El mito de María Callas

Célebre soprano. A 40 años de su muerte recordamos a la Divina, aquella mujer que fue la más grande cantante de ópera del siglo XX

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Empiezo, a manera de motivación, transcribiendo unas palabras del novelista italiano Alessandro Baricco, extraídas al azar: “Ya nada delante y todo encima. Por eso es difícil olvidar su voz… esa voz ––que fue el Guernica de la vocalización––, descuartizó algo y no ha habido sutura capaz de hacer olvidar esa maravillosa conmoción”.

La divina María Callas fue sin duda el más grande ejemplo de prima donna en el siglo XX, al nivel de lo mítico y de lo escatológico. Fue diva sobre el escenario y, no contenta con ello, lo siguió siendo post mortem hasta límites insospechados.

La transformación

Cuentan quienes la conocieron que Callas se transformaba en escena de manera literal. Se dice que la divina María llegaba al teatro a la una de la tarde, para una función que empezaría a las ocho de la noche. Para encarnar a Norma –nos contaba la soprano Edith Martelli–, se vestía y maquillaba escrupulosamente. Posteriormente, se encerraba en su camerino, para coronar el proceso de transformación que Stanislawski denominaría “introducción en el personaje”.

Con la luz apagada y en la intimidad, el proceso de transformación –elevado al rango de metempsícosis–, obraba en el alma de la sublime intérprete. Llegado el momento, cuando el maestro interno activaba el aviso, la diva iniciaba su escalofriante tránsito hacia el escenario: Ya no era María Callas… sino Norma, la sacerdotisa druida en persona.

Poner las cosas en su lugar

Con posterioridad a enero de 1958, un amargo acontecimiento acaecido en el contexto de un montaje de Norma en la Ópera de Roma, seguía pasando la factura a la más amada de las divas. Los diarios milaneses habían hecho un pérfido eco a los detractores de la cantante, al extremo de que, para la Anna Bolena del 9 de abril del mismo año, la policía milanesa dispuso un cuerpo completo ante La Scala, para eliminar cualquier posibilidad de desorden.

Otros agentes, vestidos de civil, se mezclaron con la audiencia scaligera , prestos a intervenir en caso necesario. La Callas había sido la gran Bolena de la historia –y casi la única del siglo XX–, hasta el punto de registrar varias performances célebres. Entre otros partícipes artísticos en la producción del gran teatro lombardo, figuraban Giulietta Simionato como Giovanna; el recientemente fallecido tenor boloñés Gianni Raimondi en el papel de Lord Percy, el gran Gianandrea Gavazzeni como director musical y la controversial régie de Lucchino Visconti.

La función de Anna Bolena empezó titubeante y con una audiencia llena de frialdad. No obstante –en el epílogo del acto primero, cuando los serviles guardias de Enrique VIII acudían a prenderla como presunta rea del delito de traición–, la dignidad real con rostro de soprano los apartó de un empujón y, dirigiéndose de forma directa a los espectadores, les espetó majestuosamente la célebre frase de la ópera donizettiana: “¡Jueces! ¡Jueces! Si este es mi juicio…, ¡juzgadme! ¡Pero recordad siempre que soy vuestra reina!”. La reacción fue inmediata, rotunda y apoteósica, al extremo de que la diva salió una hora después de terminada la función, cubierta de flores y rodeada de un público literalmente enloquecido.

Una visión del más allá

Pero el reino de lo fantástico no reconoce fronteras: en 1981, quien esto escribe se hallaba entre la audiencia scaligera , para presenciar la primera Bolena que se ejecutaba en dicho teatro sin la divina griega. La gran soprano catalana Montserrat Caballé, a quien se confiaba el rol principal de la controversial ópera belcantista, habría sido víctima de una extraña presencia paranormal que, con hostilidad impropia del más allá, le hizo saber que únicamente María Callas podría cantar dicho papel en el Teatro alla Scala.

Para el momento del hecho, la Callas tenía cuatro años de haber trascendido la Laguna Estigia, tras una enclaustrada y poética desaparición, ocurrida en París, el 16 de setiembre de 1977. Empero, según las crónicas más fantasiosas, su anima solitaria habitaba aún entre las paredes del célebre teatro y procuraba lograr, a toda costa, la perpetuación de su leyenda.

Pese al singular mane-tecel-fares –supuestamente experimentado por Caballé–, la dirección scaligera mantuvo a su apasionado público ajeno al paranormal fenómeno hasta el día del estreno. En tal momento, se anunció a la audiencia un súbito impedimento físico de la Caballé y su sustitución por la norteamericana Ruth Falcon. A este presencial testigo le sería difícil describir el pandemónium que se originó en tal oportunidad, mientras los espectadores –ajenos a la realidad de lo sucedido–, nos interrogábamos acerca de lo que ocurría. Contentémonos con expresar que la función fue suspendida y vuelta a suspender días después.

Ecos… y exorcismo

A tono con las especulaciones que desbordaban los pasillos del teatro, la prensa milanesa se encargó de afirmar que, luego de su última función como la decapitada reina, la Callas habría formulado un categórico: Dopo me… nessuna! , y que tal sentencia obraba como aviso a las autoridades del teatro lombardo para que se abstuviesen de patrocinar un espectáculo sobre el cual la divina griega poseía derechos de exclusividad, ejercibles desde el otro mundo.

Como resultado de los comentarios de la prensa milanesa, Claudio Abbado –director del Teatro–, y Carlo Maria Giulini, cabeza del Ente Autónomo, optaron por seguir la corriente a los rumores: una suerte de exorcismo fue llevado al palcoscenico del histórico teatro, donde se quemó todo tipo de incienso y se celebró un complicado ritual destinado a aplacar las iras póstumas de la eterna diva.

En el sagrado espacio, el maestro Giulini –flanqueado por Riccardo Muti, Giulietta Simionatto y otras celebridades–, hizo una pública exhortación al espíritu de la Callas: “¡Descansa en paz, María! ¡Nadie pondrá jamás en duda que serás por siempre la más grande de tu género!”.

Generación del mito

Mircea Eliade, avasallador estudioso de las religiones y de los mitos, empieza por desterrar de su estudio las acepciones impropias del mythos . Significados como fábula, invención o ficción son propias –dice Eliade– de sociedades arcaicas, mientras que el lenguaje común ha recogido impropiamente percepciones equivalentes a ilusión de los sentidos.

Por último, la tradición judeo-cristiana –según el estudioso rumano– concluyó por elaborar un significado opuesto tanto a logos como a historia: Mythos terminó por significar todo “lo que no puede existir en la realidad”. Dicha tradición concluyó por endosar un significado particular al vocablo, relegando al mundo de lo fantasioso y de la ilusión a todo aquello que no fuera validado por uno de los dos testamentos que integran la Biblia.

¿Es María Callas un mito? ¿Es una leyenda? Si nos atenemos a la literalidad de las definiciones de Eliade, resulta difícil encasillar su recuerdo. Pero, adecuándonos a la expresión de Baricco, y utilizando la acepción popular de mito, podemos admitir una equivalencia de construcción popular, ribeteada por el fanatismo y por los efluvios que, de tanto en tanto, circulan por el sagrado recinto de La Scala.

Callas construyó su propio mito, tras incontables noches de éxtasis y de locura, en las que fluía de su garganta un sonido que –al decir de Kurt Pahlen– equivalía a la memoria del dolor del mundo.

Fue una reina para quienes la conocieron… y una diosa para quienes vinieron al mundo en las décadas posteriores a su ascensión a los altares. Por último, antes que admitir una condición de simple mortal, se recluyó voluntariamente en el olvido, para consagrar –en soledad– el destino fatal de una sombra del más allá que cantó celestialmente en el más acá.