más ha sabido ser contemporáneo con tantos elementos del clasicismo incorporados en su discurso. Una primera mirada le hace a uno creer que es el más romano de los pintores y, en efecto, su obra toda hace constantes guiños a lo latino.

Sin embargo, Chia es un toscano de cuerpo entero y su curiosidad traspasa lo grecorromano como una raíz que debe penetrar más en busca de agua primordial hasta llegar al manto cristalino de lo etrusco. Semejante parentesco ha hecho que sus detractores lo acusen de arcaico o retrógrado, olvidando que la semilla de uno los mayores escultores del siglo XX (Alberto Giacometti) puede hallarse en una figurita de 60 cm llamada La sombra de la noche (o El hombre sin sombra ) en el Museo Etrusco de Volterra, en la provincia toscana de Pisa.

No lejos de Pisa está Siena, la ciudad del Palio, en una de cuyas avenidas se levanta brioso el caballo que Chia esculpió para la ciudad. Más lejos esta Montalcino, donde sobresale un brunello entre todos, como el mejor vino de Italia (al menos en dos ediciones recientes de Vinitalia) y que lleva el nombre de Castello Romitorio.

En medio de sus ochenta hectáreas de vides perfectas, hay un pequeño galpón en el que el propietario pasa el día pintando a espera de la vendimia. También escribe poesía inspirada en algunos favoritos como Sandro Penna, Joseph Brodsky o Pier Paolo Pasolini. Otros días llena cuadernos en los que ilustra aquellos poemas de la víspera o diseña las etiquetas del vino nuevo… Sandro Chia, el ermitaño. A pesar de su aislamiento, mantiene estudios en Trastevere y Milano, Nueva York y Miami.

Es uno de esos eremitas contemporáneos que disfrutan de la solitud, ese aislamiento en medio de la muchedumbre a la que solo tienen acceso su familia y sus asistentes. A San José vino hace 10 años a su primera muestra en KSAC y aguantó dos días antes de irse a recluir en una playa semidesierta de Guanacaste.

Muestra actual

Esta exposición fue integramente pintada para Costa Rica. Se trata de 10 telas de formato mediano en las que predominan jóvenes en el campo, talvez referencias a sus dos hijos mayores, Antonio y Filippo.

Con respecto a la muestra anterior, sus figuras han ganado en definición y simpleza, que muestran como Sandro, ya en sus 70 años, se acerca cada vez más a la composición elemental, pues ya no necesita demostrar nada y se ha rendido a la urgencia de poesía que brota de su interior.

Este es uno de los artista más importantes que haya exhibido en los últimos 20 años. En el segmento de colecciones públicas de su currículo aparece una lista de todos los museos principales del mundo, desde el Museum of Modern Art y la Tate, hasta Stedjelik y Pompidou. Para Costa Rica, un verdadero privilegio.

La exhibición de las pinturas de Sandro Chia estará en la galería Klaus Steinmetz hasta el 15 de junio. La galería está al costado este de Plaza Rolex, en San Rafael de Escazú, y se atiende público de lunes a viernes de las 8:30 a. m. a las 5:30 p. m.