El templo masónico: ¿secreto o discreto?

El templo masónico. Aunque hoy ya no puede verse como en 1937, el edificio masónico de la ciudad sigue en pie

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En un texto autobiográfico, el josefino José Fidel Tristán evoca los días iniciales del Liceo de Costa Rica, en la manzana que hoy ocupa la Caja Costarricense del Seguro Social (avenidas 2 y 4, calles 5 y 7): “Hacia el lado este del Liceo, había un edificio de gruesas paredes que tenían un aspecto un tanto misterioso para mí. Siempre lo veía cerrado y nunca pude ver a las personas que lo habitaban. A fines de 1886, un compañero (…) me dijo que aquella casa tan misteriosa era la de los masones, unos individuos que tienen pacto con el diablo: “Cada uno de ellos tiene el pisuicas pintado en la espalda, hablan con lechuzas y cantan a media noche” –me informó.

”Mi compañero me había advertido que de los masones no se podía hablar porque hacían daño, y yo, para que nada me pasara, guardé silencio. A pesar de esto, tanto me habían impresionado los cuentos que había oído, que al fin me resolví a contarle a mi madre lo que ocurría. Ella me dio otras explicaciones que me parecieron más razonables y que me calmaron un poco” ( El edificio del viejo Liceo ).

Los canteros de Dios

Por su mismo carácter místico, la masonería tiene orígenes míticos e históricos; y los últimos apuntan a la Europa medieval como su cuna y a su estrecha relación desde entonces con la arquitectura.

En efecto, entre los años 1050 y 1350 se dio en ese continente un frenesí constructivo y religioso, que resultó en la edificación en piedra de miles de abadías, catedrales, grandes iglesias y pequeñas parroquias, además de castillos y obras civiles.

Tal cantidad de construcciones en un periodo tan largo requirió de mucha mano de obra especializada. De esta forma, se originaron las uniones de canteros, o guildas, que, además de velar por sus deberes y derechos –entre otros, el de moverse libremente para poder llevar su arte por toda Europa–, aseguraban la transmisión oral de sus secretos profesionales de una generación a otra.

Como otros oficios medievales, aquellos albañiles ( maçon , masón en francés) se atenían a una estricta jerarquía de maestros, oficiales y aprendices, así como a un compromiso con altas normas éticas y morales, lo cual los convirtió en una respetada y reconocida fraternidad en el ámbito cristiano.

Empero, con el decaimiento religioso que siguió a la Reforma protestante, la construcción de iglesias abrió pasó a la de edificios profanos; de esta forma, los constructores dejaron de reunirse en gremios organizados.

A inicios del siglo XVII, los miembros de las antiguas uniones eran tan pocos que, probablemente para compensar su pérdida, comenzaron a aceptar a hombres socialmente prominentes, aunque no fueran ya artesanos o “masones operativos”.

Fue con esos nuevos miembros, o “masones aceptados”, que la hermandad medieval llegó al siglo XVIII, y la masonería pasó de “operativa” a “especulativa”. Del arte y la técnica constructiva quedó solo su rico simbolismo, para dar paso a un trabajo filosófico y de carácter filantrópico muy alejado de la demoníaca creencia popular que tanto asustaría a aquel niño josefino.

Las logias criollas

Cerca de donde ejercían su oficio, los constructores medievales erigían una barraca donde comer y guardar sus herramientas, a la cual llamaban logia. Por eso, las modernas logias simbólicas son las células base de la masonería, una agrupación cuyo objetivo es la educación y formación de sus miembros, un taller que procura su mejora moral, humana y social.

Las primeras logias de las que se tenga noticia en Costa Rica se establecieron a partir de 1825, en las ciudades de Cartago, Heredia y San José. La última, se ubicó en la casa de huéspedes del alemán Jorge Stiepel, donde se encuentra actualmente el Gran Hotel Costa Rica.

Otras actividades masónicas pueden rastrearse después en la ciudad, pero su establecimiento definitivo, por ser el regular e internacionalmente reconocido, solo se daría con la fundación de la logia Caridad, por el presbítero Francisco Calvo (1820-1890), en 1865.

Dicha logia comenzó sus reuniones o “tenidas” en una pequeña casa alquilada en la capital; mas, con la creación de otras logias, se hizo necesaria una edificación propia.

En 1870, se dispuso comprar el terreno ubicado en la actual avenida 2, entre calles 5 y 7. Allí, en 1873, las distintas logias josefinas edificaron la casa de calicanto y adobes que evocara Tristán: aquel fue el primer templo masónico de Costa Rica.

No obstante, para 1876, cuando Calvo ya se había separado de la masonería, la actividad de las logias costarricenses había cesado casi por completo; esta situación se agravó durante la siguiente década, al punto de que aquella propiedad y su edificio fueron vendidos al Gobierno en 1887.

Con la fundación de la logia Regeneración, en 1888, la masonería criolla volvería por sus fueros. Incluso, en 1899, con cuatro logias activas, se fundó la Gran Logia de Costa Rica, con lo que la edificación de un templo volvía a hacerse necesario.

Para levantar el templo

En adelante, y durante 30 años, varios locales más o menos adaptados servirían como templo. En junio de 1929, se adquirió una propiedad en la esquina sureste de avenida Central y calle 19, y la vieja casa que allí se levantaba, debidamente acondicionada, funcionó como el último de aquellos templos.

La situación cambió con la celebración del Congreso Masónico Nacional en 1935, en el cual se decidió la construcción del actual edificio. En 1936, uno de los delegados a dicha actividad, Stanley Lindo Morales, fue electo para el alto cargo de Gran Maestro de la Gran Logia de Costa Rica.

Lindo empezó conversaciones con la Compañía Constructora Eric C. Murray y, en marzo de 1937, la Gran Logia aprobó los planos sometidos por esa empresa y su propuesta para hacer la obra por ¢60.000.

Ubicada en el terreno esquinero mencionado, la edificación de dos pisos y estampa art-decó se retiraba hacia el fondo en diagonal, lo que posibilitó en sus frentes norte y oeste un antejardín resguardado por un murete con baranda y portones de forja, que ostentaban la escuadra y el compás.

Construida en ladrillo confinado en concreto armado, la obra era un cubo casi perfecto –con lo que simulaba al Templo de Salomón, según la bíblica descripción–, con apenas un pequeño frontón quebrado en cada fachada, bajo el que podían leerse las letras A. L. G. D. G. A. D. U. (A La Gloria Del Gran Arquitecto Del Universo). Fue consagrado solemnemente el 6 de noviembre de 1937.

Adentro, el templo en sí estaba en el segundo piso, pero el edificio albergaba, además, otras dependencias masónicas, tales como el salón de recepciones y ágapes donde se colocó, en 1938, un óleo con la efigie del padre Francisco Calvo, nombre que lleva dicho templo desde el 2013.

Aunque el templo sigue en pie, lamentablemente, desde principios de la década de 1970, una nueva edificación que se levantó en el antejardín, no permite ver la elegante edificación original de la principal sede de la masonería en Costa Rica.